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Libros
Columna
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Las últimas frases

Se ha hablado mucho, yo diría que hasta el aburrimiento, de los textos. Creo que se mitifican en exceso

La artista conceptual y filósofa Camila Cañeque.
La artista conceptual y filósofa Camila Cañeque.Caeryrodar (Wikipedia)
Rosa Montero

Ha llegado a mis manos un libro singular, pequeño pero de algún modo enorme. Salió el pasado mes de marzo, se titula La última frase y es el primer libro de Camila Cañeque. Supongo que también será el último, porque Camila murió el 14 de febrero, a los 39 años, mientras su obra se imprimía. Veo ahora que era artista y filósofa; que reflexionaba en sus trabajos en torno al tema del cansancio existencial. Hizo instalaciones y performances artísticas en diversas galerías y museos, nacionales e internacionales. En 2013 se tumbó boca abajo en un pasillo de Arco vestida de flamenca, rodeada de flores y poemas del Romancero gitano, de Lorca. Como no había pedido los permisos correspondientes, Arco la obligó a levantarse. Yo no la conocía antes de llegar a este libro, pero todo lo que ahora veo de ella me interesa. La última frase es de una originalidad deslumbrante. Tiene detrás un trabajo ciclópeo, y tanto el lenguaje como el pensamiento poseen la agudeza y la esencialidad de la destilación de un alquimista.

La idea es muy sencilla, uno de esos hallazgos evidentes que estuvieron siempre ahí, pero que no vimos. Es un libro sobre los finales de los libros. Se ha hablado mucho, yo diría que hasta el aburrimiento, de los comienzos de los textos, y todos nos sabemos de memoria las primeras líneas de alguna novela. Personalmente creo que se mitifican en exceso esas frases iniciales: hay novelas maravillosas que no recordamos cómo empiezan, y por desgracia hay muchos párrafos primeros a los que se les nota demasiado el desaforado intento del autor por crear una apertura que atrape al lector, pura tramoya y farsa. Por otro lado, también se ha escrito bastante sobre las frases finales que dijeron los personajes famosos antes de morir. Desde el “Estoy tan aburrido de todo” de Winston Churchill al “Ya ha sido suficiente” de Beethoven, pasando por unas palabras conmovedoras, las de María Antonieta al subir a la guillotina, que, tras pisar sin querer al verdugo, le dijo: “Perdone, señor, no fue a propósito”. Todas estas sentencias y muchas más ruedan por el mundo desde hace tiempo, aunque dudo de que sean muy fiables. (Salvo lo de la pobre María Antonieta, que parece ser cierto).

Pero el texto de Camila habla de algo nunca recopilado antes, que yo sepa: del final de los libros, y recoge nada más y nada menos que 452 últimas frases de otras tantas obras. Yo habré leído cerca de la mitad de ellas, pero ninguno de los textos me sonaba, lo cual, aparte de mi proverbial desmemoria, me hizo comprender que el final de los libros que leemos va más allá de sus últimas palabras. Es un apagarse de la acción, una conclusión que viene de mucho más lejos en la trama, un cierre más vasto y complejo. Las novelas nos son necesarias porque ordenan el caos insoportable de la vida, y para ordenarlo han de ponerle un fin. Gracias a esos finales podemos consolarnos con un espejismo de destino y sentido en este insensato e incomprensible mundo.

Esto lo ha percibido Camila en su obra con visión de rayos X. Cuenta que siempre ha estado obsesionada por los finales, que empezaba las novelas leyendo la última página (ah, cómo me desesperan esos lectores) y que fue acumulando año tras año toda una obsesiva colección de frases últimas. También explica que toda su vida se sintió perseguida por la idea de la muerte (ah, qué cerca la he encontrado en eso: era de las mías). Durante un tiempo, cuenta, le dio por ir todos los días al aeropuerto a observar despedidas. En otra época, por acudir a los cementerios a ver entierros. Sus reflexiones sobre el tiempo y sobre el consuelo que los finales ofrecen (sobre todo si el finado es otro y somos supervivientes) son muy hermosas y están talladas como diamantes en el texto. Y además escalofrían por el hecho añadido de su inesperado fallecimiento. Quiero decir que es un libro sobre el fin de todas las cosas, y cuando lo leemos nos golpea la verdad esencial de que ella ya se ha ido. Igual que nos iremos todos algún día. “La solución a mi profunda aversión a la muerte ha sido medicarme con agonías. (…) Pero no se puede matar a la muerte”, dice. Falleció de forma súbita mientras dormía. Sin duda, el mejor de los tránsitos. Un poco demasiado pronto, pero ese es un dolor para quienes se quedan, no para ella. Ella consiguió ser la gran artista de los bellos finales.

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