El ‘efecto de los tres días’: 72 horas en el campo y volverás como nuevo
Según diversos estudios, la exposición a entornos naturales mientras aparcamos las herramientas tecnológicas es un limpiaparabrisas mental que quita el cansancio acumulado.
Muchos anhelamos el verano porque es sinónimo de descanso. Necesitamos ese tiempo para recargar pilas, nos llenamos de planes y de objetivos, pero no siempre es fácil cumplirlos. Incluso, si nos lo montamos mal, tenemos el riesgo de regresar aún más cansados. Para hacer frente a dicha amenaza, existe una alternativa que nos permite que nuestra mente descanse de verdad: el “efecto de los tres días”, como lo ha bautizado el psicólogo cognitivo David Strayer, profesor de la Universidad de Utah. Es una opción sencilla, económica y está al alcance de cualquiera; ya se intuía hace más de 2.500 años y la neurociencia lo ha demostrado recientemente. Veamos en qué consiste.
“Descansar proviene de la posibilidad de hacer exactamente lo contrario de lo que solemos hacer diariamente”, explica Joaquín Araújo, escritor y uno de los grandes naturalistas reconocidos en España. Nuestro cuerpo descansa física y mentalmente cuando dormimos, es decir, cuando hacemos lo opuesto de aquello que nos ocupa cuando estamos despiertos. Si lo tomamos como punto de referencia, descansar significaría recuperarnos del agotamiento no solo físico sino mental. Y qué mejor manera que regresar a nuestros orígenes que entrar en contacto con la naturaleza.
A lo largo de los millones de años de evolución hemos desarrollado la biofilia o conexión y amor con los seres vivos, pero no estamos diseñados biológicamente para que nuestra atención esté constantemente atrapada en la tecnología. Podemos recuperar dicho sentimiento a través de múltiples maneras, y una de ellas es el “efecto de los tres días”. Según el doctor Strayer, necesitamos disfrutar de la naturaleza sin ningún tipo de distracción de pantallas durante al menos tres días seguidos, sea en un bosque, en el campo o en el mar. Dicho efecto sería la situación ideal para recargar pilas en verano, pero los beneficios de estar en contacto con la naturaleza se pueden plasmar en rutinas incluso más accesibles. En una reciente investigación publicada, se comprueba el efecto positivo en nuestro cuerpo después de una caminata de 40 minutos por la naturaleza, en comparación con un paseo por entornos urbanos. A través del ECC, un dispositivo que registra las ondas cerebrales, aquellos que pasearon por entornos verdes mostraron un descenso de las ondas theta frontales. En otras palabras, estar en contacto con la naturaleza disminuye nuestra rumiación mental, además del estrés, y nos ayuda a tener una atención más sostenida. Equivaldría a pasar un limpiaparabrisas en nuestra mente para restaurarnos del cansancio acumulado.
Cuando disfrutamos de la naturaleza, aunque sea viendo verde desde nuestra casa, también algo nos sucede. Así lo atestiguan diversas investigaciones. Las personas que viven en las ciudades cerca de zonas ajardinadas tienen mayor esperanza de vida y menor incidencia en 15 enfermedades físicas y mentales, según estudios realizados en universidades de Canadá, Holanda e Inglaterra. Si no tenemos ese privilegio, podemos intentar sustituirlo por el contacto frecuente con la naturaleza a través de caminatas. La profesora Liisa Tyrväinen y su equipo del Instituto de Recursos Naturales de Finlandia recomiendan una dosis mínima de naturaleza de cinco horas al mes para sentir los efectos positivos en nuestro estado de ánimo. Todo ello, lógicamente, evitando que los dispositivos nos atrapen.
Además, el contacto con la naturaleza transforma nuestras emociones y nos hace ser más generosos, según otros hallazgos. Gregory Bratman, de la Universidad de Stanford, comprobó que, tras una caminata de 50 minutos en entornos naturales en comparación con un paseo en ambientes urbanos, quienes la practicaban registraban menor ansiedad, menor nostalgia y más emociones positivas. Es más, en la Universidad de Berkeley se observó que estar expuestos a entornos naturales, aunque fuera a través de pantallas que mostraran paisajes o rodeados de plantas de interior, tenía un efecto positivo en la generosidad de nuestras decisiones económicas.
Podríamos decir que descansar significa regresar también a nuestra esencia. Somos seres vivos, y aunque hayamos creado grandes estructuras de hormigón e inmensas ciudades parece que algo en nosotros anhela nuestros orígenes. Así parece que se intentó evocar hace más de 2.500 años con los primeros jardines en las ciudades. Un buen propósito para recargar pilas en el verano es lo que propone Joaquín Araújo: “Aprender a sentarnos frente a un panorama inmenso para que se despierten nuestros sentidos”. Y añade: “Aunque el primer día haya que aguantar la ansiedad de no tener wifi”. Si estas vacaciones nos lo proponemos, es posible que nos recuperemos internamente. Y no tanto por lo que la ciencia nos diga, sino por lo que nos hace sentir la naturaleza cuando entramos en contacto con ella.
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