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Cómo entender a los adolescentes

El reto de pasar de la infancia a la pubertad y de ahí a la edad adulta exige de los mayores empatía y acompañamiento. Y capacidad de mentalizar contra la desesperanza ante el futuro

Adolescentes
Marta Sevilla

En una charla sobre ecoansiedad que mantuve con la bióloga Odile Rodríguez de la Fuente y Enric Soler, este profesor de Psicología de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) comentó que, para comprender lo que vive un adolescente, solo hay que mirar la propia etimología de la palabra. Procede de la voz latina adolescere, que puede traducirse como “adolecer” o “estar en duelo”. ¿De qué duelo hablamos? Del difícil tránsito que nos lleva de la infancia a la edad adulta. Solemos relacionar la infancia con la inocencia y la seguridad. Los progenitores pueden ser vistos como seres omnipotentes o infalibles, que saben lo que se hacen y procuran lo mejor para nosotros. De su mano, no hay nada que temer.

Más allá del despertar de la sexualidad o de la búsqueda del propósito, empezamos a ingresar en el mundo adulto al darnos cuenta de que nuestros padres son imperfectos y que el mundo también lo es. Con unos noticieros que priman el sesgo negativo de la agresividad, el conflicto y el pesimismo, el adolescente abandona la cálida seguridad de la infancia para enfrentarse a un mundo amenazador. Esto, sumado a las dudas y retos propios de la adolescencia, cuando se cuestionan la orientación sexual o su futuro académico y laboral, hace que los episodios de ansiedad y depresión se disparen, llegando en casos extremos a pensamientos de suicidio.

¿Qué podemos hacer para ayudarlos? Según el Servicio de Atención Temprana de la Fundación Esfera, el primer paso es comprender qué está viviendo el adolescente. Por una parte, el niño asiste a la transformación de su propio cuerpo, lo cual puede ser inquietante, sobre todo cuando nos vemos fuera de los cánones que consideramos idóneos. En segundo lugar, las relaciones cambian. Según el taller de la inmediatez en la adolescencia de la fundación antes citada, “por un lado viven la sexualidad como un enigma, y más hoy en día con la cantidad de posibilidades que hay”. Así, mientras el joven intenta afirmar su identidad, tiene que lidiar con el rechazo o aceptación de las parejas a las que aspira, lo cual es un estrés suplementario.

Los autores de este informe señalan las notorias diferencias que hay entre la adolescencia de hace tres o cuatro décadas y la actual. Así como los jóvenes de principios de los ochenta se enfrentaban a las bandas o a drogas como la heroína, el riesgo de los adolescentes actuales está vinculado al aislamiento y la satisfacción inmediata. La adicción a las tecnologías y la prisa por obtener seguidores o ingresos rápidos a través de las redes hacen que desconecten de la realidad analógica y que tengan más dificultad a la hora de abordar relaciones reales. Son pasto del desánimo cuando ven que sus intentos de conseguirlo todo con un clic no funcionan. La tecnología ha complicado, además, la necesidad adolescente de pertenecer a un círculo. En una edad en la que el vínculo con la amistad o la tribu son vitales, no recibir respuesta inmediata de un wasap o sufrir ghosting se vive como un drama.

Respetar sus tiempos y ofrecer alternativas. Como adultos, tenemos la impresión de que el chaval “no hace nada”. Se levanta tarde; pasa horas trasteando en el ordenador o el móvil; le cuesta ponerse con los deberes o con cualquier cosa que consideremos productiva. En realidad, señala el equipo de la Fundación Esfera, “el adolescente está haciendo un gran trabajo psíquico (…), porque no se encuentra del todo pese a su búsqueda”. En lugar de criticarlo, podemos ofrecerle alternativas, como una salida al cine —atendiendo más a sus gustos que a los nuestros—, una comida en un restaurante o una excursión. Lugares y situaciones que faciliten la conversación sin que se sientan obligados a ello.

Combatir la desesperanza hacia el futuro. En el diálogo es importante empoderarlos, en lugar de enumerar sus defectos o las dificultades del futuro. Hacerles entender que nada está escrito y que, al final, serán ellos quienes escriban su historia con sus actos. Para eso, en vez de señalar sus debilidades, el adolescente necesita que se elogien sus fortalezas, de modo que se anime a hacer algo con ellas.

Compartir nuestra propia vulnerabilidad. Un joven artista al que conocí temía contarle a su padre, muy rígido y estricto, su descubrimiento de la homosexualidad, tras haber sido abandonado por su primera pareja masculina. Para su sorpresa, el padre no criticó su cambio de orientación y le confió que, a su edad, fue abandonado por una pareja muy querida. Eso les hizo sentir a ambos en igualdad y pudieron charlar largo rato.

‘Boyhood’: una oda a la maduración.

— Para los progenitores que se congelaron al ver filmes como Kids o Thirteen, que plasman sus peores miedos, hay una película que debería ver quien quiera acompañar a su hijo en el tránsito hacia la edad adulta: la monumental Boyhood, rodada por Richard Linklater a lo largo de 12 años con los mismos actores. Siguiendo al pequeño Mason, veremos cómo va superando obstáculos desde los 6 hasta los 18 años con el apoyo de los padres.

Francesc Miralles es escritor y periodista experto en psicología.


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