Los flamencos de l’Albufera, entre el espectáculo y el reto medioambiental y agrícola
Los arroceros reclaman indemnizaciones mientras los técnicos estudian el abandono de cientos de nidos de aves que llegan a Valencia por la sobreexplotación de Doñana
No son una imagen de postal, aunque haya habido colas kilométricas para verlos, fotografiarlos y contarlo. Pero tampoco una plaga, aunque remuevan los fondos marinos, pisoteen los arrozales y puedan dejar sin comida a patos colorados, charranes o gaviotas. Sí han sido una cifra récord: 28.000 flamencos, más del doble de los 12.000 registrados el año pasado, aunque de muchos de ellos se ha perdido el rastro desde este jueves. Sí son un reto medioambiental. Y sí son, añade Mario Giménez, delegado de SEO Birdlife en la Comunitat Valenciana, una unidad de medida de cómo está l’Albufera de València. Otra forma de mirar, con “mirada de flamenco”, a un humedal que sufre los efectos de la sequía, la descoordinación entre administraciones, la subida de las temperaturas y la tensión entre biodiversidad y usos humanos.
Mario Giménez pasa algunas mañanas revisando el estado del agua en el Tancat de la Pipa, controlando a las poblaciones de fochas, diseñando filtros verdes. José Pascual Fortea pasa algunas mañanas sembrando arroz y, últimamente, todas las noches dando vueltas con el coche por sus campos para ahuyentar a los flamencos, que picotean y pisotean la siembra hasta arruinarla. “Conduces con las luces puestas, pegas pitidos, bajas del coche, te metes en el campo y los haces volar, pero están allá donde vas; los mueves de un sitio y vuelan a otro”, asegura. Fortea es el presidente de la sectorial del arroz de la Asociación Valenciana de Agricultores (AVA-ASAJA), que en los últimos días ha alertado del daño que ya causaron los flamencos a sus cultivos en la última cosecha, cuando en l’Albufera había menos de la mitad de los que han llegado este invierno. Desde que escuchó que este año se habían multiplicado, teme la primavera y pide medidas: “O las administraciones reducen la población de flamencos a niveles razonables o establecen una línea de compensaciones con suficiente cuantía económica para cubrir los daños en el cultivo”. La consejería de Medio Ambiente, de momento, ha convocado la Junta Rectora del Parque Natural de l’Albufera el próximo 11 de enero. Asegura que informará, entre otras cosas, sobre “la evolución de los controles diarios de fauna que registran los técnicos del parque natural, entre ellos, las colonias de flamencos que se han detectado en las últimas semanas”. Sobre las posibles compensaciones, el PSPV, por su parte, denuncia que presentó una enmienda a los Presupuestos de la Generalitat para 2024 para que se impulsara una línea de 900.000 euros para los agricultores que habían sufrido daños por los flamencos, que fue rechazada.
“Efecto llamada” y una desaparición
Desde el centro de interpretación del Racó de l’Olla, se han podido ver miles de flamencos, una cola de cientos de personas y un atasco de decenas de coches. Ahora, casi no queda ninguno, sin que los técnicos del Servicio Devesa-Albufera, dependiente del Ayuntamiento de València, sepan por qué se han marchado, abandonando su colonia de cría de cientos de nidos, que no podrán salir adelante sin ser incubados. Según el profesor del departamento de Ecología en la Universitat de València Miguel Ángel Gómez Serrano, es cierto que el Racó ha recibido un enorme número de visitas, pero no se puede asegurar que hayan espantado a las aves: “La entrada está muy regulada, con aforo y solo hay un itinerario”. Quizá, añade, tiene más que ver con especies depredadoras que los hayan podido intentar cazar. Sobre dónde están ahora, se desconoce. “Puede que estén, por grupos, en zonas de arrozal o en algún otro punto de l’Albufera. Pero también puede que se hayan marchado al Delta del Ebro o a Andalucía”, explica Gómez Serrano. Este viernes, tampoco se podía dar respuesta a cuántos flamencos quedan en el parque natural.
“Los flamencos no se pueden quedar en una imagen de postal, son un síntoma de un tema más serio y complicado”, asegura Mario Giménez desde SEO Birdlife. Como los problemas derivados de la propia presencia de esta especie, que remueve los fondos marinos y enturbia el agua, lo que puede impedir que crezca la vegetación submarina que sirve de alimento a otras especies. Que, además, bloquea el cultivo del arroz. Que ha llenado el Racó de l’Olla y el Tancat de la Pipa y desplazado a otras aves. “Nunca sabemos cuándo y dónde se van a marchar, pero no tienen demasiada capacidad de elección”, apunta.
En realidad, no es extraño que los flamencos vuelvan, por un “efecto llamada” ornitológico y, “sobre todo, porque se van quedando sin alternativas”, explica Mario Giménez. La metáfora, dice, es sencilla: “Si en un barrio hay tres restaurantes y cierran los dos buenos, la gente irá al malo, pero en el malo no pueden pensar que tienen más público porque sirven una comida excelente, sino porque no hay más opciones”. El restaurante malo, en la metáfora, es una Albufera que está mejor que Doñana -sobreexplotada- o que Fuente de Piedra -seca-, pero afronta importantes problemas.
Agua marrón, sequía y planes de gestión
Según el delegado de SEO Birdlife, más que la falta de agua, el problema hídrico de l’Albufera es la arbitrariedad: “Manda narices que todo tenga que depender de que salga en los medios y se monte el lío”. El “lío” se montó por la escasez de agua, y ahora l’Albufera recibirá un nuevo aporte de caudal de la Estación Depuradora de Aguas Residuales de Pinedo 2. Según José Pascual Fortea, ahora “hay suficiente agua siempre que no se abra el grifo que no toque”.
Agua suficiente, según Fortea, pero marrón. A finales de verano, las cianobacterias presentes en la laguna por el exceso de nitrógeno y fósforo suelen volver el agua de este color durante unas semanas. Pero este año saltó la voz de alarma: el marrón no desaparecía. Después de varios análisis de las aguas, los expertos han encontrado otro tipo de cianobacteria nunca vista hasta ahora en l’Albufera. “No debería estar aquí y ahora se está intentando averiguar por qué”, resume Giménez. Mientras se mantenga ese tono, el agua estará menos transparente, la vegetación sumergida no tendrá la suficiente luz para crecer y las especies que se alimentan de ella tendrán que buscar otro sustento.
Todo ello está ocurriendo mientras el Ayuntamiento de València y la Generalitat acuerdan pedir la declaración de l’Albufera como reserva de la biosfera de la Unesco. “Me parece muy bien mientras no sea otra cortina de humo”, destaca Mario Giménez. A corto plazo, reclama diseñar los usos del agua pero también las medidas compensatorias para los agricultores “desde ya”. Sobre las medidas disuasorias que insinúan desde AVA-ASAJA para que los flamencos no se instalen en el lago, cree que no funcionarán si “no tienen otro sitio donde ir”. Por eso, a largo plazo, apuesta por crear más espacios como el Tancat de la Pipa, que sirvan para limpiar el agua y como reserva de determinadas especies. “Habría que crear un cinturón, pero eso cuesta dinero e implica la expropiación de algunos arrozales”, asegura Giménez, que ve natural “empezar a desmontar el proceso anterior de montaje de arrozales a costa de la laguna”: “Ahora hay que hacerlo poco a poco al revés”. En cualquier caso, dice, es el momento de “pensar l’Albufera del futuro, que tiene unos retos que ya están aquí”. Si no se hace ya, concluye, el lago será “lo que surja de la crisis climática, la falta de agua o la crisis del arroz”.
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