Carlos Granés: “América Latina es un lugar impuro y la búsqueda de la pureza ha sido su perdición”
Antropólogo social, pensador y ensayista colombiano, su obra ‘Delirio americano’ ahonda en las conexiones entre la cultura y la política dentro del continente. Su viaje entre el siglo XIX y el XXI sobre los hilos que han guiado ambas esferas ha generado polémicas a derecha e izquierda sobre un asunto que viene del inicio de los tiempos: las utopías las crean los poetas. Los líderes son quienes después las destruyen
Una preclara racionalidad atraviesa el ensayo Delirio americano (Taurus), de Carlos Granés. Aunque el autor remarque algo no tan evidente: que la influencia de creadores, artistas e intelectuales ha sido responsable de muchos de los desmanes que han provocado catástrofes casi exclusivamente en el continente donde nació este colombiano (Bogotá, 48 años). La verdad es que tanto el influjo positivo como el lado perverso de la creación en la acción política existen desde el principio de los tiempos en todo el mundo. De Grecia a la era de la posverdad. Pero pocos lo habían abordado con tanto tino en el caso latinoamericano, donde Granés, residente en Madrid desde que se instaló para estudiar Antropología y doctorarse con estudios en Berkeley, ha establecido esa multitud de vasos comunicantes desde el siglo XX hasta hoy abriendo varios debates eternamente inconclusos con su ensayo. Desde su publicación en 2022, ha desatado riadas de artículos y polémicas, así como despertado de nuevo el interés por otras obras suyas como El puño invisible, Salvajes de una nueva época o La invención del paraíso. Granés reivindica las impurezas. Es más, cree que la aspiración al paraíso perdido ha sido la perdición de una América Latina más entregada a los poetas que a las estadísticas.
Yo quería tranquilizarle.
¿Por qué?
Pues porque eso que usted considera un delirio propio de América Latina, ese mesianismo que ha inspirado horrores a izquierda y a derecha, no es un trauma exclusivo de ustedes. Ha ocurrido en el mundo desde los presocráticos. Nada nuevo… ¿Quizás en el continente americano lo que haya pasado es que se les sigue yendo un poco de las manos?
Sí, quizás en América Latina exista cierto desmadre en cuanto a la fantasía. Es un lugar de ideas, donde estas han tenido bastante importancia, pero muchas veces no fuimos conscientes de las consecuencias de ciertos planteamientos llevados a extremos, que conducían a cataclismos. Y eso se ve, sobre todo, en los años veinte, cuando los poetas, intelectuales y periodistas se reunían en los cafés a coquetear con lo que eran entonces las ideas extremistas: el fascismo y el comunismo en Europa.
Bueno, eso es lo que quizás echo de menos en su libro. La relación entre Wagner y Hitler o Mussolini y el poeta D’Annunzio. ¿Quizás debería haber citado más a estos creadores como precursores de unas ideas que a los tiranos?
Cito más a Marinetti porque tuvo mucha influencia en América Latina a través del futurismo: del Caribe a los Andes. Esa promesa de novedad, de construcción de un hombre nuevo con distintos horizontes, es una golosina para los poetas.
¿Ha escrito este libro para advertir desde aquella parte del mundo de que la polarización es un problema global, engendrada por poetas?
Una de las tesis de este libro es que nosotros en ese sentido no hemos salido del siglo XX, que seguimos atados a él. Y, sin embargo, ¿qué ha pasado en Europa con la invasión de Ucrania?
¿Que Putin nos ha llevado de golpe de nuevo a la invasión de los sudetes o de Polonia con una lógica de preguerra fría, es decir, que Europa vuelve también al pasado a la fuerza?
Exactamente.
Ve como no es un problema exclusivo de América Latina…
Pues sí, porque ese escenario es propio del siglo XX. Yo pensaba que era casi exclusivamente latinoamericano, que emparentaba con inspiraciones como la de Cuba. Y resulta que no, que está Rusia, China…
Estados Unidos… ¿Se encuentra ese país en un paréntesis con Biden o cree que podrán resolver su atracción al abismo?
Trump convirtió Estados Unidos en un país impredecible. Su política era aislacionista, sintonizaba con los líderes nacionalistas a nivel mundial, que se reparten el poder en áreas de influencia. Le importaba un carajo lo que hacía Putin en su zona o China en la suya.
¿Y si pensáramos en Trump como un buen empleado de Putin? A punto estuvo de destruir la OTAN y dejarle pista libre. Parecía un encargo en medio de una estrategia con un tonto útil.
Podría ser. Con un Estados Unidos en manos de Trump y un Putin sin oposición, estaríamos muertos de miedo.
Lo estamos.
Sí, pero con Trump, todavía más.
A América Latina, este regreso a la dinámica de guerra fría ¿en qué le va a afectar?
Coloca a estos gobiernos que se llaman de izquierda en América Latina no como tales, sino como antiyanquis o antioccidentales, porque ¿qué tiene Putin de izquierdista? Nada. ¿En qué se parecen? En el nacionalismo y el autoritarismo, que en el caso de Putin entronca con el estalinismo y el zarismo, no con la izquierda. En eso les viene bien su discurso de pelea contra el cosmopolitismo liberal, uno de los grandes enemigos del nacionalismo latinoamericano, aparte de los comunistas. No hay nada que odien más que a un judío, a un comunista o a un liberal. Siempre por la misma razón: porque traen ideas extranjeras que diluyen los valores patrios. Por eso siempre dudo del talante de quienes se dicen revolucionarios. Castro tenía más de nacionalista, igual que Chávez o Maduro, que de izquierdista.
¿El comunismo era un oportunismo para ellos?
Una compensación estratégica. Aliándose a una potencia mundial se sentían protegidos.
Lo que ocurre es que todos estos fenómenos se producen en una realidad que necesita ser transformada. El problema de América Latina sigue siendo la desigualdad.
Ese es el gran problema. Los liberales han hecho algunas cosas bien: depurar las instituciones, que se respete la ley, es importante. Pero, claro, falta incluir a los sectores marginados de la población, que en el continente son muchísimos y se han convertido en la gran apuesta del populismo.
El populismo agarra esa bandera, degenera en experiencias desastrosas como Venezuela, pero no por eso toda la izquierda debe caer en el mismo saco. ¿Qué me dice de la primera etapa de Lula en Brasil o de Mujica? ¿No se generaliza? Usted reivindica en ese espectro el papel de Allende en Chile. Poco más.
Sí, incluso Lula, en su primera etapa, hizo salir a mucha gente de la pobreza, no se enfrentó a instituciones internacionales, era un tipo pragmático. Su problema empezó con la corrupción, fue su punto débil, a lo que se sumó la crisis económica. Su opción se vino abajo y fue sustituida por otra mucho más preocupante con Bolsonaro: militarista, evangelista, negacionista, mesiánico…
Todavía en la época de las vanguardias existe una actitud de desdén hacia Estados Unidos desde los creadores latinoamericanos, y no hacia Europa. ¿Qué supone el cambio de actitud de los escritores del boom cuando, sin prejuicios, reivindican a Faulkner o a Hemingway junto a las vanguardias europeas y una singularidad latina?
Esa es la clave que da lugar al gran impacto del boom. Su gran innovación se basa en que no le tienen miedo a las influencias técnicas. Fíjate que, en la vanguardia, alguien como Huidobro, conocido por todos en París, de Picasso a los surrealistas, confesaba no conocer más que a un autor norteamericano: Edgar Allan Poe. Los escritores del boom abren su cosmopolitismo y aceptan influencias, que su obra se nutra, se contamine…
Se llene de bastardías…
Exactamente, a mí me gusta mucho el término “contaminación”, en cuanto creo que América Latina es un lugar impuro y la búsqueda de la pureza ha sido su perdición. Yo reivindico todo eso: la impureza, el sincretismo, la influencia, la hibridación. Yo reivindico todo eso porque, sencillamente, sin esos elementos es un lugar idealizado que nunca va a existir.
¿Hasta qué punto el boom traumatiza a las generaciones posteriores y hace surgir otras corrientes como el crack y McOndo?
Las generaciones posteriores dejan de cargar con su entorno al hombro como si fuera un fardo o una maldición. Eso tuvo su recorrido, hizo ruido, pero duró poco. Yo reivindico que un latinoamericano no tenga la obligación de hablar de sus mundos y no abordar otros, de cualquier tema. No tiene que ser esclavo de ellos. Esa condena del latinoamericano a hablar de lo suyo nos ha restado voz para afrontar temas globales.
¿Se ha producido ahí un acuerdo generacional?
Creo que sí. La proporciona Roberto Bolaño, con un regreso de América Latina brutal hacia territorios que el boom no había explorado. El espacio en el que, durante las vanguardias, los creadores estaban fascinados con el mal, el fascismo y los totalitarismos rescata esas presencias que anduvieron por ahí de forma un tanto enigmática y las convierte en personajes de sus novelas. En Nocturno de Chile, Bolaño demuestra que civilización y barbarie convivieron en ese territorio. La historia le da la razón, muchos de quienes impulsaron la violencia en el continente eran gente culta, leída. Mediante la cultura no se logró, como muchos creían, un arreglo de nuestras sociedades.
Vuelvo a calmarle, es lo que ocurrió en Europa con los nazis y con ciertos intelectuales de izquierda que apoyaron a Stalin. No representan ustedes una rareza en ese sentido.
Siempre se creyó que nuestro problema era de educación o de influjo cultural. Ese mito explota en algunas novelas de Bolaño. Creíamos que un poeta no podía ser malo, que no podía representar más que un ángel, un santo. Y qué va, qué va… El mito de la sanación por el arte es un cuento, ¿o no estamos en un gremio en que conocemos al personal que frecuentamos?
Qué manía, utilizar la cultura para blanquear.
¡Bueno! Empezando por la revolución mexicana, ahí se vio de forma brutal. Cuando los cañones dejan de retumbar y los caudillos tienen que convertirse en políticos, utilizan el vehículo de la cultura. Y eso se lo encargan a Vasconcelos.
¿Qué le parece esa moda de politólogos contagiada a políticos y después a periodistas que caen en la trampa a la hora de utilizar el término guerra cultural en vez de lo que es, una cuestión ideológica? ¿No tergiversan así el significado?
Son guerras ideológicas, cierto. No sé si un político puede dar guerras culturales. Algo así se libra desde la sociedad civil para promover cambios de valores. El caso es que puedes iniciarla y no sabes dónde te lleva. Una guerra cultural, para mí, es la que libró el dadaísmo contra el nacionalismo. Si un político llama guerra cultural a una corriente, lo llena de connotaciones en su campo, ya se sabe qué persigue. Y ahí pierde su valor.
Permítame un giro, vamos a Perón. Concretamente, a Evita. ¿Cómo fue posible que alguien con visón y collar de perlas en los balcones se convirtiera en reina de los descamisados?
Es que Eva Duarte podía ser una actriz mediocre en su carrera, pero genial en la vida y en los balcones. Hasta el punto de convertir, en connivencia con Perón, la vida pública en un melodrama. Les hizo creer que él se iba a preocupar por ellos. Así comenzó esa deriva, esa ficción con un pie en la realidad de que ellos protegerían al pueblo frente a los agentes de potencias extranjeras y los vendepatrias. Hay que puntualizar que tuvieron una vocación social clarísima. Se invirtieron millones de dólares en programas, pero es que el fascismo también la tenía. El Estado se quebró. No siguieron las pautas de la racionalidad económica, sino de esa ficción que ellos mismos construyeron a partir de redimir.
El relato, es decir, otra palabreja muy afín a los politólogos, que no habla más que de la construcción de la mentira en contraposición a los hechos. Perón, en eso, ¿es el cerebro, el que escribe la obra? Aparte de que haya seguido en su país como solución a izquierda y derecha, ¿no es el chavismo un invento inspirado en él más que en otros?
Efectivamente, el chavismo tiene mucho más de peronista que de castrista. Así como en México el priismo también lo fue, pero se acabó y creo que no va a volver, el peronismo está muy vivo. Eso refuerza mi tesis de que en América Latina no hemos concretado opciones de izquierdas, sino nacionalistas con disfraz de izquierda. Donde predomina ese nacionalismo, el populismo es fértil. Tiene dos caras: una vertical, elitista, patriótica y viril, pero también horizontal, emancipatoria, y juegan las dos cartas al mismo tiempo.
Otra vez le tengo que calmar: le puedo dar infinidad de ejemplos actuales en Europa.
Pero empezó ahí, en América Latina.
Que no, hombre, que no.
Bueno, no el populismo, pero sí cierta forma del mismo. Una reconversión del filofascista en populista con apariencia de demócrata. Con Perón, precisamente. Es el primero que se empeña en cambiar el uniforme por el traje y la corbata, por convocar elecciones, y no tumbando la puerta de palacio con los tanques y, desde dentro, empezar a demoler las instituciones. Las tres bases del poder empezando por cambiar la Constitución. Eso se lo inventó Perón. Y ha sido replicado.
Bueno, me ha convencido casi del todo. Otro aspecto que usted destaca y del que hace una lectura fantástica es la terquedad, algo muy presente en la vida y la obra de García Márquez.
Es que la terquedad es como el delirio. En manos de un artista da lugar a cosas grandiosas, y en manos de un tirano, absolutamente espeluznantes. Es fundamental en García Márquez, casi todos sus personajes son tercos.
Poetiza la terquedad desde El coronel no tiene quien le escriba a El amor en los tiempos del cólera.
Le apasiona como una cualidad de carácter que permite a las personas lograr sus objetivos. El problema es que también la admiraba en política. Por ejemplo, como describía a Torrijos, terco como una mula y audaz como un tigre. Como a Fidel Castro, el más terco de América Latina, dispuesto a llevar a su país incluso a la ruina con tal de insistir en un proyecto fracasado. Eso le fascinaba de él. Como el coronel que espera, espera y no va a vender el gallo hasta que acabe comiendo mierda.
Hablemos de Ernesto Laclau, gurú del populismo. Más allá de sus teorías, lo que ha proporcionado es una ideologización del lenguaje un tanto cargante. ¿Ha resultado efectiva o nos lía?
Lo importante en él es establecer una división social entre aliados y enemigos, pueblo y antipueblo. Eso ya es una construcción lingüística y empezar a intervenir en el campo social en torno a conceptos. Casta, pitiyanqui, gusano, son operaciones de resignificado. Por ahí se empieza.
En la ultraderecha también se da con éxito. Pero lleva a un puritanismo dogmático y peligroso.
Espantoso. Esa obsesión latinoamericana por ser víctimas, una maldición que no nos ha ayudado en nada, se ha extendido incluso al norte y al discurso de Trump. Él ha revertido al hombre blanco de victimario en víctima, por parte de las revoluciones tecnológicas y quienes llegan a quitarles sus trabajos. Y funciona de maravilla. Da derecho a asaltar el Capitolio.
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