Así ha reconvertido Fendi un icono fascista en un centro neurálgico de la moda
El Palazzo della Civiltà Italiana era uno de los monumentos más controvertidos de Roma. La marca lo ha transformado en símbolo del renacimiento de la ciudad y del suyo propio
Cuando los trabajadores de Fendi se mudaron en 2015 al Palazzo della Civiltà Italiana (el palacio de la Civilización Italiana) descubrieron algo que llevaba oculto más de un lustro. La sensación de estar en su interior. Los arcos neoclásicos que rodean sus cuatro fachadas crean un juego de luces y sombras único al ritmo del transcurrir de las horas. Este efecto podría ser la metáfora perfecta de la transformación del edificio desde su origen como icono de la arquitectura fascista a su actual resurgimiento como nuevo símbolo de la ciudad de Roma. La columnata futurista revestida de mármol travertino es el lugar favorito de Silvia Venturini Fendi (Roma, 1960), directora creativa y cara visible de la familia fundadora de la firma de moda, responsable de devolverle la vida al también conocido como Coliseo Cuadrado.
“Es muy inspirador trabajar dentro, los volúmenes y la luz sobrecogen. Desde sus enormes ventanas se ve el cielo y la ciudad a escala muy pequeña”, cuenta Venturini en una entrevista realizada en diciembre en Miami con motivo de la feria Design Miami. Una opinión que comparte su equipo: si se les pregunta por separado, el espectáculo sensorial interior gana por goleada a la monumentalidad del exterior. Todo lo contrario a lo que pretendía Benito Mussolini cuando en 1937 encargó su diseño a los arquitectos Giovanni Guerrini, Ernesto Bruno La Padula y Mario Romano como emblema de la fallida Exposición Universal de Roma de 1942. La intención del dictador era, además, conmemorar el vigésimo segundo aniversario de su llegada al poder. Pero la Segunda Guerra Mundial truncó sus planes. Y el edificio quedó relegado a la infamia en el barrio periférico de EUR, donde fracasó también el intento de crear un modelo de ciudad fascista, un segundo centro urbano inspirado en un cruce de la antigua Roma con el racionalismo, y ubicado a medio camino entre el centro histórico y el Mediterráneo.
“El edificio permaneció abandonado muchos años porque recordaba a un periodo que todos querían olvidar”, comenta Venturini. Varios fueron los intentos de encontrarle un uso para borrar su pasado. En 1953 acogió la Exposición Agrícola Internacional. Tres años después se convirtió en la sede de la Federazione dei Cavalieri del Lavoro (Federación de Caballeros del Trabajo). Y en 1959, lo usó la Aviación Militar. A partir de ahí, estuvo cerrado. Hasta la llegada de Fendi.
El Palazzo de la Civiltà se eleva sobre un gran podio de escaleras ceremoniales. Su escala es imponente. La base cubre un área de 8.400 metros cuadrados con una altura de 68 metros. La galería exterior, de seis plantas, tiene nueve arcos en cada una de las cuatro fachadas. En lo alto de la principal sobrevive inscrita una frase tomada de un discurso pronunciado por el Duce en 1935: “Una nación de poetas, de artistas, de héroes, de santos, de pensadores, de científicos, de navegantes, de exploradores”.
Después de la guerra, el edificio se convirtió en una presencia constante en el subconsciente de los italianos, sobre todo en el de los cineastas. Su inconfundible silueta asoma en la última secuencia de Roma, ciudad abierta, la obra maestra neorrealista que Roberto Rossellini filmó en 1945. Una gigantesca Anita Ekberg persigue entre sus columnas al reprimido Peppino di Filipo en Las tentaciones del doctor Antonio (1962), de Federico Fellini, quien además lo incluyó en la oscarizada Ocho y medio (1963). Bernardo Bertolucci también lo retrató en El conformista (1970), donde un joven se une allí mismo al partido fascista para pasar inadvertido.
Pero lo que le permitió despegarse de su pasado por fin fue su voluntad de ser un símbolo popular. “Estaba dedicado a la gente. Esa es la parte más interesante de toda la historia”, afirma Venturini. Sobre la base del edificio se agregaron 28 estatuas de unos 3,4 metros de altura, cada una como alegoría a los talentos históricos de los italianos: la filosofía, la medicina, el comercio, la pintura o las matemáticas. Fueron realizadas por maestros escultores del mármol de Carrara de las provincias de Lucía y Massa-Carrara. El conjunto escultórico se completó con cuatro tallas ecuestres de los artistas Publio Morbiducci y Alberto de Felci. Situadas en cada esquina del podio, representan a los Dioscuros, dos héroes griegos hijos de Zeus y Leda.
Este grandioso escenario es desde hace cinco años la oficina de los 450 trabajadores de la marca de lujo fundada en 1925 por Adele Casagrande y Edoardo Fendi, abuelos maternos de Venturini. “Trabajar aquí es totalmente diferente. En la antigua sede del centro de Roma veíamos los tejados. Ahora estamos en otro mundo. En uno muy cerca del cielo”, describe la directora creativa de Fendi, que durante 40 años trabajó mano a mano con Karl Lagerfeld en el diseño de las colecciones de la casa. Lagerfeld, que murió el año pasado, vivió lo suficiente para presenciar el renacimiento de esta casa que nació como etiqueta de marroquinería y peletería y hoy es una de las firmas de lujo que arrasa entre las nuevas generaciones.
Venturini nunca pensó que acabaría ocupando el Coliseo Cuadrado. En 2001, el gigante de la moda galo LVMH adquirió Fendi. Entonces se temió por la pérdida de la italianidad de la marca, pero sus nuevos dueños se comprometieron a mantener el espíritu. “Desde que llegaron, somos más romanos que nunca”, dice la diseñadora. 2013 fue el momento clave. Se creó un nuevo logotipo con la palabra Roma debajo del nombre. Y se acordó con la empresa pública Eur Spa la explotación del Palacio de la Civilización Italiana por un período de 15 años y un alquiler anual de 2,9 millones de euros. “Cuando me lo dijeron no me lo podía creer”, confiesa Venturini. Por primera vez en la historia, el monumento que Mussolini construyó iba a tener un uso organizado, completo y continuo.
La renovación duró 18 meses, a las órdenes del arquitecto italiano Marco Costanzi, que conservó las escaleras y los suelos de mármol originales. En los pisos superiores se situaron las oficinas de la firma, entre ellas, el taller del fallecido Lagerfeld, el laboratorio de pieles y la oficina con paredes de cristal del presidente de Fendi, Serge Brunschwig. La planta baja se habilitó para acoger una sala de exposiciones cuya entrada es gratuita. “Ahora es un punto de referencia para los turistas y los romanos. La gente por fin puede entrar”, dice Venturini. A pesar de las buenas intenciones, la mudanza de Fendi provocó opiniones encontradas. El crítico de arquitectura británico Owen Hatherley lamentó el “blanqueamiento” del palacio en un artículo en Architectural Review donde alegaba que no era suficiente que el estilo del edificio pudiera ser “interesante” o “atractivo”. “Es correcto que su arquitectura permanezca contaminada”, sentenció.
No obstante, la industria del lujo ha demostrado en estos años un arrollador poder como promotora cultural, abogada de valores inclusivos en la sociedad y protectora del patrimonio monumental de sus países de origen. Ya en 2014, Fendi desembolsó 2,2 millones de euros para restaurar la Fontana di Trevi. Y los planes de la casa van más allá de devolver su palazzo a la vida. Es, desde entonces, un elemento clave para la construcción de su marca. Proyecta una imagen global, libre de cualquier mancha política, y sus arcos, que ahora protagonizan campañas y se integran sin fisuras en la identidad de la casa, incluso coinciden con los del otro palazzo, el de Largo Goldoni, que Fendi ocupa en la ciudad. Su última colaboración creativa, con el dúo de diseñadoras suizas Kueng Caputo, presentada en Design Miami en diciembre bajo el título Roman molds –moldes romanos–, es un conjunto de esculturas coloristas en ladrillo de terracota y piel inspiradas en las columnas arqueadas del edificio. Estamos ante un renacimiento en toda regla: la restauración incluyó una iluminación nocturna que impide olvidarse de su presencia. Cuando se aterriza en el aeropuerto de Fiumicino, se ve el palazzo brillar como un faro que da la bienvenida a la ciudad.
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