Todos distintos
Todos somos divergentes en algo y eso empieza a aflorar. Y así, hay pequeños cambios sociales muy alentadores
Este mes España se ha llenado de carteles para visibilizar a las personas con autismo. Son un 1% de la población, dicen los anuncios, que coinciden con el lanzamiento de un plan del Ministerio de Derechos Sociales para desterrar la discriminación hacia ese colectivo. Un 1% es un montón de gente. Casi medio millón de conciudadanos. En estos días leo también en EL PAÍS una noticia sobre la afantasía, que es la incapacidad para crear imágenes conscientes en la mente. Por ejemplo, yo ahora te digo que visualices una casa en las montañas y, dependiendo de lo frondosa que sea tu imaginación, puedes añadirle más o menos detalles: el humo que sale de la chimenea, el camino serpenteante, los picachos asomando por detrás del tejado con el brillo azuloso de los glaciares, pero de un modo u otro la mayoría no va a tener problemas para representársela. Salvo los afantásticos, cuyo cableado neurológico los hace además proclives a reconocer peor las caras. Y el caso es que suman también un 1% de la población.
Esto me ha hecho recordar a los asexuales, que son aquellos hombres o mujeres que no sienten ningún deseo sexual (aunque sí emocional o romántico). El personal anda ahora reivindicando un millón de condiciones y elecciones sexuales, pero de estos pobres se habla muy poco. Y digo pobres no por su falta de apetito carnal, porque seguro que pueden ser felices sin eso, sino porque no los entiende nadie. Muchos lo ocultan o lo disimulan para complacer a sus parejas, a las que pueden amar profunda y tiernamente. Bueno, pues se calcula que también son un 1%. Qué curioso que todos estos colectivos ocupen la misma porción de la totalidad. Como soy muy evolucionista, esto podría implicar que es bueno para la especie que la selección natural vaya dejando un muestrario de diferencias en el conjunto de los humanos. Aunque quizá lo que pasa es que la comunidad científica aplica lo del 1% un poco a voleo, porque no pueden medir la cantidad mejor.
Estas peculiaridades de las que hablo no son enfermedades. Son condiciones biológicas, también llamadas trastornos cuando repercuten en la existencia. Como el autismo. Que, por cierto, varía muchísimo de una persona a otra. Y yo diría que muchas de las repercusiones negativas son causadas por la falta de aceptación del entorno. A la gente del espectro autista se la acosa escolarmente el doble, y, de adulta, sufre un desempleo atroz que va del 76% al 90%. Son cifras inadmisibles, es un cruel destierro social, una muerte en vida.
Pero no soy pesimista. En realidad, estamos viviendo tiempos formidables: por primera vez se empiezan a reconocer las diferencias neurológicas. El tiránico concepto de normalidad está resquebrajándose. Como concluyó un estudio de la Universidad de Yale (EE UU) de 2018, la normalidad no existe, no es más que la media estadística de la inacabable diversidad humana; de modo que no debe de haber una sola persona en la Tierra que atine con la media en todos sus parámetros. Todos somos divergentes en algo y eso empieza a aflorar. Y así, hay pequeños cambios sociales muy alentadores: por ejemplo, los supermercados Carrefour han instaurado una hora al día (la hora silenciosa) sin hilo musical y con las luces atenuadas para facilitar la compra a los clientes con neurodivergencia. Y están de moda las series de televisión con protagonistas autistas, como The Good Doctor o Bright Minds.
Claro que luego sucede que nos emocionamos con los personajes de las series, pero en la vida real seguimos dejándonos llevar por el mandato de la falsa normalidad y aislamos a los claramente distintos o incluso nos burlamos de ellos. Yo recomendaría un ejercicio; primero, cierta introspección. Bucea para encontrar tus diferencias, que ahí están, no te quepa duda. No es que seas totalmente normal (eso, ya digo, no existe), es que lo disimulas mejor, o incluso has reprimido tanto tus divergencias que las ignoras. Y segundo: cuando vayas al cine, o al fútbol, a un espectáculo con muchos asistentes, mira alrededor y empieza a calcular: un 1% de autistas, de asexuados, de afantásticos… Más ese 25% de humanos que, según la OMS, van a experimentar un trastorno mental en algún momento de su vida; más los ciegos al color, los tartamudos, los hiperlaxos y, en fin, la formidable variedad de lo que somos. Porque todos somos iguales pero, al mismo tiempo, todos somos distintos. Una diversidad maravillosa.
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