Juan Duyos, diseñador: “Un día asumí que no iba a ser Gucci ni Rodarte, y que, además, no quería serlo”
El creador celebra un cuarto de siglo de carrera rodeado de algunas de sus musas y sintiendo que, finalmente, ha encontrado su sitio en la moda española. “La paz viene cuando te serenas y entiendes lo que eres y lo que sabes hacer”, dice.
Incluso cuando la moda no entraba en sus planes, Juan Duyos (Madrid, 54 años) tenía ciertas intuiciones acerca de su futuro. “Por ejemplo, sabía que no iba a hacer la mili. Y también me visualizaba trabajando en un sitio bonito, un piso luminoso y con suelos de madera, con la gente que quiero”. El estudio donde Duyos tiene su marca, a pocos metros de la Gran Vía madrileña, tiene, por tanto, la nitidez de los sueños cumplidos: techos altos, ventanales generosos y, durante la sesión para este reportaje, una selección de compañeras de viaje para las que el término “musa” se queda corto: la modelo Nieves Álvarez, la relaciones públicas Blanca Zurita, la artista Brianda Fitz-James; Vanessa Manzano, su mano derecha desde hace décadas, y la coreógrafa Mar Aguiló, que en septiembre ideó junto a él un espectáculo de danza para celebrar los 25 años de la marca.
Cuenta Duyos que su mayor orgullo reside en no haberse planteado nunca tirar la toalla, a pesar de pertenecer a un ecosistema, el de la moda española de autor, al que se le atribuye una mala salud de hierro que persiste pese a los prejuicios. “Igual es que no sé hacer otra cosa”, reflexiona. “Me ha costado mucho llegar hasta aquí, tener el equipo que me gusta y estar con la gente que quiero, así que imagino que nunca ha habido un plan B”. Manzano lo corrobora: “Juan es el hombre más resiliente y terco que conozco. Cuando quiere algo, se centra en ello”.
Y lo que quería el Duyos de hace 25 años era dar salida a una creatividad que no había encontrado acomodo en los estudios de Bellas Artes, su primera opción. Corría mediados de los noventa e hizo tándem con su amiga de siempre, Cecilia Paniagua, con quien compartía escuela, ideas y circunstancias. Ella trabajaba con Sybilla y él con Manuel Piña: dos cachorros noctámbulos en el corazón de la vanguardia española. “No sabíamos dónde nos metíamos, porque trabajábamos con los mejores, con dos creadores muy consolidados, y pensábamos que hacer moda sería algo parecido a lo que hacían ellos. Pero nada que ver. Teníamos muchísima ilusión, pero es complicado sobrevivir en un país donde hay poco apoyo para la moda y donde todo el rato te están comparando con lo de fuera”. Sus primeros pasos reflejan la euforia indie y disruptiva de su generación. “Aquellas primeras colecciones las recuerdo como algo muy salvaje, éramos club kids, salíamos todo el rato y hacíamos los desfiles con nuestros amigos”. Su primer desfile fue un ejercicio de optimismo autodidacta. “Cronometrábamos el paso de las modelos en el pasillo de casa y nos llevamos a amigos peluqueros sin saber que allí ya había peluqueros para los desfiles”.
De aquellas primeras colecciones quedan imágenes coloridas, un conjunto de prendas coloridas e iconoclastas. “En moda siempre se necesita un fenómeno, y nosotros lo fuimos en 1997. Empezamos a hacer prensa y a vender en tiendas de toda España. Los medios estaban encima, le ponían nuestros vestidos en Vogue a Penélope Cruz y flipábamos porque todo aquello no tenía retorno. Hacíamos las colecciones con el dinero que nos prestaban nuestras familias, o nos íbamos al Rastro y encontrábamos un rollo de tela estampada de Elio Berhanyer de los setenta y hacíamos los vestidos que podíamos”.
Finalmente, la realidad se impuso. En 1999 Paniagua salió del proyecto —se volcó en el desarrollo de la línea Jocomomola de Sybilla antes de fallecer prematuramente en 2001— y Duyos pasó a ser solo Duyos. “Decidí seguir yo solo, con tan buena fortuna que me dieron el Premio L’Oréal. Y empezamos a vender bien, aunque llevaba fatal lo de hacerlo todo”. Aquel primer impulso duró hasta 2006, cuando la industria cambió de arriba abajo con la irrupción de las grandes cadenas de moda asequible. “Nosotros vendíamos en las mejores tiendas de cada sitio, pero un día ese modelo de negocio hizo crac, igual que las discográficas o las compañías aéreas. Y decidimos hacer lo que sabíamos hacer bien, que era costura y moda a medida”. Este planteamiento, menos mediático, pero más sosegado, transformó su forma de ver el oficio. “Para mí, ese cambio supuso fundamentalmente paz. Asumí que no iba a ser Gucci ni Rodarte, y que, además, no quería serlo. Y funcionó. Comenzamos a facturar lo que sabía que podíamos facturar, sin compararnos con las grandes marcas del lujo, porque el gran error que hemos cometido ha sido no saber ubicarnos. La paz viene cuando te serenas y entiendes lo que eres y lo que sabes hacer”.
El cambio de negocio lo sorprendió convertido en un creador con un lenguaje propio que se fue tamizando, asegura, a medida que aprendía a escuchar a su entorno y, sobre todo, a sus clientas. “Yo nunca fui un niño que vistiera muñecas. No tuve vocación como tal. Pero al principio era todo mucho más creativo, hacía lo que quería y preguntaba poco, ni siquiera a las mujeres que me rodeaban”. Asegura que con el tiempo aprendió a escuchar y a concebir su trabajo de un modo menos saturniano y más empático. “De las mujeres he aprendido muchísimo. Ahora mi cotidianidad son las seis mujeres que trabajan conmigo y las clientas”. Una clave, explica, es atenderlas siempre en persona durante las pruebas. “Las clientas de 20 vienen a hacerse el vestido de novia con la madre y la abuela, y yo las escucho e intento ponerlas a todas lo más guapas posible. Y es una maravilla porque vienen al taller a disfrutar, como cuando vas a un restaurante a comer bien. Y a mí se me da bien ese trato, así que soy un afortunado”.
La cotidianidad, sin embargo, no impide que irrumpan, de vez en cuando, los sueños. Su colección de 25º aniversario es una oda a los colores, los motivos y la exuberancia estética que descubrió en un viaje reciente a Estonia, escenificada por un conjunto de bailarinas profesionales. “Es una colección muy escénica, no es ropa sin más”, explica Mar Aguiló, que cuenta que el diseño de la colección y el de la coreografía siguieron senderos paralelos en busca del movimiento perfecto. Con esta apreciación concuerda Nieves Álvarez, que ha vestido sus prendas en numerosas ocasiones. “Presta mucha atención a los tejidos y tiene una elegancia muy pura, que subraya el movimiento de la ropa. Sus desfiles siempre aportan algo más”. A pesar de ser una colección nueva, en la pasarela las bailarinas danzaban al ritmo de una banda sonora que es el único guiño nostálgico que se ha permitido Duyos: Portishead y Massive Attack, explica, “la música que escuchaba hace 25 años”. Un tiempo en el que todavía no podía imaginar que la moda le llevaría por mil caminos distintos sin soltarle nunca la mano.
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