Muere a los 39 años Camila Cañeque, la filósofa y artista que abrazó la inactividad como forma de resistencia
La artista, de reconocida trayectoria internacional y cuyas ‘performances’ sobre la fatiga existencial marcaron un hito, sufrió una muerte súbita mientras dormía
Camila Cañeque (Barcelona, 1984-2024) fue una filósofa y artista conceptual que trabajaba con la performance, la instalación y la escritura para reflejar la fatiga existencial que, como explicaba en su biografía, atañe a “una resaca tanto física como política y medioambiental”. Parte primordial de su trabajo se basó en reivindicar la inactividad fruto del cansancio como filosofía de vida. Su obra fue revolucionaria al defender la pasividad, la horizontalidad, el ostracismo y la inactividad absoluta en un momento en el que el sistema capitalista fomenta la eficiencia y la productividad como medidores del éxito personal. Cañeque sufrió una muerte súbita a los 39 años. Murió el miércoles 14 de febrero, mientras dormía. Su exquisita mordacidad, unida a su profundidad, su sensibilidad y su sugerente visión del mundo, la convirtieron en una artista brillante y genuina. Su manera de ser reunía extravagancia y sofisticación, inteligencia y sentido del humor. Pocos intelectuales resultan tan genuinos y espontáneos a la par que complejos. La suya era una rebelión que no hacía daño a nadie, que invitaba a una contemplación distinta, lúdica, siempre más interesante acerca de todo. Esa autenticidad, unida a una impulsividad movida por una ilusión infantil contagiosa, y a la frescura de sus elocuencias, despertaban admiración. Nadie que la conociera quedaba impasible a su presencia.
Cañeque estudió Literatura Británica en la Universidad de Oxford y Filosofía en la Universidad de Paris-Sorbonne y a la excelencia teórica se sumaron las experiencias a lo largo de algunas de las ciudades más emblemáticas del mundo. Vivió largas temporadas en París, Nueva York, Madrid, Barcelona y São Paulo, donde se especializó en Cinema Performance. Pero su refugio fue siempre su casa de Girona, donde se sintió más libre que en ninguna otra parte. Imaginaba a Camila envejeciendo allí, en el lugar que se convertiría en un centro de peregrinaje adonde las nuevas generaciones de artistas podrían acudir para encontrarse con ella, que tenía mucho de leyenda y de personaje literario.
El trabajo de Camila Cañeque saltó a los medios de comunicación cuando la censuraron en ARCO en 2013. Allí acudió vestida de flamenca y, sin formar parte de la programación ni pertenecer a ninguna galería, realizó una performance por sorpresa, Dead end, en la que se arrojaba al suelo y permanecía boca abajo rodeada de versos del Romancero Gitano de Lorca y de claveles rojos, simbolizando la muerte de España y el agotamiento generalizado del sistema. Era el colofón a un proyecto, Where are our dresses, que consistía en un viaje de 27 días (número de letras del abecedario español) en el que recorrió EE UU vestida de flamenca como seña de identidad, documentando las reacciones de la gente a su paso.
Fue el despegar de una trayectoria cada vez más sólida en torno a ese agotamiento existencial (histórico y físico), las diferentes formas de reposo, la aceptación de la inutilidad y la negación rotunda a la acumulación y el progreso. Sus performances abordan actividades pasivas como la siesta, la espera dentro de un coche, la sauna, tomar el sol o recibir un masaje; y sus pinturas se centran en muebles diseñados para aliviar el cansancio sostenido (sofás, sillas, divanes, camas). Su obra ha podido verse en todo el mundo, desde la Vermelho Gallery de São Paulo, a Microscope Gallery, The Kitchen, Glasshouse Project o The Queens Museum, todos ellos en Nueva York, al Kulturhuset Museum en Estocolmo, pasando por el CaixaForum, la galería Joan Prats y la Virreina de Barcelona, hasta la galería Lucía Mendoza o el Museo Lázaro Galdiano o los Teatros del Canal de Madrid, entre otros espacios. La Juan Gallery, dedicada a la performance, acogió varias de sus muestras y le dedicó una retrospectiva, “el día después del día después”.
Durante la última temporada que vivió en Nueva York (de 2016 a 2019), Cañeque desarrolló sugerentes proyectos conceptuales como El teatro dormido, donde todas las sillas de un auditorio aparecían desocupadas y tumbadas en el suelo. Pero quizá lo más interesante fue la creación de charcos esculturales destinados a habitar interiores, representando el estancamiento y la parálisis vital. “Los charcos son territorios de inactividad que deben ser regados (cuidados) por sus propietarios. Son objetos muertos, pero vivos”, explicó entonces la artista cuando mostró el primero como parte de la exhibición Synonyms en la galería Soho20 de Nueva York, en 2017. “La mirada unánime es la fuente de mi alergia, siento hartazgo por el dictamen colectivo que hace que una experiencia de placer se convierta en un imperativo. La playa en verano es el bienestar previsto, asimilado, avalado por una hipotética mayoría. A mí me gustan las tormentas. Cuando llueve hay charcos. Me gusta pensar en lo que se rechaza como algo posiblemente deseable. Me niego a aceptar el credo, la dictadura de lo bueno, de lo bonito, de lo alegre. Si tiendo a poner la mirada en un charco con respecto a un río, es solamente por una cuestión de justicia”.
A Cañeque le encantaban los días grises y lluviosos, esa imposición al recogimiento le resultaba siempre fructífera. Tenía sensibilidad para captar matices y frecuencias que escapan a la percepción de la mayoría y, aunque esta sobreexposición innata la podía hacer más vulnerable a las heridas, fue siempre valiente, resiliente, constructiva. Era una creadora nata. No fue una mujer de excesos, tanto lo más infernal como lo más extraordinario ocurría siempre en su cabeza. Le gustaba el café, cocinar pasta en su apartamento de East Village escuchando música clásica. Pasear. Leer. Su obra está llena de guiños y referencias (La Divina Comedia inspiró su serie El purgatorio, en lo que constituye una crítica mordaz a la decrepitud del siglo XXI). Conversaba tanto con gente locuaz y extravagante, como con aquellos tímidos y extraños. Ambicionaba lo más sencillo y lo más complicado: amar y ser amada. Y fue una persona muy querida por todos los que la conocieron.
La obra de Cañeque abarca además los ensayos y la literatura. Su singular manera de escribir, en la que importa tanto lo que narra como lo que deliberadamente omite, está cargada de humanidad y de belleza. Muestra de su sensibilidad es el texto Los olvidantes que forma parte del libro colectivo Olvidar / Forgetting publicado en la editorial Brumaria o su texto Compartir intemperie, en Jotdown. Su estilo es tan personal que no se me ocurre ningún autor con el que compararla y es una suerte para todos que entre marzo y abril su primer libro vea la luz. La última frase será publicado por La Uña Rota.
Cuando conocí a Camila por primera vez, me habló de su proyecto Rehearsal (ensayo) durante una residencia artística en Nida Art Colony, Lituania, en el 2014. Consistía en evocar el mito de Sísifo arrojándose rodando cuesta abajo desde una duna de arena para volver a subir una y otra vez, durante horas, cada uno de los días. Un ejercicio de resistencia, para trabajar la alternancia infinita entre fracaso y esperanza. Un gesto de rendición ante la filosofía del absurdo. Que Camila acabara falleciendo antes de cumplir 40 años de una muerte súbita, estando sana, concuerda con este paradigma del sinsentido.
Murió súbitamente mientras dormía. Se fue colmada y al borde de todo. Antes de que su hijo naciera, antes de que se publicara su primer libro. Antes de que todo eclosionara.
La recordaremos así, brillando en lo más alto, en el momento antes de, que es siempre el mejor momento. Yéndose acompañada.
Ahora es pertinente repasar y saborear el valioso legado que Cañeque dejó a su paso por el mundo como artista. Sus performances, sus instalaciones, sus libros. Deglutir su obra, recordarla. Que, sobre todo, quede integrada en el canon. Y darle a ella la corona que merece. Tenemos en nuestras manos la responsabilidad de que su trayectoria y su radiante singularidad no caigan en el olvido. Es difícil recordarla sin sentir mil emociones, sin esbozar una sonrisa.
Gracias por iluminarlo todo, Camila.
Babelia
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