En Argentina, los mapas de la pobreza y la contaminación coinciden
El informe lapidario de la IPCC no torció el pobre imaginario de las élites nacionales: hay que contaminar, dicen, si se quiere crecer
“De pronto sentí el río en mí, / corría en mí / con sus orillas trémulas de señas, / con sus hondos reflejos apenas estrellados. / Corría el río en mí con sus ramajes. / Era yo un río en el anochecer, / y suspiraban en mí los árboles, / y el sendero y las hierbas se apagaban en mí. / Me atravesaba un río, me atravesaba un río!”: este es el final de un poema que habla de éxtasis. Se llama Fui al río y lo escribió uno de los mayores poetas argentinos, Juan L. Ortiz, que vivió en el siglo XX en Entre Ríos, ahí donde empiezan las islas del Delta del Paraná, uno de esos lugares donde no es difícil entender que somos parte, poderosa pero parte al fin, de un todo, de una red de miríadas de millones de seres que hacen la vida.
Ahora, los que fueron al río son los muchachos y muchachas de la Multisectorial de Humedales. Vinieron remando en kayaks por el Paraná desde Rosario, una hermosa ciudad costera a 300 kilómetros de Buenos Aires: llegaban este miércoles 18 de agosto y convocaban a una marcha entre la plaza de Mayo, frente a la sede del Gobierno nacional, hasta la del Congreso. Pedían que nuestros representantes dejen de postergar el tratamiento de la Ley de Humedales, de vital importancia, porque los humedales almacenan y purifican el agua. Sin embargo, se los destruye impunemente. Se los incendia. Se sobredraga el río. Se caza sin controles ni límites su fauna.
Hace 20 meses que el río Paraná atraviesa una bajante histórica. En el sitio web del Gobierno nacional, un alto funcionario del Ministerio de Medio Ambiente, Sergio Federovisky, afirma que la sequía del Paraná “es un evento extremo que tiene origen en el cambio climático y es acentuado por la desforestación en la cuenca y la reducción de los humedales”. ¿Y qué hacen? Nada. Lo mismo pasa con la deforestación del bosque del Gran Chaco, el segundo pulmón de América Latina después de la Amazonía: perdió cinco millones de hectáreas en los últimos 20 años. Muchas de ellas durante esta pandemia.
Podríamos hablar también de la megaminería. O de la agricultura industrial con sus pesticidas y fertilizantes tóxicos. O de Vaca Muerta: usando el método del fracking (hidroinyección), generan sismos y contaminan napas de agua, ese bien escaso que empezó a cotizar en Bolsa.
El informe lapidario de la IPCC no torció el pobre imaginario de las élites nacionales: hay que contaminar, dicen, si se quiere crecer. El extractivismo ha sido el corazón de la economía en toda la historia del país. Y acá estamos, con más del 40% de la población en la pobreza. Además, los mapas de la pobreza y la contaminación coinciden cada día más.
El IPCC fue claro: todavía se puede parar lo peor del cambio climático. Es inevitable pensar y ejecutar una transición socioambiental. Un nuevo modelo donde el derecho a vivienda, salud y educación para todos sea el centro. Y no el consumo irresponsable de cada vez menos gente. Está circulando un petitorio de intelectuales, periodistas, artistas, escritores y gentes de los más diversos oficios, por un cupo socioambiental para que la agenda socioambiental entre en los debates políticos con vistas a las próximas elecciones. Lo mínimo que le debemos a nuestros hijos, y a los hijos de ellos, es un mundo habitable. Y el éxtasis de sentir que nos atraviesa un río vivo.
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