Camino de la nueva Colombia
Cuatro años después de firmar la paz con las FARC, el Estado colombiano trabaja en articular los territorios que el conflicto mantuvo en el abandono. La Ruta del Cacao, una compleja carretera con dos túneles y 34 puentes y viaductos, es la metáfora de un reto que exige tanta ingeniería técnica como social.
La sensación se repite al salir de Bogotá, Medellín y de las principales ciudades de Colombia. Viajar por el país es una experiencia que desafía la percepción de las distancias. Si los mapas prometen 50, 100 o 150 kilómetros, la geografía y las carreteras se encargan enseguida de rebajar las expectativas: el espacio acaba dilatando el tiempo y la mayoría de los desplazamientos, por breves que deberían ser, se convierten en recorridos de horas. Los Andes, el Caribe, la selva, los páramos, la sabana. Imaginen un territorio con una superficie casi exclusivamente rural que abarca el perímetro de España y de Francia. Pero imaginen también un país golpeado por una guerra que duró medio siglo, en el que las instituciones todavía luchan por llegar e imponerse en amplias zonas en el pasado azotadas por la violencia.
Cerca del 90% de Colombia es campo, lo que es sinónimo de riqueza ambiental y biodiversidad. El mecanismo perverso del conflicto armado con las FARC, sin embargo, añadió a la ecuación dos palabras más: abandono e inseguridad. Cuatro años después de la firma de los acuerdos de paz con la guerrilla más antigua de América, hoy desmovilizada, el camino a la convivencia no es solo un debate político. Está hecho, por encima de todo, de pasos concretos. Y así es cómo la remodelación de una carretera, que ya ha empezado a cambiar la vida de miles de personas, es también parte de la construcción de un nuevo país.
Se llama Ruta del Cacao en homenaje al cultivo de ese producto y a la elaboración de chocolate, una de las actividades tradicionales del departamento de Santander, en el noreste de Colombia. Pero esta vía de 153 kilómetros que une las ciudades de Bucaramanga, capital de la región, y Barrancabermeja, a orillas del río Magdalena, tiene como propósito acortar las distancias para transformar la economía local, crear empleo y facilitar la cadena de suministros en un corredor estratégico para el transporte de petróleo. El recorrido, con un desnivel de unos 900 metros, se parece a una carrera de obstáculos que ya es imaginaria. Hasta ayer era un viaje a través de montañas, entre barrancos, ríos y desvíos junto al embalse de Sogamoso, el más extenso del país. Hoy es una autopista de doble carril en cada sentido, en parte ya abierta al tráfico, cuya obra está previsto que se culmine este 2021.
Ferrovial lleva años trabajando en el proyecto tras ganar la adjudicación del contrato en 2015. Desde entonces, primero convirtió la Ruta del Cacao en una obra dentro de la obra. Para poder trabajar en un entorno geográfico especialmente accidentado construyó caminos secundarios. Se acercó a las comunidades campesinas que hasta la pasada década vivieron bajo el yugo de otra organización guerrillera, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), para involucrarlas en los trabajos. Mejoró sus comunicaciones e infraestructuras. Contrató y formó a más de 2.000 personas de la región. Y desde marzo de 2020 continuó el proyecto, que supone una inversión de 702 millones de euros, a pesar de las enormes dificultades generadas por la pandemia de coronavirus y los estrictos protocolos de seguridad.
Para Gabriel González, director general de la compañía en Colombia, y su equipo fue como resolver un rompecabezas. Adaptarse al territorio, gracias a dos túneles de casi seis kilómetros y 34 puentes y viaductos, e implicar a la población. “La autopista da una accesibilidad mucho mayor, lo cual genera empleo, riqueza. En la propia construcción de la carretera hemos tenido 2.800 trabajadores, y eso produce también mucho dinamismo en la región. El 80% de la mano de obra es de aquí. Tienes que meterte dentro del tejido local; si no, sería imposible este trabajo, y aunque seamos una empresa extranjera, nos sienten también como locales”, explica. Ferrovial ha colaborado con asociaciones de las comunidades y ONG para que la transformación que plantea el proyecto beneficie a todos los afectados.
No hay ningún asentamiento colindante con el corredor, pero sí en su área de influencia. Por eso la compañía puso en marcha varias iniciativas paralelas. Los 1.200 habitantes de la aldea de Portugal tienen desde el año pasado acceso al agua potable. En esta comunidad comenzaba en los noventa uno de los tramos más peligrosos de la antigua carretera por las incursiones de grupos armados y el fuego cruzado entre la guerrilla y el Ejército. La construcción de un acueducto, llevada a cabo con el apoyo de Acción Contra el Hambre, se convirtió en un sueño hecho realidad, aseguró el día de la inauguración Amanda Garzón, responsable de la asociación creada para gestionar el nuevo sistema de tratamiento de agua.
“Involucramos a estudiantes universitarios en los trabajos, se han construido escuelas y ahora queremos hacer una gestión para que los líderes comunitarios sean coequiperos del proyecto”, cuenta Adriana Vargas Uribe, de la Red Santander Sostenible. A mediados de febrero comenzaron a reanudarse en Colombia las clases presenciales después de una larga interrupción por la covid-19. Y cuando las condiciones lo permitan volverán al colegio también los niños del poblado El Tapazón, donde Ferrovial edificó una escuela, llamada Nueva Bélgica, con dos aulas, una biblioteca, una cancha para hacer deporte y un parque.
La remodelación de la Ruta del Cacao es una obra de ingeniería, pero al mismo tiempo es una parte de la reconstrucción de la región. Para ello Gabriel González explica que tuvo que valerse de un equipo multidisciplinar. “Tenemos aquí ingenieros, personal social, personal ambiental, biólogos, muchas profesiones, y tienen que sumar todas en la misma dirección”. La compañía apoyó también, a través de organizaciones como Cruz Roja, proyectos de integración de los migrantes venezolanos, que a menudo llegan al departamento de Santander caminando. Las carreteras de Colombia, donde viven alrededor de 1,7 millones de refugiados, llevan años jalonadas por familias enteras que abandonaron su país y parecen deambular sin destino. Bucaramanga se encuentra a unos 200 kilómetros de la frontera. Para llegar hasta allí, miles de personas cruzan el páramo de Berlín, a más de 3.000 metros y soportando gélidas temperaturas. Y esa ciudad y sus alrededores, un tiempo cuna de la violencia, hoy representan para muchos venezolanos una segunda oportunidad.
“Para trabajar en Colombia hay que entender el país, la cultura y la problemática de accesibilidad al territorio, sobre todo en una obra de estas características que tiene túneles, viaductos y supone movimientos de tierra de gran envergadura”, continúa González. La obra de la Ruta del Cacao, que a principios de marzo recibió la visita de la vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez, está al 70% de su ejecución y ya es un pegamento social. “Hemos estado en un lugar donde hasta hace unos años estuvo presente el Ejército de Liberación Nacional”, recuerda González en alusión a esa guerrilla, que aún no está desmovilizada pero abandonó ese territorio. “El proceso de paz con las FARC se ha notado también y hoy en día esos campesinos se ganan la vida trabajando con sus campos y sus actividades, y la accesibilidad que les da la carretera traerá mucho más progreso y desarrollo”, augura.
El expresidente Juan Manuel Santos, principal promotor de los acuerdos de paz, dejó el cargo en agosto de 2018 precisamente hablando de obras y carreteras. “Si hay algo que por su propio peso es evidente y se debe continuar es esta revolución de la infraestructura, que es imparable, así como la paz es irreversible”, afirmó. Las dos ideas en realidad van de la mano. La paz permitió a Colombia salir de un bloqueo de décadas y comenzar a redescubrirse a sí misma, pero las infraestructuras y las comunicaciones son un paso necesario para pasar página. Y así emprender un nuevo camino.
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