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PALOS DE CIEGO
Columna
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Un llamamiento a la sumisión

Lo pasmoso es la mansedumbre y la sumisión al poder de quienes deberían ser los primeros en impugnar sus desmanes

Sumisión
El escritor Albert Camus.©Rene Saint P (Rue des Archives
Javier Cercas

He aquí las dos reglas básicas del intelectual de izquierdas (si el Gobierno es de izquierdas) y del intelectual de derechas (si el Gobierno es de derechas): 1. El Gobierno siempre tiene razón. 2. Si el Gobierno no tiene razón, rige la primera regla.

Exagero, pero poco.

La expresión “intelectual independiente” es un pleonasmo: un intelectual no independiente no es un intelectual; pero, entre nosotros, parece casi un oxímoron: un intelectual independiente es un perro verde, o poco menos. Aquí, salvo excepciones, el intelectual tiende a ser un idiota etimológico (“idiotés” significa en griego quien se desentiende de la política) o un capataz del poder; así que, si alguien osa rebelarse contra el poder, no digamos si incita a rebelarse a los demás, el idiota se hace el sueco —no vaya a ser que alguien se moleste—, pero el capataz reacciona como sus homólogos de las plantaciones algodoneras de Virginia cuando oían refunfuñar a los esclavos: “Pero ¿cómo podéis quejaros, ingratos? ¿No coméis y bebéis y dormís bajo techo? ¿No os dais cuenta de que sois unos privilegiados? ¿Qué más queréis?”. Es lo que ocurrió hace poco cuando un escritor de izquierdas osó llamar a la rebelión contra un Gobierno de izquierdas que engañó a sus votantes, empezando por él mismo, y contra el envilecimiento de la política: mientras llovía sobre el díscolo un diluvio difamatorio, destinado a amedrentarlo, los capataces de izquierdas se apresuraron a recordarle que era “un privilegiado” y que su deber consistía en “disolver motivaciones negativas”; claro que sí: es un privilegio que te engañen, y lo que debes hacer, en vez de protestar, es disolver motivaciones negativas, dar la razón al amo y exigir que la gente siga recogiendo algodón. En cuanto a los capataces de derechas, reclamaron al insumiso que, de rodillas y sollozando, pidiese perdón por haber votado a la izquierda, lo culparon por haber sido engañado, lo trataron de tonto del bote por seguir siendo de izquierdas y no citaron a un humorista francés (“Cada día está más difícil votar a la izquierda, sobre todo si eres de izquierdas”) porque su indigencia argumental es virtualmente ilimitada. Entendámonos: al intelectual le entusiasman los llamamientos a la rebelión, pero al de izquierdas sólo le entusiasman si los hacen los suyos contra las tropelías de los gobiernos de derechas y al de derechas sólo si los hacen los suyos contra las tropelías de los gobiernos de izquierdas. “¿Qué es un hombre rebelde?”, se preguntó Albert Camus. “Es un hombre que dice no”. Pero decir “no” no es decir “no” a los otros, a tus adversarios: eso es a menudo una forma de gregarismo, porque es decir “sí” a los tuyos; decir “no” de verdad es decir “no” a los tuyos cuando se equivocan o crees que se equivocan, o cuando cometen un atropello o crees que lo cometen. El riesgo, claro está, es ganarte el rechazo de todos; el riesgo es la soledad, el ostracismo: convertirte en el enemigo del pueblo. Por fortuna, entre nosotros el intelectual no corre casi nunca ese riesgo. Es verdad que, a veces, parece criticar al amo; pero no hay cuidado: es para salvar la cara, y o bien sus críticas son tan crípticas que nadie nota que son críticas, o bien son halagos disfrazados de críticas, que son los mejores halagos. En realidad, el intelectual como es debido se dedica ante todo a disolver las motivaciones negativas que provoca en la ciudadanía el ejercicio del poder de los suyos. Es decir, a ejercer de capataz.

Mal rollo: lo raro no debería ser rebelarse contra el engaño, la vileza y la injusticia, vengan de donde vengan; lo raro, lo pasmoso es la mansedumbre, el aborregamiento y la sumisión al poder de quienes deberían ser los primeros en impugnar sus desmanes y en cambio se aplican a urdir, como dice Noam Chomsky, las “ilusiones necesarias” para justificarlos. Aunque quizá no sea tan pasmoso; quizá para entenderlo baste con recordar aquella verdad escalofriante formulada por el Gran Inquisidor de Dostoievski en Los hermanos Karamazov: “Para el hombre no hay preocupación más constante y atormentadora que la de buscar cuanto antes, siendo libre, ante quién inclinarse”.

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