Lo que nos cuentan las viviendas de los decoradores más solicitados
El libro ‘En casa de los grandes diseñadores’ entra en el hogar de algunos de los más exitosos y demandados arquitectos y decoradores
Paige Rense, la legendaria editora de Architectural Digest, equiparaba la casa de un diseñador con el autorretrato de un artista. Juan Ramón Jiménez lo resumió en un verso: “Nuestras casas saben bien cómo somos”. Siendo adoptada y habiendo huido de los abusos de su padrastro con 15 años, su reinvención como experta en casas también dibuja su fascinante biografía. Y la de la decoración que conjuga historia, viajes, artesanía, ambición social e inquietud cultural. Las viviendas más sobresalientes añaden a esa lista el atrevimiento. El libro de la editorial Phaidon Interiores. En casa de los grandes diseñadores se sumerge en el mundo fascinante de las casas disfrutadas: una lección de psicología y riesgo. Sean castillos insondables, escaparates, laboratorios de pruebas o refugios, las viviendas de los grandes decoradores hablan tanto de lo que acumulan como de sus renuncias.
La renuncia a casi todo, una vivienda calmante, es lo que buscó el arquitecto belga Vincent Van Duysen cuando transformó una antigua notaría construida en Amberes en el siglo XIX en su templo sereno. Coherente con su arquitectura desnuda, redujo la cantidad de espacios ampliándolos para dejar pasar la luz. Van Duysen es lo contrario a un coleccionista. No tiene un mueble favorito y habla de los marcos de acero de su casa como de su principal tesoro. Admite, eso sí, que la decoración le da “miedo”.
El miedo de Paola Navone es, por el contrario, al vacío. Esta arquitecta, iniciada con el colectivo vanguardista Studio Alchimia, imagina cada proyecto como una película. Y su casa es, efectivamente, un filme sorprendente. En Milán, oculta tras una fachada neoclásica, su casa es un museo de sus eclécticas colecciones. No soy coleccionista, “soy compradora compulsiva”, le cuenta a Pip Usher. Su vivienda es como un palimpsesto, una construcción a capas de los lugares que ha visitado. Y de cuanto le ha pasado. Así, tiene una cubierta de estilo industrial que hizo cuando un incendio arrasó la anterior. Todo en su casa es azul turquesa y verdoso porque le gusta el mar, el agua y el cielo. ¿La excepción? Un enorme pez rojo de cerámica corona su salón. El salón revela que ha trabajado en China y en Tailandia con mesas abarrotadas de cerámicas de la dinastía Liao (la Edad Media china). Su otro tesoro encierra la ducha. La caja de hormigón que la oculta es un expositor de piezas que rescató de derribos cuando trabajaba en Tailandia. Ese puzle la hace vibrar: “Me puedo pasar horas mirándola y tratando de recordar dónde las encontré”, dice.
Hija de una familia de banqueros, Isabel López-Quesada encontró lo que terminaría siendo su profesión, “la búsqueda de lo bello”, con 13 años. Con 20 ya había abierto estudio propio. Interiorista y viajera vocacional, ha trabajado en casi todos los continentes y firmó el interior de la Embajada de España en Tokio. Con estudio en Madrid, López-Quesada encontró su refugio en el País Vasco francés. Allí transformó una antigua granja de faisanes y los gallineros de hormigón en una cabaña para invitados. “Mi familia dice que es mi obra maestra”, le cuenta a Usher. “Eres más creativo cuando no tienes mucho dinero”, afirma. En su sala de estar, las vigas de madera y el hierro ondulado crea un armazón industrial. Como la diseñadora considera clave la comodidad, aquí el calor de la chimenea y los muebles tapizados suavizan la apuesta. El color lo aporta una alfombra reconvertida en tapete sobre la mesa de centro. A medio camino entre la alta decoración y la artesanía popular, esta es una decoradora puente, una defensora de la naturalidad y, por lo tanto, de la imperfección.
Como apunta Stephanie Sporn en el libro Interiores, Remy Renzullo mantiene vivo el espíritu del Grand Tour. Resulta paradójico porque este diseñador estadounidense solo tiene 31 años. Tenía 24 cuando firmó su casa en Manhattan. Hoy apunta que le interesa más “la gente que colecciona cosas interesantes que un interior bien decorado en el sentido convencional”. Pero ¿qué es la convención? ¿La simetría? Renzullo opina que “va más allá de las telas y los colores. Hay que recopilar, investigar y comprender muchas de las maravillas del mundo y unir esos elementos tan dispares entre sí”. Está describiendo la mezcla. Conocimiento y eclecticismo describen, también, a los decoradores más dotados. La casa de Remy Renzullo en el Upper East Side neoyorquino ocupa un edificio de finales del XIX construido por un inmigrante irlandés que llegó a ser un constructor rico. En esta vivienda, los altos techos denotan esa riqueza. También el trabajo artesano en las vidrieras que no buscan ver Manhattan sino replegarse en la seguridad de un hogar.
Para el chileno Hugo Grisanti, el color es el tono que imprime carácter. Asociado a la que fuera su alumna Kana Cussen, ambos colorean techos, paredes, molduras, chimeneas, columnas y radiadores. El resto lo aporta la historia, propia o inventada. ¿El objetivo? La sorpresa y la singularidad.
También ecléctica y artística, pero más cercana, es la estética que impera en la casa madrileña de Mafalda Muñoz y Gonzalo Machado. El salón de los propietarios de la galería Casa Muñoz está coronado por una escultura de Aurelia Muñoz, suspendida del techo. Mafalda es hija de Paco Muñoz, un histórico de la decoración española fundador de Casa y Jardín y Muebles Darro. Por eso, su casa en un edificio del XVIII contiene una herencia. Las butacas de cuero de Javier Carvajal son un legado artesano que recuerda que la española fue una modernidad de cuero.
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