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Maneras de vivir
Columna
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Una mujer que silba

Mira que somos raritos, y lo digo celebrando la rareza. Algunos, incluso, llegan a ser maravillosamente distintos

Marisa Pons, silbatriz profesional.
Marisa Pons, silbatriz profesional.Sara Pista
Rosa Montero

Verdad número uno: todos los humanos somos iguales. Verdad número dos: todos los humanos somos diferentes. Y ambas afirmaciones son muy ciertas, pese a su aparente contradicción. En la fraternidad esencial que todos compartimos me consuelo. Con la peculiaridad de cada quisque me admiro y regocijo. Porque mira que somos raritos, y lo digo celebrando la rareza. Algunos, incluso, llegan a ser maravillosamente distintos. Como una mujer de la que voy a hablar hoy.

Se llama Marisa Pons, nació en Zaragoza, tiene 48 años y silba.

“Empecé a silbar de muy pequeñita, es algo que no he decidido, estaba siempre ahí, forma parte de lo que soy, es decir, soy bajita, morena y silbo”, dice Marisa, que, en efecto, es bajita, morena y preciosa. Y, además, silba. Me la encontré en la fiesta de cumpleaños de una amiga a modo de artista invitada y silbó unos minutos. Es un sonido de otro mundo. Un aire afilado que se escucha, un hilo de luz que sólo se percibe por los oídos. Algo en verdad muy peculiar. En 2019, Marisa fue a Estados Unidos a participar en el Campeonato Mundial de Música Silbada de Los Ángeles (porque sí, ¡sí!, existe un campeonato mundial de esa disciplina) y ganó la medalla de bronce en el apartado de música clásica (silbó El Cisne, de Saint-Saëns) y la medalla de plata en la música popular (interpretó But not for me en la versión del trompetista Chet Baker). Nada mal para una silbatriz de Zaragoza.

Que, además, es autodidacta, con un largo proceso de aprendizaje. Primero fue, ya se ha dicho, lo innato, ese empeño en silbar salido de no se sabe dónde. Luego lo abandonó un poco; hizo Filología Hispánica, trabajó en París… Regresó a España y cursó otra carrera, esta vez Bellas Artes. Y, al terminar los estudios, reflexionó sobre lo mucho que le gustaba silbar, y sobre cómo el silbido la conectaba con el silencio de lo no verbal y le activaba otras formas de estar en el mundo. “El silbido parasita la respiración, es muy importante el uso del diafragma, y me di cuenta de que yo, que siempre he sido muy nerviosa, he usado el silbido desde niña como una forma de regulación”. Como un camino hacia la calma, digo yo tras escuchar sus palabras. Marisa empezó a pensar en el silbido, en fin, como una práctica artística alternativa. Y se lanzó a experimentar. A silbar en público, pequeñísimas actuaciones para amigos que se fueron complicando. Mientras tanto trabajó durante siete años en protocolo para el Circo Price de Madrid, y allí fue comprendiendo que necesitaba desarrollar una dramaturgia; que el silbido tenía que seguir siendo lo más importante del espectáculo, pero que había que rodearlo de algo más. Se unió al director, actor y bailarín Rolando San Martín y crearon dos piezas. La primera, Episodio 08, ganó en 2014 el primer premio del ACT Festival de Bilbao, un evento especializado en artes escénicas alternativas. Un programador coreano que los vio en el festival les ofreció un contrato. “Y en 2015 nos fuimos a Corea a silbar”. Después hubo otros espectáculos, el último, el año pasado, dentro del Festival de Otoño de Madrid. Marisa ahora trabaja en comunicación de Matadero Madrid y no quiere vivir solo del silbido “porque lo ahogaría”. Pero está preparando una nueva función titulada Panfilia, con uno de esos pedales multiplicadores del sonido y polifonías, “una especie de electrónica artesanal”.

Todo esto lo ha tenido que hacer sola, sin maestros. Bueno, tuvo como referente a Kurt Savoy, guitarrista y silbador español que participó en la banda sonora de Ennio Morricone para El bueno, el feo y el malo. “Ahora vive en París, pero le localicé y telefoneé y estuvimos hablándonos y silbándonos mucho rato. Él ya tiene una edad y una idea más tradicional del silbido y no pudo aconsejarme mucho, pero sólo hablar con él fue un subidón”. Marisa cada día se siente más fuerte, más audaz en sus propuestas. Ha avanzado mucho desde que, de niña, se metía bajo las faldas de la mesa camilla de su abuela “para estar a solas con el silbido y mi respiración”. El silbido, dice, es algo ancestral, algo a la vez muy sofisticado y muy primitivo. “La voluntad de silbar es la voluntad de renunciar a la palabra y de conectar con un tipo de imaginación no verbal, más animal, no civilizada”. ¿Algo que la enorgullece especialmente? Que la RAE, en su diccionario histórico, ha introducido el término silbatriz, y todas las referencias que da del sustantivo vienen de entrevistas que le han hecho a ella. En fin, ¿no os parece todo de una rareza deliciosa y magnífica?

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