Todos contentos
No mucho antes de este abrazo, Milei, en nombre del capitalismo ultraliberal, que es el Dios de nuestra época, había calificado al papa Francisco de representante del maligno en la Tierra. Ambos acudieron a este encuentro, en fin, con los papeles un poco cambiados, como en una comedia de enredo en la que el que parecía el amante es el hermano o el que pasaba por joven era el viejo. Un vodevil, se podría decir. Pero lo destacable, en todo caso, es que Dios y el Diablo, fuera quien fuera cada uno, se dieron cita en una de sus sedes para prodigarse unas muestras de afecto exageradas desde cualquier punto de vista que se mire. Téngase en cuenta que el ultraliberal se había referido al Papa, además de como representante del maligno, como hijo de puta y sorete mal cagado (algo así como caca mal depuesta).
La cita tenía morbo, pues, tanto como un final de liga, un derbi, quizá el partido definitivo de una copa mundial contaminada, en este caso, de cuestiones de orden metafísico. Uno imagina a veces que Lucifer y el Todopoderoso se encuentran de manera periódica en la habitación del mejor hotel de una de las grandes ciudades del mundo y echan cuentas de cómo va la partida, de quién gana. Y uno sospecha que, en esas cumbres clandestinas, lejos de lanzarse reproches o acusaciones mutuas de hacer trampas, acaban brindando con champán por la marcha de los negocios que representa cada uno, pues lo cierto es que a los dos les va de cine: la banca obtiene cada año beneficios extraordinarios y las religiones continúan prosperando al margen de las evidencias científicas.
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