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¿Tiene que llegar una mujer a los 93 años para que le reconozcan su trayectoria artística?

Tras toda una carrera como artista, Faith Ringgold no ha tenido su primera retrospectiva hasta acariciar su centenario. Llevará décadas lograr una representación justa de la obra de mujeres en los museos

Faith Ringgold
Faith Ringgold en las galerías Serpentine, en Londres, el 5 de junio de 2019.Charlie J. Ercilla ( ALAMY / CORDON PRESS )
Ana Vidal Egea

La primera retrospectiva de la artista afroamericana Faith Ringgold (Harlem, Nueva York, 1930) en Chicago se inauguró el 18 de noviembre en el Museo de Arte Contemporáneo (MCA). Forma parte de la Iniciativa de Mujeres Artistas del MCA, que desde 2015 dispone de un millón anual para la adquisición de obras hechas por mujeres, buscando conseguir la equidad de género en el museo. Es, además, una de las primeras exposiciones bilingües, otra de las implementaciones del museo para ser más inclusivo con la comunidad hispanohablante. Pero, aunque reconocer la magnitud de la trayectoria artística de Faith Ringgold simboliza el reequilibrio del canon artístico, plantea muchos interrogantes: esta retrospectiva es también la primera exposición en solitario de la artista en la ciudad. ¿Por qué ahora, después de 60 años de carrera y a sus 93 años?

Hija de una diseñadora de moda, Faith Ringgold se dio a conocer por sus quilts (colchas narrativas) que empezó tejiendo con su madre. Narraba historias, denunciaba injusticias. Sus títulos lo dicen todo —Violación de esclava 1 o La bandera está sangrando—. La historia de Ringgold es la de una artista negra tratando de encontrar su lugar en una sociedad supremacista patriarcal liderada por hombres blancos. La artista, con 16 doctorados honoris causa, ha sido clave para la concienciación sobre la necesidad de crear una sociedad más inclusiva. Durante los años setenta participó activamente en la lucha por los derechos civiles, fundando diversas organizaciones feministas y antirracistas. Protestó por el encarcelamiento de Angela Davis y comisarió una exposición en contra de la guerra en Vietnam. Su serie más conocida, American People, que da título a la retrospectiva, expone la tensión racial que estalló en EE UU con los Panteras Negras y que sigue vigente, reivindicándose a través del Black Lives Matter.

Pese a la relevancia de sus piezas y a mantenerse presente y prolífica durante más de medio siglo, no fue hasta 2017 que uno de los museos más importantes del mundo, la Tate Modern de Londres, la incluyó en una exposición colectiva sobre arte negro. A partir de entonces las instituciones culturales de envergadura empezaron a mostrarse interesadas en su trayectoria. En 2019 su mural Die (morir), inspirado en el Guernica, fue colgado en el MoMA junto a Las señoritas de Avignon, de Picasso, convirtiéndose en uno de los principales reclamos del museo. Y en 2022, la revista Time reconocía a Ringgold como una de las 100 personas más influyentes del mundo, coronándola de repente como una de las grandes artistas de nuestro tiempo.

La historia del arte está llena de mujeres que obtuvieron un reconocimiento tardío, como Cecilia Vicuña o Carmen Herrera, que vendió su primer cuadro a los 89 años. Según un artículo de la periodista Jillian Steinhauer en la revista Believer, la mejor manera de tener éxito como artista siendo mujer es tener al menos 70 años, tener a la muerte acechando, y haber pasado la vida creando una obra que apenas ha sido mostrada. “De esta forma eres una apuesta segura al mismo tiempo que un descubrimiento”.

Según el informe Burns Halperin de 2022, que explora la representación en el mercado del arte en los últimos 12 años, en 2019 la media de adquisiciones de obras realizadas por mujeres en los museos de EE UU representó solo el 11%. “Es como si fuéramos cangrejos: si una o dos logramos salir del cubo, nos hace ilusión. ¿Por qué lo celebramos? ¡Deberíamos estar protestando!”, comentaba la artista Mickalene Thomas a Artnet, una web dedicada al mercado de compra y venta de arte.

Pero ¿cómo evitar que las artistas sigan teniendo reconocimientos tan tardíos? En la sede del MCA, un museo de Chicago mayoritariamente dirigido por mujeres, Madeleine Grynsztejn, la directora, explica que para conseguir una representación igualitaria las instituciones “tienen que comprometerse profunda, intencional y estructuralmente con este objetivo, no por una cuestión de moda o estética”. Y añade rotunda: “Se deja constancia de este compromiso no solo en exposiciones temporales, sino en las colecciones permanentes y en las publicaciones. Este compromiso tiene un coste económico muchísimo más elevado, pero es éticamente imperativo”. En los 15 años que lleva al frente del MCA los resultados empiezan a brillar: ha sido el museo que ha adquirido más obras de artistas que históricamente habían sido pasados por alto. Han duplicado la media nacional, adquiriendo un 25% de obras de mujeres y cuatro veces más que el promedio al obtener un 10% de obras de artistas afroamericanos. Jamillah James, comisaria de la retrospectiva sobre Ringgold, dice, tras una visita guiada a la exposición, que “es fundamental que las instituciones contraten a comisarios que garanticen la diversidad en los artistas que exponen y que ayuden al público a ver el mundo de forma diferente”.

María Ángeles López Fernández-Cao, catedrática de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid, señala que en el sistema del arte debe darse “una democracia efectiva y una igualdad real”. Y en este sentido destaca la labor de la asociación MAV (Mujeres en las Artes Visuales), que lleva décadas denunciando la sobrerrepresentación masculina en el sistema del arte español, pese a que el 70% de los estudiantes formados en la Academia son mujeres. Y la necesidad de revisar los libros, textos y manuales de historia del arte a lo largo de la historia. “Cuando un joven no ve más que artistas hombres occidentales como representantes de la creación, no sólo recibe una visión distorsionada y falsa del pasado, sino que recibe la legitimación de una superioridad occidental y masculina en términos de creación. Y eso se llama ceguera epistemológica e injusticia cognitiva. Y es muy grave”, enfatiza. “Un ejemplo fue la expulsión de la genealogía cultural española de toda la generación intelectual femenina del 27, con Maruja Mallo a la cabeza, lo que impactó en la construcción simbólica de nuestra sociedad”. Siguiendo el pensamiento de López Fernández-Cao, esta creencia instaurada de que solo las acciones llevadas a cabo por hombres occidentales son valiosas y lo demás es digno de olvido contribuye a una violencia simbólica que propicia una deslegitimación real. De continuar así “estamos jerarquizando al ser humano. Por ello muchos museos están llevando a cabo una profunda revisión de su filosofía y sus presupuestos, y están cambiando los paradigmas”.

El problema central reside en el canon artístico, que define las normas y valores para el reconocimiento histórico. Constanza Tobío, catedrática de Sociología de la Universidad Carlos III de Madrid, destaca que aún en el caso de que la obra de estas mujeres llegue a ser muy reconocida en vida, pasan a ser olvidadas una vez muertas. “Así ocurrió con Artemisia Gentileschi, Lavinia Fontana, Francesca Caccini, Barbara Strozzi y Marie de Gournay, entre otras muchas”. Algo que secunda López Fernández-Cao: “Cuando esas brillantes trayectorias pasan a la historia escrita, son adaptadas al canon patriarcal y eliminadas de los ismos y las genealogías artísticas sólo de hombres occidentales realizadas por hombres occidentales”.

La clave está en una revisión histórica y una programación cultural objetiva e inclusiva que permita una amplitud de prisma y sea más representativa en cuanto a movimientos, obras y artistas. Como destaca Jamillah James, “las instituciones artísticas avanzan en la dirección adecuada”, pero conseguir una representación justa puede tardar décadas, incluso siglos.

¿Figurará Faith Ringgold en los libros de historia del arte?

“Urge dejar constancia del compromiso en las colecciones permanentes. Cuesta más, pero es imperativo”
Madeleine Grynsz­tejn, del MCA

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Sobre la firma

Ana Vidal Egea
Periodista, escritora y doctora en literatura comparada. Colabora con EL PAÍS desde 2017. Ganadora del Premio Nacional Carmen de Burgos de divulgación feminista y finalista del premio Adonais de poesía. Tiene publicados tres poemarios. Dirige el podcast 'Hablemos de la muerte'. Su último libro es 'Cómo acompañar a morir' (La esfera de los libros).

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