Rigoberta Bandini: “De repente, se me nubló la vista y todo perdió sentido. Tenía que parar”
Después de un año lejos de los escenarios (y de los medios), Paula Ribó regresa. Tras editar dos nuevos temas, prepara un segundo álbum y aspira al Goya por su canción para la película ‘Te estoy amando locamente’
Más menuda, de aspecto más joven, un poco más seria. Más desconfiada respecto a su interlocutor de lo que cabía esperar. Así luce Paula Ribó (Barcelona, 33 años) en las distancias cortas. “Los periodistas no sois muy amigos míos. No os tengo mucho cariño. Los que más me habéis dado por culo sois vosotros”, reconocerá un rato después. Confirmará así una aprensión que ella explica por sus desengaños pasados, por meses de titulares deformados y prejuicios sobre su persona, lo que la llevó, entre otros motivos, a abandonar la primera línea durante todo el año pasado, tras la sobreexposición a la luz del éxito de Ay mamá, himno al poder inextinguible de una teta desnuda.
La cantante escondida detrás del seudónimo Rigoberta Bandini pone fin a un año de ayuno escénico y mediático. Es su primera entrevista en meses, tras un año en que se ha dedicado, como ella dice, a poner orden. ¿Qué ha hecho exactamente? “Componer mucho. Leer. Ver a mis amigos. Cuidar de mi hijo. Cocinar espaguetis. Cuidarme. Estoy haciendo muchísimo deporte. Mucha danza. Yoga. Ha sido un año muy guay”, enumeraba a principios de diciembre durante un encuentro en la plaza Reial de su ciudad. Lo malo es que ya se acaba. “Qué cabrón”. Le sale del alma. Ya ha dicho que no nos tiene mucho cariño.
A primera vista, nadie la reconocería. Lleva gafas oscuras y va vestida con una absoluta falta de ostentación. Lleva el último libro de Laura Fernández en el bolso y a Caroline Polachek en los cascos, como una barcelonesa más, mientras devora una ración de patatas bravas con alioli. Está sentada en una mesa del Ocaña, el bar de la plaza Reial bautizado en honor al mítico pintor, performer y activista de los setenta y ochenta, que lleva una década intentando dinamizar el masificado casco antiguo de la ciudad a base de conciertos y actuaciones de drags. “En este preciso lugar nació Rigoberta Bandini”, revela Ribó. “Aquí hice mi primera actuación hace cuatro años”. Poco antes ya escenificaba, junto a amigos como Adri, Edu y Esteban —Navarro, del dúo Venga Monjas, con quien Paula se casaría, de blanco inmaculado, en junio de 2023—, un espectáculo protagonizado por una doble de Kim Kardashian. Vivía a la vuelta de la esquina, en una Barcelona que se esforzaba en seguir siendo canalla. “Fueron solo dos años, pero los más importantes para mí y para este proyecto”.
Alrededor, el Barrio Gótico sigue en plena transformación. La icónica sala Sidecar, en activo desde 1982, se prepara para cerrar dentro de unos pocos días; dejará paso a una coctelería. A la vuelta de la esquina, ha abierto un local que lleva el nombre de Expat Café. Huele a paella recién descongelada. Ribó vivió el fin de su veintena en estas calles, que por la noche huelen a vómito inglés y orina alemana, hasta que llevaba tres meses embarazada, cuando se exilió en la frontera entre Gràcia y Sant Gervasi, un barrio más acomodado en el que reconoce que se aburre un poco. “Pero mi familia está cerca, y también la de Esteban, y cuando tienes un hijo eso cuenta mucho”.
Su retirada temporal respondió a motivos domésticos. “Lo hice por mi hijo y por mí. El ritmo de la gira era muy frenético y coincidió con su crianza. Empecé a entrar en una inercia que no me gustaba”, admite Ribó. “De repente, se me nubló la vista y todo perdió sentido. Me dije que tenía que parar, porque sentí que el burnout estaba a la vuelta de la esquina”. En el comunicado dijo que quería “dejar de existir”. “Tal vez fui un poquito intensa”, sonríe. “Pero necesitaba imponer una cronología, marcar el final de una etapa. En eso soy muy cuadriculada. En cualquier caso, siempre tuve claro que iba a volver”. En las últimas semanas ha editado dos canciones: un tema con Julieta Venegas, Qué más da, oda al desamor liviano que se fraguó en el piso madrileño de la mexicana; y otra con Pipiolas, joven grupo del sello Elefant Records. Mientras tanto, trabaja en su segundo álbum, todavía sin fecha de salida, pero que anuncia que tendrá “colores un poco diferentes”. “Me he liado, creo que va a ser un álbum largo, tengo como 45 temas, aunque pocos producidos. Mi manera de componer no ha cambiado, pero quiero jugar con mi voz y no cantar siempre de la misma manera”. No dirá más.
Antes, podría ganar su primer Goya por Yo solo quiero amor, la canción que compuso para la película Te estoy amando locamente. “Siempre he visto los Goya por la tele y me parece muy emocionante estar allí”, dice Ribó, que coincidirá con directores con los que le gustaría trabajar en el cine: su amiga Elena Martín, nominada por Creatura, y los Javis, que le propusieron un pequeño papel en la serie La Mesías que finalmente no pudo hacer. Si dijo que sí al director Alejandro Marín fue porque sintió una conexión con su relato. “La historia de la pancarta en la Giralda me puso la piel de gallina”. Se refiere a la acción que llevó a cabo en 1978 el Movimiento Homosexual de Acción Revolucionaria, formado por jóvenes sevillanos de extracción humilde, para exigir la amnistía para los encarcelados por delitos relacionados con la ley de peligrosidad social en el tardofranquismo. Haciéndose pasar por turistas, se subieron al antiguo alminar de la mezquita de Sevilla, convertido en torre campanario en el siglo XVI, para desplegar una pancarta rosa que decía “Libertad sexual”.
—¿Siente empatía respecto al sufrimiento LGTBI?
—El colectivo me ha apoyado desde el primer día. La mayoría de mis amigos son gais. Los de mi edad, pese a todos los avances, todavía vivieron cosas terribles. A otro nivel, yo también he tenido que trascender barreras. Vengo de un entorno que no me educó en la libertad sexual. Fui a una escuela de monjas, donde me enseñaron muchas cosas, pero no eso. Yo no podía ser quien quería ser, ¿sabes? Mis padres siempre me apoyaron, pero sentí que no era lo que ellos hubieran querido que fuera. Cuando empecé a estudiar teatro descubrí que la vida era mucho más efervescente de lo que me habían contado.
Paula Ribó fue una niña rara, que se entendía mejor con su abuela, una pintora un tanto mística con la que pasaba los veranos en la costa del Maresme (y a quien dedica Ay mamá cada vez que la canta), que con los de su edad. “Me creé mi cueva, empecé a componer canciones desde los ocho años, me dediqué al doblaje desde niña. La creatividad fue una vía de escape. Sin la música, igual sí que me hubiera salido por otro lado”. De adolescente, sintió que sus gustos musicales no tenían nada que ver con los demás. “Yo era fan de Serrat, de la nova cançó. Era una puta friki de la música. Mis amigas me ponían a Green Day y no entendía qué veían. O sea, ¿tú has escuchado a Silvio Rodríguez? ¿Has escuchado a Pablo Milanés? ¿Tú sabes lo que es ser un poeta?”.
Por esa excentricidad asimilable sorprendió que alcanzara la cima del pop español hasta que casi perdió la cabeza. No se arrepiente de nada. “O tal vez sí: de no haber sido consciente de lo que significa estar tan expuesta, de todo lo que va más allá de la música”, afirma. “Tal vez tuve que decir que no a más cosas. Soy ingenua en esto, y bastante natural, y me lancé con cada titular sin pensármelo mucho. Es lo que más me ha hecho sufrir. Si pudiera volver atrás, hay entrevistas que no hubiera aceptado. Por eso paré. Fue una manera de decir: “Me retiro, no me toquéis más los huevos. Ahora voy a decir que no a todo”.
—¿Corrió el peligro de que su personaje eclipsara la parte musical?
—Si te dejas, puede pasarte.
—¿Y usted se dejó?
—Un poco. Yo creo que sí, supongo. No sé.
Rigoberta siempre quiso ser mainstream y no un producto confidencial para esnobs, pese a que cite en sus letras a iconos de la modernez, como Paolo Sorrentino o Virginie Despentes. Pese a que no hubiera premeditación en ello (o eso nos jura), su misión fue hacer pop comercial dinamitando sus tabúes. Habló de sexo en la cama, entre otros lugares, mientras otros seguían evocando tardes en el portal. Introdujo en él reflexiones feministas, monólogos sobre la maternidad y guiños al consumo de drogas. Versos en tres lenguas distintas. Beltings al más puro estilo Mónica Naranjo, solo que en clave irónica. Peroratas metafísicas. Paula Ribó sufría, y ahora eso era poesía. Hasta que, de un día para otro, pasó de estar en las playlists de un puñado de madres del AFA con miedo al aburguesamiento a irrumpir en todos los televisores españoles en prime time. Rigoberta Bandini fue la banda sonora perfecta para un país pospandémico que tenía ganas de fiesta, pero que no podía negar el poso melancólico que dejaba lo vivido.
Cambió la letra de Ay mamá, cuya primera versión, “mucho más punk”, había escrito a los 23 años, para poder sonar en TVE. Y firmó una canción para un anuncio de cerveza, aunque el tema podría figurar sin problemas en su único disco hasta la fecha, La emperatriz. En sus melodías digeribles por las masas, también había rabia y extrañeza. “Me inspiré mucho en el universo de los autores teatrales que más admiro, como Rodrigo García, con quien me formé en Montpellier, Pablo Gisbert o Angélica Liddell. Quise escribir algo muy honesto, casi desangrado, pero vestirlo de pop”, confiesa. “Lo que me interesa de un artista es su mala hostia”.
El Benidorm Fest de 2022 fue el enfrentamiento de dos industrias musicales, la del reguetón y el trap (que, si tiene un problema, no es monetary), y la de un pop sofisticado que se atrevía a hablar de menstruación y citar a Delacroix. Sin sorpresas, ganó el primero. Ribó aceptó la derrota con deportividad. Chanel, la vencedora, hija de inmigrantes cubanos en Olesa de Montserrat, le prometió una calçotada a la niña de la zona alta de Barcelona: la reconciliación de dos Cataluñas que ya no eran opuestas, si es que alguna vez lo fueron. En paralelo, cedió una canción al Ministerio de Igualdad y protagonizó un intercambio de piropos con Pedro Sánchez en redes: “Me ubico en ese espacio político y no me incomoda decirlo. Pero no diré nada más”.
—De todas las polémicas, ¿cuál fue la peor?
—Tal vez las acusaciones de transfobia [por la letra de Ay mamá y su referencia a las mujeres “que sangran”]. Tengo que reconocer que me impactó, por lo rebuscado que era. Y me molestó, de manera más general, ser reducida a un estereotipo, que no se entendiera que todas somos contradictorias y poliédricas. Puedo decir que creo en Dios y luego enseñar una teta en el escenario.
—¿Cree que la mezcla de religión y sexualidad fue incomprendida, igual que su reivindicación del catolicismo desde la izquierda?
—Me metí en ese jardín yo solita, pero creo que está bien que exista esta voz. La figura de Dios o de lo espiritual se la ha apoderado la derecha. Qué huevos… Lo que tú entiendas por Dios debería ser de izquierdas, porque está más conectado con otra forma de ver la vida. Al venir de contextos conservadores con alta religiosidad, quise poner bombas en esos sitios. Los escombros me explotan en la cara y me duelen, pero no me arrepiento. Es algo que me va a costar cambiar, porque creo mucho en ello.
En dos de sus últimos temas, Miami Beach y Qué más da, cita a Britney Spears. ¿Le dio miedo acabar como ella, desechada por la industria que la encumbró? “Ser el juguete roto de la industria musical lo vería complicado porque ya me siento muy señora”, responde a carcajadas. “Pero si hubiera empezado un poco más joven, igual sí. Cuando voy a cualquier showroom no me entra ni una puta talla de las grandes marcas. He parido, tengo 33 años y estoy un poco de vuelta de todo, pero si tuviera 23 acabaría con un TCA [trastorno relacionado con la autopercepción y la distorsión de la imagen corporal] como una catedral. No nos lo ponen fácil para estar sanas mentalmente”.
Cuando anunció su retirada temporal, dijo que necesitaba “recoger”. “En las herramientas del coaching se dice que el estado de tu hogar coincide con el de tu cabeza. Soy tremendamente desordenada, pero le he puesto empeño”. ¿Cómo luce ahora su hogar? “Bastante bien, aunque sigue habiendo la típica zona oscura. No he hecho grandes reformas, porque vivo de alquiler. Toda mi vida he vivido de alquiler y me gusta. Además, ahora que está regulado, no me lo pueden subir”. La respuesta contradice su imagen de pija, con la que jugó ella misma cuando se subió al escenario con el uniforme de su colegio de monjas. “Mis padres han vivido toda la vida de alquiler. Por cuatro detalles se me quiso encasillar. Pero lo entiendo, yo también hago eso con los demás”. Recuerda que, de pequeña, sus padres le decían a menudo que era “la hostia”. Dice que esa ha sido una de las claves de su éxito. Con una autoestima infantil más mermada, ¿no hubiera tenido la misma trayectoria? “Creo que no. Es algo que intento tener en cuenta en la educación de mi hijo. Hay que controlarlo para que no salga un tirano que no se cree de este mundo, pero también hacerle sentir que es único, que está aquí para contarnos algo importante”. Después de todo, a ella no le ha ido tan mal.
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