Comida y fotografía: una armonía posible
La chef Begoña Rodrigo ofrece un singular menú de siete platos en combinación con las imágenes de Javier Corso sobre oficios artesanales
La comida sabe mejor si primero se ve, luego se huele y finalmente se paladea. Por ese orden. Esta conclusión general de varios estudios universitarios viene a confirmar lo que siempre se ha dicho popularmente de comer con los ojos. Ahora bien, no solo consiste en abrir el apetito a través del sentido de la vista, sino de ir más allá de la experiencia gastronómica más inmediata para enriquecerla con nuevos atractivos. Al menos ese es el propósito del singular maridaje que ha unido a la chef Begoña Rodrigo con el fotógrafo Javier Corso que recibe el nombre, precisamente, de Comer con los ojos.
Se trata de un menú de siete platos, ideados por la cocinera valenciana del restaurante La Salita (con una estrella Michelin y tres Soles Repsol), que se sirven junto con 28 imágenes sobre siete oficios artesanales de la ciudad y su comarca, algunos en vías de extinción, realizadas por el documentalista y colaborador habitual de National Geographic. Un proyecto conjunto que forma parte de la campaña de lanzamiento del nuevo móvil 14 Ultra de Xiaomi, que incorpora una lente Leica y con el que el fotógrafo ha realizado el trabajo.
A veces la relación entre las fotografías y los platos parece casi abstracta o conceptual; otras el vínculo es directamente figurativo, siguiendo con el símil artístico, motivado. Por ejemplo, la sabrosa pero suavizada interpretación blanca de la chef de la receta tradicional valenciana del All i pebre, va acompañada por imágenes de Robert, un pescador de la Albufera de Valencia, de los pocos que quedan, que se dedica a la pesca de anguilas, el apreciado y muy escaso pescado, en una almadraba del lago. La anguila es el ingrediente fundamental del plato, cuya denominación en valenciano, sin embargo, alude al ajo y al pimentón (también lleva patata, aceite y agua).
“Toca, toca, que son para tocar”, comenta Corso a un comensal en referencia a las cuatro fotografías que se exhiben en cada mesa en sus correspondientes atriles, mientras se degustan los platos. Son imágenes de autor, especialmente cuidadas. “No parecen hechas con móvil, ¿no?”, añade el fotógrafo, acompañado por la chef, que siempre le ha dado especial importancia a la estética. Rodrigo asegura que cuando elabora un plato enseguida coge el móvil y lo fotografía “desde arriba a ver cómo queda”. Llegó a cambiar la iluminación de su establecimiento porque se percató de que después de mucho trabajo para lograr un color determinado para sus platos, la luz lo cambiaba en la sala. La cocinera es, además, plenamente consciente de que los platos suelen ser fotografiados por los clientes, lo que potencia su atención. Tiene intención de incorporar por encargo el menú Comer con los ojos a la oferta de su restaurante.
También se establece una relación directa entre los embutidos vegetales de Begoña Rodrigo, que remiten a un producto cárnico que no es, y la serie fotográfica realizada en el taller de un artista fallero, con sus ninots que son muñecos inventados a partir de la realidad. La sátira se llama este maridaje trampantojo que se ofrece antes del nido de chirivía, que recuerda a las canastas y cestos de mimbre que entrelaza María Dolores que decoran muchas de las casas de los vecinos de Sot de Chera, el pequeño municipio de la Serranía valenciana del que es oriunda la chef.
Espectacular y muy colorido es el aspecto de La tiara de encurtidos y salazones, adornados con flores, uno de los platos más reconocidos de La Salita. En este caso marida con la serie de fotografías sobre el espolín, el característico tejido del traje de fallera que recibe el nombre del telar con que se confeccionan de manera manual con la seda los patrones florales. Estas fotografías, realizadas en Casa Garín, son especialmente llamativas, al igual que las realizadas en la fragua del herrero tradicional que marida con la gamba de Dénia, y su radiografía translúcida a modo de acompañante comestible. El suculento arroz con bacalao de Orza se sirve con imágenes del taller de Cuca, en el que hace a mano un papel que en sí ya es una pequeña obra en sí mismo. Los claroscuros de las imágenes se repiten en la penumbra de una cava subterránea, donde reposa el queso casero de Nacho, que se sirve en La Salita con higos en un postre fresco y suculento que conforma La hermandad, el último plato del menú Comer con los ojos.
Este proyecto cuenta también con la colaboración con la Universitat Politècnica de València (UPV). De la mano de Purificación García, investigadora de la UPV y cofundadora de Food Design, y José Alba, se desarrollará un estudio basado en qué reacciones genera en los comensales el maridaje fotográfico y la relación entre alta gastronomía y el storytelling visual. Este mismo equipo publicó un estudio recientemente que señala que “el impacto visual genera muchas expectativas e influye en cómo percibimos el sabor y la textura de los alimentos”.
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