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Partidos sin ley
Partidos sin ley. La institucionalización del sistema político español en la transición estuvo dominada por el temor a que la inestabilidad política pusiera en riesgo la democracia y por la necesidad de consolidar unos partidos frágiles y débilmente implantados. Como consecuencia, se acordaron una serie de disposiciones y convenciones para reforzar la estabilidad del Gobierno y el poder de las direcciones de los partidos. Se introdujo un variado instrumental para lograrlo: la moción de censura constructiva, listas electorales cerradas y bloqueadas -sin que la Ley Electoral ni la de partidos previeran los procedimientos por los que los partidos seleccionan a sus candidatos, lo que ha quedado a su arbitrio-, una ley de partidos que no regula su actividad interna, unos reglamentos parlamentarios que gravitan sobre los grupos, la financiación de los partidos por los presupuestos estatales, etcétera. Además, el devenir político favoreció culturas de unanimidad interna alrededor de los líderes, dadas las experiencias del PCE y la UCD y la sensación de ventaja competitiva del PSOE cuando este partido consolidó en 1979 el liderazgo de Felipe González.Este entramado de disposiciones y convenciones fue útil durante la transición. Ha permitido Gobiernos homogéneos y estables, ha garantizado la representación de las opciones nacionalistas y ha favorecido la consolidación de grandes partidos, sometidos todos ellos a crisis "de identidad" entre 1978 y 1989. Pero desde mediados de los ochenta se empezaron a hacer patentes sus deficiencias, lo que se manifestó en una literatura periodística y académica que impugnaba algunos de sus elementos y en una inflexión de los indicadores de confianza de los ciudadanos en el sistema político. Cabe conjeturar que las disposiciones que operaron positivamente en un marco de excepcionalidad política, como fue la transición, se fueron haciendo menos operativas en un marco democrático normalizado. Tal mutación se produjo insensiblemente, pues la consolidación de la democracia fue un proceso gradual, cuyo fin cabe situar en un momento impreciso en la primera mitad de los ochenta.