El retorno de Sybilla, la diseñadora española que lo cambió todo
La enigmática y huidiza creadora, que conquistó el mundo en los años ochenta y noventa, cumple cuatro décadas en la moda. Para celebrarlo, anuncia su vuelta a los talleres. Su regreso coincide con una gran retrospectiva de toda su carrera.
Uno de los primeros recuerdos que Sybilla Sorondo (Nueva York, 59 años) guarda de su vida está relacionado con la moda. Se acuerda con claridad de la escena en la que ella, con cuatro años, está probándose los vestidos infantiles que diseñaba su madre, una aristócrata y artista de origen polaco, en un taller de la Séptima Avenida de Manhattan: un trajecito dorado, uno verde plisado, otro con un gran narciso. Aquella niña tímida y solitaria encontró en la ropa un refugio y un vehículo de expresión con el que dejaba hablar a su silencio, aunque no fantaseaba con ser modista. Quería ser ecologista y oceanógrafa, y recorrer el mundo como lo hacía Jacques Cousteau a bordo del Calypso.
“Mi madre nunca me habló de moda. Me enseñó con su manera de ser y con la libertad con la que me educó en todos los sentidos. Nací cuando ella era mayor y murió cuando yo era joven. Me dejaba que me vistiera como quisiera y no interfería en nada”, recuerda Sybilla en conversación con El País Semanal. La enigmática diseñadora está a punto de cumplir 40 años en la moda y para celebrarlo vuelve al taller. Su regreso coincide con una retrospectiva de su carrera. La exposición, titulada El hilo invisible, se inaugurará el 27 de septiembre en la Sala Canal de Isabel II de Madrid, donde se podrán ver más de 80 piezas suyas, además de fotografías de sus colecciones hechas por grandes colaboradores como Ouka Leele (fallecida en mayo), Juan Gatti, Javier Vallhonrat, Pepe Lamarca o Retamar.
El hilo invisible será un repaso por las diferentes etapas creativas de la diseñadora —desde el patchwork hasta los vestidos escultóricos, pasando por las prendas transformables—, pero también por sus éxitos y fracasos. Ella misma reconoce que el montaje le está sirviendo para explicarse a sí misma. “Imagino que el hilo es intentar ser fiel a mí misma, aunque pueda generar contrastes y contradicciones, subidas y bajadas”, dice. Para Laura Cerrato, comisaria y artífice de la muestra, revisar la historia de uno es “un acto de valentía”. “Siempre nos encontramos momentos de felicidad y momentos que nos remueven. Esto ha tenido algo de montaña rusa”, añade la curadora.
En ese intento de explicarse a sí misma, Sybilla se retrotrae al punto de partida, el origen de su impulso creativo: la muerte de su madre. Solo tenía 14 años. “Su pérdida me marcó, sin duda, pero de manera distinta de lo que se podría imaginar. Coincidió con el tiempo en que no tenía buena relación con mi padre. Así que dejé el colegio y me fui de casa”, dice. Con 17 años, se mudó a París y, sin estudios formales de diseño o confección, empezó a trabajar en el taller de Yves Saint Laurent. “Él era una sombra y yo era el último mono en las buhardillas”, aclara. Pero se convirtió en aprendiz de Anne-Marie Muñoz, mano derecha del maestro. “Ahí entendí lo que era la costura y una manera de trabajar que me ha acompañado”.
La moda no solo le ayudó a independizarse y reafirmarse como mujer, sino también a “conectar” con la figura de su madre desaparecida. Tras pasar un año en el taller de Saint Laurent, dejó París para sumarse a la Movida madrileña. “Habría sido más lógico quedarme en Francia y llegar a ser asistente del asistente de algún diseñador, pero volví a la ciudad donde me crie y tuve la suerte de estar en un buen sitio en un buen momento”.
Un amigo que tenía una tienda en la calle del Almirante le dio un empujón, contactos y ayuda. Sybilla puso un anuncio en el periódico, al que respondieron un grupo de modistas y una modelista excepcional, Carmen de Andrés, con las que empezó a dar forma a sus dibujos. Con 19 años, utilizaba el sótano de la casa de su padre, Jorge Sorondo, como taller e iba por los bares de moda de la capital vendiendo sus camisas.
“Fui una de sus primeras clientas. Recuerdo su primer desfile, en 1983, porque lo organicé yo. Fue una auténtica movida dentro de la Movida madrileña. Yo misma maquillé a las modelos estando embarazada de ocho meses de mi hija Brianda”, dice María Eugenia Fernández de Castro, que, junto a su entonces marido, Jacobo Fitz-James Stuart, acogió el debut de la diseñadora en el pabellón de la editorial Siruela. Los periodistas, arquitectos y artistas invitados quedaron impresionadas con la colección, joven y revolucionaria. “Ella siempre fue diferente. Se percibía la mano y la visión de una artista en todo lo que hacía”, apunta Fernández de Castro.
Juan Gatti, colaborador de Sybilla durante más de tres décadas, también recuerda esa etapa. “Sus primeras prendas las descubrí en el año 1983, en el pabellón de Jacobo Siruela. Luego vi prendas que había fotografiado Javier Vallhonrat y me encantaron”, dice el fotógrafo. Tiempo después, coincidió con ella en Deià (Mallorca). “De ese encuentro surgió tal magnetismo que no nos pudimos separar y así fueron 35 años trabajando juntos”, explica Gatti, que define a su amiga como una gran seductora: “Elegante en la forma que se mueve, viste y trabaja, con un gusto exquisito y bastante genio”.
El estilo de Sybilla evolucionó y cruzó fronteras rápidamente. “En esos años, yo estaba en Madrid y compré uno de sus impermeables”, evoca Valerie Steele, historiadora de moda estadounidense y directora del Museo del Fashion Institute of Technology. “Entonces, ella aportaba un sentido de renovación a la moda española. Su legado es de diseños suaves y caprichosos”, señala. Los detalles de sus creaciones empezaron a transformarse en algo abstracto, solo apreciable en la manera en que la prenda estaba resuelta desde el punto de vista estructural. La crítica la comparaba con Balenciaga por su maestría para los volúmenes y el alto grado de atención al detalle. “A mis ojos, es la digna heredera de Cristóbal. Voy más allá, es la soberana de la moda española sencilla y aristocrática”, sentencia Olivier Saillard, exdirector del Museo de la Moda de París y uno de los historiadores y comisarios de moda más prestigiosos.
También se la comparaba con Madeleine Vionnet —por el manejo de la técnica al bies y la libertad del cuerpo—, con Elsa Schiaparelli —por el humor surrealista— y con Madame Grès —por el trabajo de modelaje sobre el cuerpo—, pero ella no se siente identificada con ninguno de esos nombres. “No los conocía cuando diseñaba ni los tengo ahora en la cabeza”, aclara. “Los miles de horas que pasé buscando ropa de segunda mano en mercadillos y almacenes para transformarla y hacer chapuzas me enseñaron lo que sé sobre cortes, texturas y técnicas de costura. Así aprendí cuánto se puede llegar a amar tus prendas favoritas”.
Luis Arias fue director de la marca y mano derecha de la diseñadora durante casi dos décadas. Un amigo en común los presentó en un concierto de Radio Futura, en 1982. “Me pareció una chica fascinante, tímida, elegante, cosmopolita y observadora”, recuerda Arias, que entró en la firma antes del primer desfile en la Gaudí de Barcelona. “Fue una época ultraexcitante. Trabajábamos todo el día y a veces también por la noche, pero nos encantaba. Y salíamos de fiesta continuamente. Trabajar con ella es como subirse a una montaña rusa: hay constantes sobresaltos, pero te lo pasas bomba”.
Para Arias, el punto de inflexión de la marca llegó en 1987. “Ese año fue su primer desfile en Milán. A partir de ahí, todo se aceleró exponencialmente: las ventas, la proyección en la prensa mundial, los contratos… Accedió muy rápido al olimpo de los grandes diseñadores internacionales del momento, donde estaban Jean-Paul Gaultier y Romeo Gigli”, señala. Sybilla comenzó a producir y distribuir sus colecciones con la industria italiana Gibó. Olivier Saillard lo recuerda. “Recibimos el catálogo de su colección, fotografiada por Vallhonrat, en el Museo de la Moda de París. Inmediatamente me sedujo esta nueva poesía que contrastaba con la moda oscura de los japoneses. Su arte para el corte y los colores me conquistaron”.
A comienzos de la década de 1990, Sybilla se interesó por la moda nipona, especialmente por el trabajo de Yohji Yamamoto y Rei Kawakubo. Le impresionó cómo rompían con lo establecido, creando nuevas maneras y formas de investigar y jugar. “Trajeron una creatividad extrema a la moda que nos dio alas a los que empezábamos para expresarnos a nuestra manera”, dice. Issey Miyake la invitó a Kioto a dar una charla y allí hizo algunos desfiles. Así es como se asoció con el gigante japonés Itokin, que empezó a producir y distribuir sus diseños en el país asiático, el mercado más exquisito, creativo y competitivo del mundo.
Su nombre parecía estar en todas partes: una nueva tienda en París, un gran contrato en Japón, un perfume. Demi Moore llevó un vestido de la española en una escena de Ghost (1990), el taquillazo de la época. La sensualidad sin estridencias de Sybilla se convirtió en un fenómeno mundial. Luis Arias lo define como “una femineidad suave, sensual y asequible que no renunciaba a estimulantes toques de extravagancia”. Juan Gatti habla de “una mezcla de rigor científico y sentido del humor”. “Su ropa siempre tuvo una referencia: un vestido para enamorar, un vestido para hacer un negocio o un vestido para comer sandía”, explica el fotógrafo. “Simple y complicado, con sentido del humor y elegante, nuevo y clásico, fluido y estructurado, práctico y extravagante, sobrio y sensual, natural y sofisticado. ¡Imposible de encasillar!”, dice la comisaria Laura Cerrato.
Tras presentar la colección otoño-invierno 1991-1992 en París, Sorondo sorprendió al mundo con un anuncio: iba a dejar las pasarelas francesas y rescindir sus contratos en Europa para centrarse en la producción japonesa. “Fue en mi momento de más éxito cuando me di cuenta de que no quería seguir por ahí, exactamente la noche de la inauguración de la tienda parisiense, cuando los periódicos dijeron: ‘Los españoles dan una lección de cómo se monta una fiesta en París’. Tenía 27 años y me morí de vértigo. Me enfermé y, en medio del lío, me quedé embarazada. Ahí cambié el rumbo”.
Esta decisión, tan incomprensible como audaz, alimentó su halo de misterio, de genio huidizo y esquivo. “Siempre he pensado que Sybilla se parece a una figura de Modigliani. Su distancia, su discreción y su despreocupación la convierten en un personaje de novela. Es una autora tanto como una musa”, reflexiona Saillard. “El enigma es parte de su seducción. No creo que le haya beneficiado ni perjudicado. Ha servido para crear un icono de la moda, una especie de hada o fantasma”, apunta Gatti. Para Valerie Steele, ese rasgo es atractivo, “pero no es competitivo”.
En los años dos mil, Sorondo accedió a que socios capitalistas entraran en su empresa. “Yo salí justo antes, cuando comenzaron a surgir diferencias respecto a la gestión”, dice Luis Arias. “Desde mi punto de vista, eso y la salida de algunos colaboradores históricos generaron un cambio de proyecto con el que dejó de sentirse identificada. Todo se desvirtuó”.
Entonces, Sybilla dio un paso atrás y se refugió en Mallorca. Tardó 10 años en recuperar el control de su compañía. “Quizá me arrepiento de haber asumido más de lo que era capaz de hacer y haberme confiado en exceso en algunos casos, pero arrepentirme no es la palabra”, dice. En la segunda década del siglo XXI regresó más colorista que nunca con colecciones pequeñas en pop ups y nueva tienda en Madrid. Luis Arias subraya que ese es el principal rasgo de la diseñadora: su obstinación. “Nunca se rinde. Es introvertida, pero tiene una personalidad arrolladora”.
Sybilla habla mucho de “subidas y bajadas”. En 2018, tras recibir la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes y el Premio Nacional de Moda de España, tuvo que volver a cerrar su tienda. “Hay que saber adaptarse al mundo que viene y yo no lo hice”, dice, aceptando su parte de culpa. “Se me hundió el barco de la moda y eso me obligó a montarme en la balsa de mis pasiones, seguir mis otros intereses para ganarme la vida”. En los últimos años se ha dedicado a proyectos ecológicos, agrícolas y artesanos, y sigue contando con tres marcas en Japón y más de 40 puntos de venta en ese país.
Cuando parece que se ha retirado, siempre vuelve. “Abro de nuevo un taller para hacer ropa a medida y novias en Madrid. Me ilusiona mucho”, anuncia. Está llena de ideas. Quiere crear objetos para el hogar y ropa interior. También tiene entre manos proyectos de arquitectura con su pareja. “Estoy empezando de nuevo. Aunque dudo que sea capaz de encontrar un equipo y artesanos como los que tenía. Parece que son una especie en extinción. El mundo es distinto”, lamenta.
La industria de la moda también es diferente. Los nuevos diseñadores tienen que lidiar con las exigencias del marketing y crear múltiples colecciones al año y, a la vez, construir un perfil público, lo que implica prodigarse en redes sociales y metaversos. “Hay que tener talento para diseñarse una imagen pública, una vida instagrameable… Hoy esto también es diseño, como lo era vestirse para salir de noche en los ochenta. Yo creo que no tengo ese talento, me da mucho pudor”, reconoce Sybilla, que se sigue sintiendo como la niña tímida que jugaba con los vestidos de su madre. Ante tantos cambios, se mantiene aferrada al hilo invisible que une sus 40 años de trayectoria: “Intentar ser fiel a mí misma”.
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