El parto traumático que llegó a la ONU: la lucha de dos mujeres contra la violencia obstétrica
Nahia Alkorta narra en ‘Mi parto robado’ cómo sufrió violencia obstétrica durante el parto de su primer hijo hace 11 años y la disputa legal que recorrió junto a su abogada, Francisca Fernández, hasta condenar a España por su caso
Las montañas y los campos de Riglos (Huesca) se reflejan en los ojos de Nahia Alkorta. Recuerda el mes de julio de 2012. La guipuzcoana, por entonces de 25 años, decidió ir a Riglos a pasar el fin de semana junto a unos amigos y su marido. Dice que mientras ellos practicaban deportes de aventura, ella hizo fotografías con una cámara que se compró para documentar su nueva vida. Acababa de cumplir las 38 semanas de embarazo. Solo unos días después, al volver a casa, comenzó a sentir las primeras contracciones. Con la ilusión de quien va a tener a su primer hijo, la mujer acudió junto a su pareja a un hospital del País Vasco. Y ese fue el inicio de la pesadilla para Alkorta, que ahora, con 37 años, narra en Mi parto robado (Arpa), que acaba de publicarse. En el hospital sufrió violencia obstétrica durante el parto del primero de sus tres hijos. Han pasado 11 años.
Alkorta es la mujer detrás de la segunda de las tres condenas de la ONU a España por violencia obstétrica. Este tipo de agresión, que tiene lugar tanto en el sistema sanitario público como en el privado, consiste en acciones u omisiones por parte del personal de salud que causen daños físicos o psicológicos a la mujer durante el embarazo, el parto y el posparto. Y ese fue el caso de Alkorta, que, a pesar del tiempo, revive la agresión a diario.
La guipuzcoana acudió al hospital de madrugada. Hacía pocas semanas que había enviado un plan de parto a su centro de referencia. “No se tuvo en cuenta nada de lo que escribí”, denuncia. Recuerda cada detalle de esos días de julio de 2012. Lo cuenta sin titubeos. Cómo la subieron a la planta, cómo la infantilizaron, cómo varios médicos residentes la examinaron sin su consentimiento, cómo acabaron haciéndole una cesárea, cómo la trataron “como a un animal” cuando la graparon tras dar a luz a su hijo, cómo era el olor a quemado de la cesárea, cómo la separaron de su hijo durante más de cuatro horas nada más nacer… Cómo no firmó ningún documento para dar su consentimiento.
“Estuve varias semanas sin poder andar. Necesitaba ayuda de mi familia. No era autónoma. El daño psicológico fue mayor. Aún, en cierto modo, lo arrastro. No puedo oler a quemado. Hace años me bloqueaba, me quedaba blanca. Ahora puedo seguir adelante, pero se me remueven las tripas al recordar todo lo que ocurrió”, explica Alkorta. Pero, para ella, lo peor fue la culpa: “Me culpabilicé a mí, a mi marido e incluso a mi hijo”. La escritora acabó siendo diagnosticada con estrés postraumático.
Nahia Alkorta espera en el despacho de su abogada, Francisca Fernández, en San Lorenzo de El Escorial (Madrid). Las nubes recubren cada rincón. Las primeras gotas de lluvia no tardan en caer. El paisaje dista mucho de aquel con el que se topó la mujer en 2012, soleado, incluso veraniego, que contempló en Huesca antes de que su vida cambiase por completo. Es una mañana de finales de octubre y Alkorta ha acudido para contar cómo el sistema la rompió y ella misma ha tratado de reconstruirse. Cómo acabó escribiendo su historia y la de su hijo.
Mientras cuenta su caso, su abogada, Francisca Fernández, asiente a cada rato. Ella también sufrió violencia obstétrica hace 20 años. Le practicaron la maniobra de Kristeller, que consiste en presionar el fondo del útero cuando la cabeza del bebé está encajada en el canal del parto, para poder acelerar el proceso. Su hija sufrió asfixia y tuvo que ser reanimada, y Fernández arrastró problemas físicos y psicológicos —fue diagnosticada de estrés postraumático, al igual que Alkorta— que aún lleva consigo. Esta práctica está desaconsejada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO) por los daños que puede provocar en la madre y en el bebé.
Tras ese primer parto, Fernández decidió especializarse en derecho sanitario. La abogada no se atreve a hacer una aproximación exacta del número de casos que ha llevado desde que comenzó a ejercer en esta área. Sí cuenta que atiende unos 60 casos al año. El de Alkorta le llegó a través del foro de correo electrónico Apoyo Cesáreas en 2012, donde varias mujeres contaban las experiencias que habían vivido con la violencia obstétrica. “Hay testimonios terribles. Hace 20 años [que fue cuando Fernández se sumó al foro para contar su experiencia], cada semana se sumaban 10 o 12 madres. Es una barbaridad”, denuncia. En 2022, una década después de que su primer hijo naciese, Alkorta y Fernández recibieron el segundo dictamen de la ONU en el que se condenaba a España por sus malas prácticas. Y su crítica hacia el país es feroz.
La escritora de Mi parto robado ríe cuando le preguntan si ha habido alguna disculpa por parte de su centro de salud. “Lo único que he recibido es una nota de prensa en la que alegaban su excelencia”, recalca.
Nahia Alkorta volvió a quedarse embarazada. Su hija nació en pleno confinamiento y el “terror a volver a pasar por lo mismo”, dice, la paralizó. “Por suerte todo fue bien y no tuve que volver a vivir una pesadilla”, cuenta, atenta a la mirada de sus hijos, que han acudido a la entrevista. Mientras los pequeños observan con atención las fotografías que hacen a las dos mujeres para este reportaje, Alkorta mira a Fernández. La fotógrafa les indica que se junten. Mientras el flash suena, un “gracias” resuena en la boca de Nahia Alkorta.
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