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Un alemán ante el castigo a Grecia

Günter Grass denuncia el sufrimiento exigido al país y el olvido del pasado

Andrés Ortega
Un grupo de manifestantes pasa junto a un cartel crítico con una publicación alemana antigriega.
Un grupo de manifestantes pasa junto a un cartel crítico con una publicación alemana antigriega. ARIS MESSINIS (AFP)

Esta vez, Günter Grass sí ha escrito un poema, y no solo un artículo en versos. Es un poema épico, pues ante una lucha estamos. La de Grecia por Europa, y la de Europa por su alma, que esta puede acabar perdiendo si expulsa a los griegos del euro, y quién sabe si de la Unión Europea.

La vergüenza de Europa

Günter Grass

Aunque próxima al caos, por no agradar al mercado, lejos estás de la tierra que tu cuna fue.

Lo que con el alma buscaste y creíste encontrar

hoy lo desechas, peor que chatarra valorado.

Desnuda en la picota del deudor, sufre una nación a la que dar las gracias era antaño lo más natural.

País condenado a ser pobre, cuya riqueza

adorna cuidados museos: botín por ti vigilado.

Los que invadieron con armas esa tierra bendita de islas llevaban, con su uniforme, a Hölderlin en la mochila.

País tolerado ya apenas, a cuyos coroneles

toleraste un día en calidad de aliados.

País sin ley al que el poder, que siempre tiene razón, aprieta el cinturón más y más.

Desafiándote viste de negro Antígona, y en el país entero hoy lleva luto el pueblo cuyo huésped eras.

Pero, fuera de ese país, el cortejo de parientes de Creso ha acumulado en tus cámaras cuanto brillaba dorado.

¡Bebe de una vez, bebe! grita la clac de los comisarios, pero airado te devuelve Sócrates su copa a rebosar.

Maldecirán los dioses a coro lo que te pertenece, pero sin tu permiso no se podrá expropiar el Olimpo.

Sin ese país te marchitarás, Europa, privada del espíritu que un día te concibió.

Traducción de Miguel Sáenz.

Quizás este poema cause menos polémica que el anterior, Lo que hay que decir, en el que se opuso a un ataque israelí contra Irán. No fue ese mensaje el que hizo prender la pólvora de los intolerantes sino su denuncia del arsenal nuclear de Israel y de que toda crítica a ese país se tache de “antisemitismo”.

Pese a no ser el maltrato a Grecia tema fácil para ponerlo en versos, la calidad literaria de este último poema es muy superior: “Maldecirán los dioses a coro lo que te pertenece pero sin tu permiso no se podrá expropiar el Olimpo”. Mas, ¿quiénes son estos dioses? No “la clac de los comisarios”, quizás sí “el mercado”, y la patria del propio autor, que quieren que cada griego venda hasta su propia camisa. Al menos la morada de los dioses no está en venta.

Es el poema de un viejo alemán decepcionado con su país y con Europa, que denuncia el sufrimiento y las presiones a las que se está sometiendo a Grecia, y que lleva a cuestas el peso de la historia que muchos se quieren quitar de encima o enterrar en el olvido, y que porta, sobre todo, como decía en un anterior verso, “un estigma imborrable”, el del Holocausto.

Quiere recordarnos que los nazis invadieron Grecia en la Segunda Guerra Mundial (después de que los italianos fracasaran), y que ahora muchos alemanes la quieren fuera del euro, junto a algunos en los mercados que seguramente ya están haciendo dinero con esta especulación. Que otros europeos expoliaron los bienes culturales de la antigüedad griega, que lucen hoy en el Museo Británico en Londres, o en el Pérgamo de Berlín. Que aquella tierra es la cuna de la filosofía; e inventora de la democracia. Que en nombre de la seguridad, como nos pasó a los españoles, los aliados de la OTAN dieron por buena la dictadura de los coroneles. Y que ahora quieren condenarla a que se suicide, como a Sócrates.

Pero también nos recuerda que Europa sería menos sin Grecia. Y que, si los griegos lo quieren, podrán proseguir su sueño europeo. En realidad no trata de la vergüenza de Europa, sino de la falta de ella.

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