Fotoensayo | 25 años de vidas minadas
Gervasio Sánchez lleva décadas documentando el horror de las guerras y, en concreto, de las minas antipersona. Hoy regresa en forma de libro y de una exposición en Zaragoza
Los estragos que provocan las minas antipersona son para toda la vida. Me crucé con sus víctimas en hospitales a punto de ser amputadas, malheridas o en riesgo de muerte inminente cuando eran menores; en centros ortopédicos donde intentaban volver a andar con piernas de plástico, en fundaciones donde eran maltratadas y abusadas, o en familias que sobrevivían con muchas dificultades.
Gracias a las nuevas tecnologías, mantengo el contacto permanente con varias de ellas. Me informo en tiempo real de sus problemas más acuciantes, las felicito en sus cumpleaños, me alegro de sus pequeños triunfos, me entristezco con las malas noticias. Varias de estas víctimas forman parte de mi familia universal, sé de ellas más que de muchos de mis familiares más cercanos, quizá porque el dolor que han sufrido trasciende el paso del tiempo y me obliga moralmente a estar más pendiente. Una de ellas me llama “padre” y le ha puesto mi nombre a su quinto hijo.
Los protagonistas de este proyecto documental simbolizan la tragedia que afecta a centenares de miles de víctimas de explosiones de minas antipersona en todo el mundo. Todas tienen una historia que contar de lucha por la supervivencia y la dignidad, y nuestra obligación, ya que somos incapaces de poner fin a los conflictos, es respetar sus vivencias. He intentado acercarme a ellas con gran respeto y he evitado condicionar o alterar sus formas de actuar o comportarse. Nunca me he querido convertir en un ladrón de sufrimientos ajenos.
Los responsables de tanto dolor se esconden tras una nebulosa de intereses y siglas. La industria armamentística es cada día más poderosa e impenetrable pese a las leyes sobre control de armas que se aprueban en los parlamentos de los países democráticos y que casi siempre se convierten en papel mojado.
Una de las grandes especialidades de nuestros gobernantes, empresarios y banqueros es presentarse ante la sociedad como adalides de los valores universales y la legalidad vigente mientras utilizan el secretismo y la impunidad para reescribir y violar las leyes y subordinarse al pragmatismo más obsceno. Y sin excepciones, ya que los que más gritan cuando están en la oposición son los que más rápido se acaban plegando al guion oficial en cuanto alcanzan los salones del poder.
Sofia Elface Fumo (Massaca, Mozambique)
Tenía 11 años cuando pisó una mina antipersona en noviembre de 1993 mientras recogía leña con su hermana pequeña María, que murió un mes después. En julio de 1999 nació Leonaldo cuando todavía era una menor de edad. En noviembre de 2004 nació su segunda hija, Alia. Karena y Ana María nacieron en 2013 y 2017. Sofia tuvo a su quinto hijo en febrero de 2022. Lo llamó Gervasio.
Adis Smajic (Sarajevo, Bosnia-Herzegovina)
Fue herido el 18 de marzo de 1996 por la explosión de una mina antipersona mientras jugaba con sus amigos al fútbol. Con 13 años perdió su ojo izquierdo y sufrió la amputación de su brazo derecho. Pasó de ser un niño de la guerra a convertirse en un adolescente mutilado. En 2007 se casó con Naida Vreto, con la que ha tenido dos hijos: Alen, que ya ha cumplido 10 años, y Farik, de cinco años. Recibe a sus 41 años una pensión vitalicia como víctima de guerra.
Sokheurm Man (Siem Reap, Camboya)
Fue herido por una mina antipersona el 10 de enero de 1996, con 13 años, de camino al colegio. Un principio de gangrena forzó a los cirujanos a amputarle la pierna derecha. La familia tuvo que vender una parte fundamental de la cosecha de arroz para sufragar los gastos. Se casó con Ly Nin en 2005 y tiene dos hijos: Enero, de 17 años, y Julieka, de 10. Hoy tiene 41 años y es director de Programa de la ONG Husk.
Manuel Orellana (Apopa, El Salvador)
Tenía 20 años cuando perdió ambas piernas (en diciembre de 1991) mientras recogía café pocos días antes de la firma de la paz entre la guerrilla y el ejército. Junto a su mujer, Edith Hércules, comenzó a coser camisas, camisetas y trajes colegiales y los vendía en los mercados de Apopa, donde viven, a 30 kilómetros de San Salvador. Se comprometieron con un gran objetivo y lo consiguieron: que sus cuatro hijos estudiaran en la universidad.
Mónica Paola Ardila (San Pablo, Colombia)
Perdió la visión y sufrió varias amputaciones en sus manos por la explosión de una mina a los siete años, en febrero de 2003, cuando regresaba del colegio. Después de pasar años en centros de acogida donde sufrió abusos sexuales, se trasladó con 18 años a casa de su abuela Carlina, una de las pocas personas que siempre la trataron con cierto cariño. En 2017 conoció a un hombre ya maduro que le sacaba 30 años. Vivió con él hasta su muerte en 2022. Desde entonces vive con tres loros gritones, ‘Luna’, ‘Lucero’ y ‘Rayita’.
Zar Bibi (Kabul, Afganistán)
Tenía 15 años en 1996 cuando una mina le amputó sus dos piernas (foto de arriba). Sus primeras prótesis las recibió en junio de 1997, ya con los talibanes en el poder. En 2009 empezó a trabajar en un taller de confección de la Media Luna Roja y allí conoció a su marido, Asadullah Amawi. La pareja se casó en contra de la voluntad de la familia del hombre y vive en un barrio de la capital con su hija Aisha, de cinco años, y su hijo Bilal, de dos años.
Medy Ewaz Ali (Kabul, Afganistán)
Perdió la pierna izquierda a finales de los años noventa en la explosión de una mina cuando era tan pequeño que ni siquiera lo recuerda. En 2003, con siete años, llegó a Kabul. Sobrevivieron durante muchos años con 20 euros mensuales. En 2009 regresó al quirófano para una remodelación de muñón. Tras el regreso al poder de los talibanes pudo viajar a España en un avión militar junto a su hermana Parwin en agosto de 2021. Hoy vive de su salario en la capital española.
Joaquina Natchilombo (Capiganla, Angola)
Perdió una pierna, una hija y una hermana el 8 de diciembre de 1989 por la explosión de una mina. Durante muchos años vivió en Kamussamba, una aldea adosada a Huambo, una de las ciudades más destruidas durante la larga guerra civil. En 2014 se trasladó a Capiganla a trabajar en las tierras familiares para sobrevivir. Con 70 años camina cada día cinco kilómetros para recoger la cosecha de maíz que transporta en sacos encima de su cabeza hasta su casa. Su fuerza de voluntad es inquebrantable.
Las imágenes de este fotoensayo pertenecen al libro ‘Vidas Minadas. 25 años’ (Blume), de Gervasio Sánchez. También formarán parte de la exposición homónima en La Lonja, en Zaragoza, del 28 de septiembre al 7 de enero.
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