Billie Jean King, pionera de la igualdad en el deporte: “El verdadero poder de las mujeres está empezando ahora”
En 1973, la tenista Billie Jean King se plantó: o recibían el mismo premio en el US Open mujeres y hombres o ella, ganadora el año anterior, no lo jugaba. Cincuenta años después, su lucha por los derechos de las deportistas sigue más viva que nunca
No hay un solo detalle al azar en el encuentro con Billie Jean King (Long Beach, EE UU, 79 años). La primera toma de contacto con el entrevistador se produce en Londres porque “le gusta poner cara y saber con quién va a hablar”, transmite una persona que conoce bien sus usos y costumbres, así que, oficializada la presentación, se consolida la cita dos meses después en Nueva York, donde todo el mundo —medios, aficionados, organización— la demanda porque es una fecha muy especial. Se celebra medio siglo desde que ella se plantó ante la dirección del US Open y lanzó un órdago público e histórico: o igualdad o nada. Mismos premios para hombres y mujeres, o ella, la campeona de la edición anterior y gran figura del momento, no jugaría. Acostumbrada a ganar, venció el pulso.
“Gracias por haber peleado tanto por esto”, le agradece la estadounidense Coco Gauff cuando recibe un cheque de tres millones de dólares, la misma cantidad que el campeón masculino de este año, Novak Djokovic. “Billie suele salirse con la suya”, bromean desde su entorno, mientras la protagonista posa delante del cartel oficial de esta edición, con su rostro coloreado al estilo pop. “Y tiene una agenda como la de Biden”, añade una intermediaria conforme ella desciende de la furgoneta. Asiste acompañada por un pequeño séquito liderado por su agente, Tip, un hombre con gafas de pasta y aspecto de actor de sitcom estadounidense, y en cuanto identifica a su interlocutor se predispone a una charla (revestida de manifiesto) que se extiende más de una hora. Luce americana y gafas rojas, como deferencia a la audiencia española, y en el transcurso de la conversación se asegura varias veces de que su mensaje está siendo diáfano. El humor se entremezcla con un tono serio cargado de reivindicación, lucha y compromiso; el mismo que ha enarbolado siempre una mujer que alzó la voz y se rebeló de forma pionera en unos tiempos en los que disidir era sinónimo de escarmiento. Nunca fue demasiado obediente, cuenta.
“Billie Jean nos enseña que tenemos la posibilidad de elegir: podemos callarnos, o bien dar el paso y luchar. Deseo que todos tengamos solo una fracción del coraje y la tenacidad de Billie Jean”, la elogia en la apertura del torneo Michelle Obama, con la que King comparte una buena amistad. “Ella y Barack son buenos amigos míos, aunque charlo con todo el mundo y me reúno con mucha gente. También con los republicanos”, dice antes de apostillar: “No me gusta cómo está nuestro país, está demasiado dividido. Ahora somos demasiado extremistas”.
Criada en el seno de una familia conservadora de California, rápidamente eligió el camino contrario. Se convirtió en una gran figura del tenis mundial —alzó 39 grandes, 12 de ellos individuales— y aprovechó su altavoz para proyectar un discurso contracultural: igualdad de género, homosexualidad, derechos sociales. Casada a los 22 años con un hombre, Larry King —de ahí el apellido que mantiene, en vez del suyo, Moffitt, pese a que se divorciara en 1987—, enseguida se erigió como una firme activista. De entrada, lideró a las Original Nine, el grupo de intrépidas que cambiaron para siempre la historia de su deporte al conseguir que se fundara y reconociera a la WTA —el organismo que rige el circuito femenino— como contrapeso a la predominancia absoluta de la ATP —encargado del masculino—. Ese mismo año, 1973, batió por 6-4, 6-3 y 6-3 al bravucón Bobby Riggs —”el espacio natural de la mujer es el dormitorio y la cocina”, despreciaba el que había sido número uno de los años cuarenta— en el icónico episodio, convertido en película, La batalla de los sexos, en 2017. El partido reunió a 30.000 espectadores en el Astrodome Arena de Houston y a 50 millones de telespectadores solo en EE UU.
King es, probablemente, una de las mayores instituciones en términos de implicación social en el deporte, de ahí que su presencia en la ceremonia final del último Mundial de fútbol femenino —y el posado con las campeonas españolas en la foto para la historia— no fuera casual. Para ella, “la pelea no termina nunca”. Enfrascada ahora también en la inversión, dirige orgullosa el proyecto de la Billie Jean King Cup, la competición por equipos —equivalente a la Copa Davis— que oficialmente adoptó su nombre en 2020 y que enfrentará durante la próxima semana (del martes 7 al domingo 12) a las grandes potencias del tenis femenino en La Cartuja de Sevilla.
¿Se considera una revolucionaria? ¿Cuál es el origen de ese espíritu?
Lo soy, pero hasta cierto punto. Me considero una líder que, si tiene algo en la mente y lo visualiza, sencillamente va a por ello. Empecé en el tenis a los 11 años y a los 12 tuve una epifanía durante unos campeonatos que jugábamos en Los Ángeles. Todas las personas que estaban allí eran blancas, todas llevaban ropa blanca y zapatos blancos; las pelotas también eran blancas. Y pensé: “¿Dónde demonios están todos los demás? ¿Dónde está la gente negra o la hispana?”. Me molestó mucho, así que desde ese instante supe que dedicaría toda mi vida a que todo el mundo pudiera jugar al tenis, un deporte global y que además me permitiría viajar. También quería profesionalizarlo, porque el amateurismo es en realidad un hobby, y si alguien es muy bueno debe ser reconocido como tal. Ese era mi sueño para el deporte, pero también sobre la igualdad. Desde pequeña quería que todo el mundo fuera inclusivo, porque todos deberíamos serlo.
¿Cómo se gestó el golpe de efecto de 1973? Logró lo que no había conseguido nadie en ningún deporte: por primera vez, premios iguales para mujeres y hombres.
No lo había planeado, para nada. Pero cuando me enteré de que [Ilie] Nastase había ganado 25.000 dólares [en la edición de 1972] y yo 10.000, me enfurecí. Me volví loca. Así que dije que no volvería. Me reuní con varias compañías y les pregunté: “¿Nos echaríais una mano?”. Entonces, los responsables de Bristol Myers [desodorantes] se acercaron a mí y yo entré en shock. Les dije: “¿En serio queréis hacerlo?”. Conseguí el dinero para compensar la diferencia y me reuní con el director del US Open, Bill Talbert. “¿Lo tienes?”, me preguntó. Y cuando le dije que sí, se quedó muy callado. La junta de la USTA [la federación estadounidense] no lo aprobó, pero al año siguiente, él lo anunció por su cuenta. Le debo mucho a Billy, fue muy valiente. Él y Bristol Myers creyeron en nosotras, en la mujer; eran hombres, pero tenían hijas y eso marca la diferencia. La gente piensa que esto [la igualdad y el desarrollo del deporte femenino] es cosa solo de mujeres, pero no es así. Los hombres deben ser nuestros aliados; de hecho, en mi vida hay hombres que me han ayudado mucho porque, precisamente, ellos tienen más poder. Se trata de que lo hagamos entre todos, en comunidad.
La brecha va reduciéndose, pero ¿en qué punto estamos?
Los hombres siguen claramente en la cima, ellos tienen el poder. La diferencia es muy grande. Pero conforme empiecen a tener más responsabilidades las mujeres, nos irá mejor a todos. Será un buen negocio también para ellos. Es duro para sus egos, lo sé, pero todo va de educación. Es una cuestión cultural. Todo depende de qué nos transmiten desde pequeños. A las chicas se nos educa para ser perfectas, y eso es imposible; nunca seremos lo suficientemente buenas.
¿Es esta la hora definitiva del cambio?
Lo es. Es el momento de cambiarlo todo, y creo que está sucediendo porque las mujeres se han puesto en pie y los chicos están empezando a darse cuenta de que no siempre tienen que hacerse los valientes, sino que debemos ayudarnos los unos a los otros; no por una cuestión de género, sino porque debe ser así.
¿Es distinta la energía del feminismo actual de la que vivió usted en los setenta?
Creo que las redes sociales juegan hoy día un papel muy importante y que hay más gente que se siente parte del movimiento que en los viejos tiempos, cuando no teníamos teléfonos ni todo eso. Creo que hoy hay un montón de chicas que son totalmente feministas. ¿Sabe? Yo solía hablar con Gloria Steinem [escritora y activista estadounidense, referencial de los sesenta y los setenta] y le decía que no pensaban lo suficiente en el deporte femenino; le decía que confiábamos en nosotras mismas y en nuestros cuerpos, porque somos fuertes y resistentes, todas esas cosas de las que hablan. Pero no contaban con nosotras, como tampoco contaron con la comunidad LGTBI al principio. Ahora, el deporte femenino está en un punto de inflexión, y están invirtiendo en nosotras. El verdadero poder de las mujeres está empezando ahora, pero esto no podría haber sucedido si los hombres no hubieran sido nuestros aliados. El problema es que no creían en nosotras y no se invertía, pero ahora sí.
Usted, de hecho, ha invertido en varios deportes de Estados Unidos: baloncesto, béisbol, fútbol…
Sí, en unos cuantos… No los he contado [risas]. En los Dodgers, por ejemplo. El deporte es una plataforma y la gente está empezando a darse cuenta de que el deporte femenino supone una gran inversión. Estamos consiguiendo, además, que cada vez haya más mujeres inversoras. Tal vez algún día suceda en España. ¿Por qué no? Mujeres invirtiendo, ¡eso es! Acabamos de anunciar una liga de hockey sobre hielo en Estados Unidos y Canadá en la que competirán las mejores del mundo. Es un deporte emocionante y rápido, se parece mucho al tenis.
Salvo que el tenis es individual.
¡No, no! ¡No lo es!
¿No?
La gente tiene una idea equivocada. Me encantan los deportes de equipo porque crecí en ellos; de hecho, participé en la primera edición de la Copa Federación [versión anterior a la Billie Jean King Cup], en 1963. Todo el mundo piensa que el tenis es un deporte individual, pero no es así. Es de equipo. Necesitas de los que te rodean para ganar. No estás sola. A mí lo que más me gusta son los dobles mixtos [chico-chica]; de hecho, durante cuatro años competí en esa modalidad; el establishment no quería, pero era lo máximo. Lo mejor que he hecho, sin duda.
También ha hecho una fuerte apuesta por la Billie Jean King Cup.
Vamos a reunir en Sevilla a las mejores del mundo. ¡Y me encanta España! Así que va a ser divertido. Habrá mucho en juego y queremos crecer, evolucionar. Somos ambiciosas. El tenis es el deporte más sano del mundo… Pero ellos [la Copa Davis] empezaron en 1900, y nuestra competición comenzó 63 años más tarde, así que, amigos: ayúdennos. En realidad, ha sido Mark Walter [propietario del holding TWG Global] el que ha impulsado nuestra alianza con la ITF [la Federación Internacional de Tenis]. Es dueño de toneladas de cosas y un día dijo: “¡Hagámoslo!”. Pero detrás también está su esposa, Kimbra... ¿Lo ve? ¡Hombres y mujeres juntos! La ITF seguirá dirigiéndolo todo, pero nosotras nos encargamos de la parte comercial. Mi esposa, Ilana [Kloss, extenista sudafricana con la que empezó una relación hace 40 años], es la verdaderamente inteligente. Ella es el cerebro; yo lo sueño y ella lo construye. Es muy lista. Ahora estamos pensando en hacer algo con el soccer [fútbol]. Cada vez más mujeres gais salen del armario en el deporte. ¿No es genial? ¿Por qué no pasa lo mismo con los hombres?
Tengo mis sospechas, pero mejor dígame usted.
Porque todavía se ponen nerviosos por cómo van a tratarlos el resto de los chicos si lo dicen. Aún es un estigma para ellos. Siempre se ha dicho que ser gay es ser afeminado o ser una marimacho, y no es así. Cada individuo es diferente. Temen no ser aceptados, y eso es terrible. Algunos han salido del armario. Recuerdo a un par de jugadores de rugby… ¿Cómo se llamaban? ¡Eso es! Ian Roberts [jugador australiano] y Gareth Thomas [excapitán de Gales]. También está ese jugador de fútbol americano de los Raiders, Carl Nassib. Hay bastantes ahora, más que nunca. ¿Que deberían salir más? Por supuesto, pero creo que vamos en la buena dirección. Jason Collins salió del armario justo al final de su carrera [2013] y recibió una llamada del presidente [Barack Obama] para felicitarle; consiguió un trabajo en la NBA inmediatamente. Las cosas realmente están cambiando, créame. En 1981, cuando yo salí del armario, lo perdí económicamente todo. Y eso ahora no pasa.
¿Siente que los atletas de hoy están lo suficientemente comprometidos más allá del deporte?
Algunos lo están, y en algunos casos tienen un firme compromiso con la justicia social. Pero en los viejos tiempos, las figuras solíamos ser mentoras de las que venían por detrás, y ahora eso no se hace. Hoy día, los jugadores y las jugadoras jóvenes están pensando solamente en las redes sociales y en ganar el partido, y eso debería cambiar. Antes pensábamos en clave de nosotras, y la generación de ahora piensa en el yo. La ATP y la WTA deberían trabajar más para que conozcan mejor la historia de nuestro deporte.
Usted fue testigo directo de lo que sucedió durante la ceremonia del Mundial de Australia y Nueva Zelanda, del beso no consentido del expresidente de la Federación Española de Fútbol a Jennifer Hermoso. ¿Qué opina?
España ganó, pero ¿de qué se habló después en los medios? De él, del presidente [Luis Rubiales]. Se trata siempre de los chicos… Ellas merecían ser las protagonistas; ese debería haber sido el titular, porque ganar es realmente difícil. Pero no pudieron celebrarlo lo suficiente. Es triste. Ese hombre no debería haber hecho algo así. Primero se debería haber hablado de ellas, y después de lo otro; es un tema muy importante, así que me alegro de que lo pongan ahí y de que, por supuesto, se denuncie, pero siempre hay que celebrar las victorias. No deberíamos pasar por este tipo de cosas, ¿verdad? Pero antes de este episodio ya había oído que pasaba algo con las chicas y el entrenador [Jorge Vilda], y pregunté; muchas de las jugadoras no querían ir a la selección por él… Ellas son un gran ejemplo de compromiso y de unión.
Hablando de unión, ¿veremos algún día la fusión de los dos circuitos del tenis?
Muchos profesionales la alientan desde hace tiempo. Todo el mundo dice que debería ser así, pero al final nunca sucede. ¿Por qué no se da el paso final? Porque los hombres tienen el dinero, y siempre quieren más. Volvemos a los egos. En el tenis, la gente se pregunta por qué la WTA no tiene tanto dinero como la ATP, y resulta que solo recibimos el 5% de los medios de comunicación. ¿En serio? Si ves un programa de deportes, ¿cuánto tiempo dedican a los hombres y cuánto a nosotras? Necesitamos estar agrupados. Será beneficioso para todos. Siempre lo he creído y lucharé siempre por ello. Soy muy testaruda.
Echando la vista atrás, ¿es consciente del impacto que ha tenido?
Me siento orgullosa, pero no me gusta mucho pensar en el pasado. Prefiero concentrarme en el hoy y en el mañana. Mi objetivo es que la mayor cantidad de niños y niñas quieran jugar al tenis. En España, por ejemplo, no creo que se aprecie lo suficiente a Conchita [Martínez] y Arantxa [Sánchez Vicario]. Se las debería valorar más y debería haber más chicas siguiendo sus pasos por todo lo que consiguieron. Cada vez que jugábamos contra ellas y yo era capitana, perdíamos… [risas]. Estoy segura de que no reciben la misma atención que los chicos, ni que por supuesto Nadal, pero necesitamos que se las reconozca para que las nuevas sigan su ejemplo. Después vino Garbiñe [Muguruza], pero necesitamos más y más chicas; deben tener el mismo seguimiento y ganar el mismo dinero que los hombres, porque ahí está la clave: el dinero. Dinero y entusiasmo. No creo que muchos países inviertan lo suficiente en deporte femenino. Debemos cambiar eso, porque las chicas y los chicos queremos lo mismo: ser los mejores. Mi hermano fue profesional del béisbol y yo del tenis, y siempre nos apoyábamos.
Algo está cambiando. Lo que empezó Billie Jean King lo continúan hoy las jugadoras de la selección española de fútbol.
"Las mujeres se han puesto de pie. Es el momento de cambiarlo todo”, dice Billie Jean King. Las reivindicaciones de igualdad de las mujeres en el deporte llevan años en el aire, pero hay momentos clave y protagonistas con el arrojo suficiente para lograr esos cambios. Las jugadoras de la selección española de fútbol están inmersas en uno de estos momentos: alzaron la voz casi al tiempo que levantaron la Copa del Mundo en Sídney. Ganar y aprovechar el foco. Y el beso de Rubiales —expresión de un estilo de liderazgo testosterónico— no hizo más que aumentar ese foco. El mundo estaba pendiente de ellas. Y ellas plantearon sus exigencias. Su lucha es la de muchas deportistas: quieren sentirse tan profesionales como ellos; tener un salario digno, y no depender de un segundo trabajo; disponer de fisios, psicólogos, plazas de avión (y no de autobús) para las largas distancias… Poder ser madres y conciliar. Sentirse representadas en los órganos de decisión. En resumen, condiciones de trabajo que hagan posible preocuparse solo por el balón.
Ganar y aprovechar el foco. Es lo que hizo Billie Jean King, campeona del US Open, cuando se plantó y lanzó un órdago por la igualdad salarial. Era 1973. Lo consiguió, y el tenis asumió que sus tenistas, fueran hombres o mujeres, tenían que ganar lo mismo en premios en las grandes citas del calendario. A partir de ese momento, el circuito se profesionalizó y produjo estrellas globales como Martina Navratilova, Steffi Graf o las hermanas Williams, que derrotaron con su éxito la teoría de que el deporte practicado por mujeres interesa menos que el de los hombres. Pero para lograrlo, antes alguien tuvo que hacer una apuesta económica. Para que una final femenina del US Open como la que este año ganó la joven Coco Gauff la vieran un millón de espectadores más que la final masculina de Novak Djokovic, antes tuvo que existir una Billie Jean King. Y una inversión que elevara la competitividad en las pistas. En esta ecuación son esenciales los patrocinadores, los derechos de televisión o los medios de comunicación, aquellos de los que depende la inversión, la visibilidad y la proyección.
Las futbolistas han sido escuchadas y han logrado algunas de sus peticiones. Hasta hace 10 años era impensable imaginar a una selección española de fútbol ganando nada. El fútbol, en España, estaba reservado para ellos. Ellas podían jugar —y ganar— al baloncesto, al tenis, al balonmano, al hockey. Pero no al fútbol. Con el Mundial ganaron una primera batalla, como mostraron las pantallas gigantes en las ciudades, las portadas de los periódicos y los informativos que hablaban de las paradas decisivas de Cata Coll o de la maestría con el balón de Aitana Bonmatí. España estaba pendiente de sus jugadoras, incluso con los horarios adversos de las antípodas. La final congregó en España a 5.599.000 espectadores ante el televisor, con una cuota de pantalla del 65,7%. La consultora SportsPro Media acaba de publicar su ranking anual de los 50 deportistas con mayor potencial comercializable en el mundo. Incluye a tres españoles: Alexia Putellas (en el puesto 24º), Rafa Nadal (41º) y Mapi León (46º). Carlos Alcaraz ocupa la posición 54ª y Aitana Bonmatí la 86ª. El buen posicionamiento de estas mujeres, cuyos contratos actuales de patrocinio pueden ser menos lucrativos que los de los hombres, se debe a una métrica que considera valores como el impacto social, el compromiso medioambiental o la forma en que pueden generar cambios positivos en la comunidad.
Instituciones públicas y empresas privadas tienen la oportunidad de creer en este cambio. De apostar por un futuro en el que tenistas, futbolistas o baloncestistas no dependan de más etiquetas. Porque el deporte no es ni femenino ni masculino, solo es deporte.
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