_
_
_
_
_

L’Albufera, más flamenca que nunca

El humedal valenciano alberga su mayor colonia de aves, con 121.329 ejemplares, entre ellos flamencos de Doñana, gracias a la mayor inundación para cultivar arroz de los últimos años

Doñana
El pasado año fue el mayor año de avistamiento de aves en l'Albufera y entre ellos flamencos procedentes de Doñana. En la imagen, El Tancat de la Pipa.Mònica Torres

Si tuviera que explicar la presencia de flamencos en l’Albufera, Mario Giménez recurriría a los clásicos: “Es el agua, estúpido”. La falta de agua en otros humedales como Doñana obliga a las aves que viven en ellos a migrar, y eso explica que no solo haya más flamencos en l’Albufera, sino que incluso hayan criado por primera vez. “Hasta los flamencos” vienen a territorio valenciano, celebraba el alcalde de Valencia, Joan Ribó, la semana pasada, en plena precampaña electoral. Un entusiasmo que matiza el delegado de SEO BirdLife en la Comunidad Valenciana: “Los mensajes simples encajan muy mal con la forma de actuar de la naturaleza”. Y es que la cantidad de agua es importante, sí, pero también la calidad, y el hecho de que el agua esté sucia o limpia, de que albergue más o menos plantas, puede ser una cuestión de vida o muerte para otras especies de aves. A l’Albufera no le sobra agua, aunque tenga más que Doñana, pero además, para algunas especies, tiene un problema de calidad.

A los flamencos les afecta más la disponibilidad de agua que su calidad. Ante el deterioro de Doñana, explica Mario Giménez, “se buscan la vida y se reparten en otros humedales que sí que tienen agua”, como l’Albufera, que este invierno recibió la mayor inundación para el cultivo del arroz de los últimos años. No era raro verlos pasar temporadas en el lago desde hace años, pero ahora hay más, llevan más tiempo y, por primera vez, han criado en la zona del Racó de l’Olla. A territorio valenciano han llegado después de un largo viaje y, aunque hayan establecido temporalmente su “campamento base” en Valencia, siguen recorriendo muchos kilómetros al día: suelen ir a comer a Elche y pueden volar hasta Orán, en Argelia, en una noche.

Pero no todo lo que rodea a los flamencos en l’Albufera es motivo de celebración. Para empezar, explica el responsable de SEO BirdLife, porque la presencia de estas aves no es inocua para el entorno: “Tienen una forma de comer que remueve los fondos, y eso libera nutrientes que enturbian el agua”. Que el agua esté limpia no solo es una preocupación estética: un lago turbio impide que pase la luz del sol al fondo, y eso no deja vivir a algunas especies de plantas subacuáticas que, a su vez, necesitan para alimentarse algunas aves. El movimiento de los flamencos en los fondos al comer, además, puede impedir que crezca el arroz en los campos de cultivo, donde suelen instalarse.

Por su localización, se solapan las dos principales rutas migratorias europeas (la del Atlántico Este y la del Mediterráneo y Mar Negro), por lo que se trata de un enclave de alto valor para la conservación de las aves acuáticas migratorias.
Por su localización, se solapan las dos principales rutas migratorias europeas (la del Atlántico Este y la del Mediterráneo y Mar Negro), por lo que se trata de un enclave de alto valor para la conservación de las aves acuáticas migratorias. Mònica Torres

En cualquier caso, Giménez prevé que los flamencos preferirán otras zonas, de agua más salada, para establecerse a largo plazo, y cree que no hay que “hacer un drama” si los próximos años se ven menos flamencos en el lago. No solo es ley de vida, sino que lo contrario podría ser insostenible en el entorno de l’Albufera.

Pero no solo de flamencos vive l’Albufera y, hasta la primavera, invernaron en ella 121.329 ejemplares de 60 especies de aves, cifras récord que Mario Giménez también matiza. “Sí, es una cifra récord, pero ahí tenemos flamencos, garzas, gaviotas, patos, y cada uno nos cuenta historias distintas”, advierte.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Una de estas “historias” es la del pato colorado y la de la focha común, que antes se encontraban en el humedal a miles y ahora solo por decenas, porque les falta comida: las aguas del lago, cuando se enturbian, ocultan las plantas subacuáticas del sol y las matan. Otra es la de algunos “pajaritos” como el carricerín real o el bigotudo, que viven en carrizales inundados y bien poblados, y se encuentran con matas cada vez menos densas. Una historia similar viven las garzas: aunque siguen encontrando larvas y peces que comer en el arrozal, el efecto de los sulfatos en el suelo hace que la cantidad de pollos que consiguen criar se haya reducido a la mitad en 30 años. Las historias que se pueden contar si se observa la evolución de estas especies, en resumen, están a veces más cerca del drama que de la comedia.

Gestionar sin manual de instrucciones

El día a día de un ecosistema como l’Albufera no es fácil, y menos gestionarlo “sin manual de instrucciones”, como denuncian los técnicos de Acció Ecologista - Agró Matthieu Lassalle y Eva Tudela. A pesar de la dificultad, el trabajo de esta organización y SEO BirdLife en la reserva del Tancat de la Pipa ha conseguido crear un microespacio, de 40 hectáreas frente a las 21.000 de parque natural, con las mejores condiciones de agua, flora y fauna, lo más parecido a un hotel de lujo para las aves. Es un modelo que se podría exportar a toda l’Albufera, pero hacen falta cambios. “Se podría empezar por reorientar los cultivos a una producción más sostenible”, apunta Lassalle. Igual no hace falta sulfatar todos los días en las motas, que son un refugio para insectos que pueden ser de ayuda contra las plagas, señala. Igual los murciélagos pueden ser tan eficaces en el control de infecciones como los productos químicos, añade.

Lo prioritario para que no solo los flamencos puedan llevar una buena vida en el parque es volver a engarzar los eslabones de una “cadena rota”. Así define el ecosistema de l’Albufera Eva Tudela, que explica que la ruptura del orden natural en el humedal se produjo, sobre todo, en los 70, a raíz de una mayor contaminación de las aguas residenciales, urbanas e industriales que terminaban entrando en contacto con el lago. “Los lagos necesitan agua de calidad, además de en cantidad”, señala, y concluye que l’Albufera ha tenido, a lo largo del tiempo, ambos tipos de problema.

Ahora, para los ecologistas, la gran lección a aprender de los flamencos en l’Albufera es que no están solos. Que estas aves han hecho del lago su casa porque han encontrado más agua que en otros lugares, pero que la cantidad de agua, por sí sola, no es suficiente para otros inquilinos del humedal. “Somos el eslabón final del sistema hídrico: a los humedales se aporta agua que ya ha sido utilizada para otros usos y que a veces llega en malas condiciones o en poca cantidad”, explica Eva Tudela. Cantidad y calidad de agua, fauna y flora, conforman la verdadera radiografía del estado del parque natural, que va más allá de los flamencos. Lo que hay que celebrar, para SEO BirdLife y Acció Ecologista, es que los flamencos hayan atraído la atención sobre l’Albufera. Podría servir, concluyen, para que los humedales dejen de ser “el último mono de la cadena del agua”.

El Tancat de la Pipa, en l'Albufera.
El Tancat de la Pipa, en l'Albufera.Mònica Torres

El Tancat de la Pipa: un paraíso

Aunque han criado en el Racó de l’Olla, los flamencos son una imagen habitual de los últimos días en el Tancat de la Pipa, una reserva de 40 hectáreas con diversos hábitats de agua dulce que reúnen las mejores condiciones de todo el parque natural. El secreto, según el técnico de Acció Ecologista - Agró Matthieu Lassalle, está en los filtros verdes, diez hectáreas plantadas con carrizo, enea, juncos o lirios, vegetación por la que pasa el agua que llega “cargada de materia orgánica” del resto de l’Albufera. La vegetación “limpia” ese agua y, como resultado, ese reducto contiene las aguas más limpias del parque y a la mitad de la población reproductora de especies como el pato colorado o la focha común. Ahora, también a los flamencos, a los que “les viene bien el arrozal para alimentarse pero, cuando los cultivos se secan, se encuentran con 14.000 hectáreas de l’Albufera donde ya no pueden estar y se tienen que buscar la vida”.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_