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Columna
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¿Se disfraza la xenofobia de seguridad sanitaria?

La medida de cerrar la entrada a España a algunos extranjeros omite el hecho de que los viajeros hayan sido vacunados o de que hayan pasado la covid

Melba Escobar
Entrada España extranjeros covid
Pasajeros llegando al aeropuerto Adolfo Suárez-Madrid Barajas, el pasado 2 de julio.Oscar Cañas (Europa Press via Getty Images)

El ingreso a España por parte de personas procedentes de algunos países sigue temporalmente suspendido. La medida, que amplió su cobertura el pasado 27 de julio, no deja de sorprender, pues hace caso omiso de que los viajeros que deseen entrar hayan sido vacunados o demuestren que han estado contagiados de covid-19 .

Cabe preguntarse si el interés de cerrar la entrada a nacionales de algunas de los países sancionados, en particular de los latinoamericanos, se fundamenta en motivaciones diferentes a la sanitaria. Hay quienes ven en lo sucedido un intento de ponerle trabas a posibles migrantes.

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En 2015, el gobierno español aprobó otorgar la nacionalidad a quienes demostraran tener al menos un apellido de origen sefardí en su árbol genealógico. La ley surgió como mecanismo de desagravio por los oscuros sucesos ocurridos durante la Inquisición. En respuesta, un amplio número de latinoamericanos inició un proceso dispendioso y costoso, que para muchos se ha traducido en inexplicables negativas en meses recientes.

Y es que para nadie es un secreto que las buenas intenciones se hacen más ariscas en tiempos de dificultad. Frente a la contracción económica, la migración pasa a ser una carta definitiva que, hoy de nuevo, los gobiernos buscan jugar a su favor. Mientras que en Estados Unidos los pandemic tours han hecho que varios miles de latinoamericanos hayan viajado a vacunarse en lo que va corrido de este año en desarrollo de una estrategia de enganchar planes turísticos con la emergencia sanitaria y la revitalización económica, en otros países como España, la coyuntura económica, la exacerbación de grandes y pequeños nacionalismos, y la llegada masiva de nuevos ciudadanos, temporales y definitivos, puede sentirse como una carga social demasiado alta.

Según reportó en días pasados el diario New York Times, durante el verano una oleada de rechazos a solicitudes de pasaportes españoles por cuenta de la ley sefardí. Dice el diario que más de 3000 solicitudes han sido denegadas en meses recientes, cuando de las primeras 34.000, solo una se encontró con objeciones.

Esto ocurre en un contexto donde hemos puesto a prueba las relaciones personales, el contacto personal y la libertad en la movilidad. Hemos visto lo que es vivir en un mundo sin escuelas, restaurantes, teatros ni aeropuertos. La tragedia humana y social ha estado a la medida particular de las desgracias, carencias y fortalezas de cada nación, algo que cada una ha padecido o explotado como mejor ha podido.

Hoy por hoy, las restricciones en la movilidad persisten para muchos, al igual que la urgencia de millones por buscar una salida a sus necesidades en otra parte del mundo. Lo cierto es que cada país acomoda las reglas de juego a su antojo, como sucede con las interpretaciones individuales al marco que establece la Unión Europea.

Cómo y hasta dónde esta nueva política del vaivén migratorio en función de la pandemia acabará por beneficiar a unos y afectar a otros, está por verse. Al día de hoy, lo cierto es que estamos viviendo en un mundo incierto, donde las reglas cambian de un día al siguiente, y donde las certezas de hace un par de años parecen algo muy antiguo, ocurrido en tiempos A.C., léase, para el caso, antes del Coronavirus.

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