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palos de ciego
Columna
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La pasión por la ignorancia

El secesionismo catalán es una forma de revolución de los ricos: un movimiento esencialmente reaccionario

Un activista independentista catalán al lado de la calle Bisbe en el distrito histórico, mostrando una bandera y un cartel que dice ''Independencia'' en Barcelona el 10 de noviembre de 2024
Un activista independentista catalán al lado de la calle Bisbe en el distrito histórico, mostrando una bandera y un cartel que dice ''Independencia'' en Barcelona el 10 de noviembre de 2024orge Mantilla (NurPhoto / Getty
Javier Cercas

Es así: sabemos, pero no queremos saber. Y no queremos saber porque ese saber nos incomoda, porque no nos gusta ni nos conviene, porque nos saca de nuestras casillas y nos impide o amenaza con impedirnos seguir confortablemente instalados en falsedades ventajosas. En 1957, el psicólogo Leon Festinger denominó “disonancia cognitiva” a esa forma de ignorancia deliberada.

“Asombra la ceguera occidental”, escribió Lluís Bassets sobre la guerra de Ucrania. “Nuestra ceguera”. El asombro está justificado. Putin dijo desde el principio lo que iba a hacer, pero no quisimos escucharlo. Dijo que la caída de la URSS era “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX” y anunció que su propósito consistía en reconstruir el imperio soviético. Dijo que Ucrania no existía, que era una pura invención bolchevique, y que él quería devolvérsela a Rusia. Bastaba con viajar un poquito por los países del Este de Europa para que todo el mundo, de izquierdas, de derechas o mediopensionista, te dijera lo mismo: ojo con Putin, no sabéis con quién os estáis jugando los cuartos, habla completamente en serio. Putin demostró una y otra vez, de todas las formas posibles —en Siria, Chechenia, Georgia, Crimea o el Donbás, en la propia Rusia—, que el único lenguaje que entiende es el de la violencia, y la única ley que respeta, la del más fuerte… Todo en vano: en febrero de 2022, horas antes de la invasión a gran escala de Ucrania, con el ejército ruso desplegado en sus fronteras, aún había entre nosotros quien acusaba a Occidente de inventar la amenaza —”aspavientos belicistas”, los llamaron—, y todavía hoy, con el suelo de Ucrania ensangrentado a diario de masacres, hay quien habla de “rusofobia” y quien culpa de todo a Zelenski y la OTAN. Pura disonancia cognitiva. Volveré a citar a Proust: lo que ha entrado irracionalmente en una cabeza no puede salir de ella de forma racional. Pero no hace falta recurrir a una guerra para ilustrar nuestro ferviente deseo de ignorancia. Podría aducir ejemplos personales; aduzco otro político, porque la política nos atañe a todos. En todas las campañas electorales, En Comú Podem —la vertiente catalana de Sumar— increíblemente saca a pasear la oxidada parafernalia conceptual —fúnebre, embustera, analfabeta, troglodita—del difunto procés, que ya ni los propios secesionistas se creen: el llamado derecho a decidir, el derecho de autodeterminación. Pero es imposible que, a estas alturas, los llamados comunes no sepan que el llamado derecho a decidir no existe en ningún ordenamiento jurídico del mundo, y que no puede existir, porque esa expresión es una aberración gramatical: “decidir” es un verbo transitivo; no se puede decidir en abstracto, al menos en democracia nadie puede decidir lo que le da la gana. También es imposible que los comunes ignoren que lo que en realidad reclaman —ellos y los secesionistas— no es el derecho de autodeterminación, inaplicable en una democracia, sino el de secesión, un derecho diseñado para situaciones de dominio colonial, guerra o violación masiva de derechos humanos. Y es inconcebible que digan que la izquierda quiere ampliar derechos —en lo que llevan razón— y no sepan que, si a un ciudadano le arrebatas el derecho de ciudadanía, como pretenden hacer con nosotros los secesionistas, le arrebatas todos y cada uno de sus derechos, que penden de aquél. En definitiva, es imposible que a estas alturas no sepan lo que sabe incluso Thomas Piketty, y es que el secesionismo catalán, del que ellos han sido los principales palmeros, es una forma de revolución de los ricos: un movimiento esencialmente reaccionario, profundamente insolidario y, como mínimo en otoño de 2017, inequívocamente antidemocrático. Lo saben, claro que lo saben, y nosotros también; pero ni ellos ni muchos de nosotros queremos saberlo.

“Todos los hombres tienen naturalmente el deseo de saber”, dice Aristóteles en el arranque de su Metafísica. Es verdad: la pasión por el conocimiento nos define; pero también nos define la pasión por la ignorancia. La primera nos ennoblece y nos construye; la segunda nos envilece y nos destruye. No sabemos cuál de las dos prevalecerá

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Sobre la firma

Javier Cercas
Javier Cercas nació en Ibahernando, Cáceres, en 1962. Es autor de 12 novelas que se han traducido a más de 30 idiomas y le han valido prestigiosos galardones nacionales e internacionales. Ha recibido, además, importantes premios de ensayo y periodismo, y diversos reconocimientos al conjunto de su carrera. Es miembro de la Real Academia Española.
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