Marlon Brando, Sophia Loren y... Blancanieves: así resucitó Hollywood el Alcázar de Segovia
Durante más de diez siglos, la fortaleza ha sobrevivido adoptando distintas funciones. De residencia real pasó a ser prisión, academia y escenario de producciones internacionales como la última versión del clásico de Walt Disney


Érase una vez un castillo sin rey. A lo largo de su historia, el Alcázar de Segovia había presenciado muchas guerras civiles, pero en 1937 enfrentaba la primera sin reyes. El mismo año, un caballero americano de nombre Walter y apellido Disney buscaba desde el otro lado del mundo un castillo para fundar su propio reino. Cuenta la leyenda que topó con el Alcázar a través de un grabado incluido en una guía de castillos europeos y lo escogió para ambientar su primera película, Blancanieves y los siete enanitos. Sobre esas piedras, edificó su imperio de dibujos animados. El resto parecía historia, pero el estreno de la nueva versión del cuento ha retomado el idilio de Disney con el Alcázar.

Entre la primera Blancanieves animada y la nueva, encarnada por la actriz Rachel Zegler, la fortificación segoviana se ha acostumbrado a recibir a todo tipo de príncipes y princesas hollywoodienses. Lo que no se había hecho nunca era celebrar un estreno ni grabar un videoclip. Sin embargo, bastaron un par de semanas para que el patronato que gestiona el monumento lo preparase a la perfección. Hace años que cortar el tráfico de turistas para albergar grandes rodajes se ha convertido en la nueva normalidad del castillo. Teresa Cunillera, historiadora especializada en el siglo XV, explica que esta capacidad de adaptación es precisamente la razón por la que el Alcázar ha conseguido sobrevivir a sus más de diez siglos de historia: “En la Edad Media existían cientos de castillos en España, pero solo han sobrevivido los que han conseguido cambiar su función original”.
Basta con fijarse en la imponente torre de Juan II que preside la entrada del Alcázar. Más de cinco siglos separan la actuación de Rachel Zegler frente al castillo de la famosa salida de Isabel la Católica camino a su autoproclamación como reina de Castilla y, sin embargo, la torre permanece casi intacta. Ahora la recorren desde turistas a técnicos de rodaje, pero mucho antes lo hicieron presos, estudiantes o monarcas. La torre de Juan II ha sido testigo de todos los papeles que ha desempeñado el Alcázar.

El primero de ellos fue simplemente militar durante la Reconquista y de ahí la torre conserva un ventanal mudéjar de influencia almohade. Con la dinastía de los Trastámara, el castillo pasó de enclave defensivo a residencia real y se revistió con todos los lujos de un palacio. La forma actual de la torre es uno de ellos, igual que los artesonados mudéjares que, ahora reconstruidos a base de madera dorada y policromada, decoran los techos. Esta época dorada se corona con la figura de Isabel la Católica, última de este linaje en dejar su sello en el castillo y en cuya vida se pueden encontrar paralelismos con el cuento de Blancanieves, aunque probablemente poco supiera de eso Walt Disney.
En el siglo XV no se utilizaba el pozo para pedir deseos como muestra la película, sino para sobrevivir a los asedios aprovechando el último tramo del acueducto de Segovia que trascurre por debajo del castillo. Tampoco se cantaba con los pájaros, sino con el Cancionero de palacio y, aunque Isabel no se enfrentó a una madrasta malvada, sí que tuvo que luchar por la Corona contra su propia sobrina. Cunillera reconoce que, como con Blancanieves, siempre se alabó la belleza de Isabel en su juventud. “Sin embargo, en todos los retratos aparece con un gesto serio. Pedía que la pintasen así para imponer su poder como reina”, cuenta la experta.


Sin embargo, la silueta tan característica del exterior del castillo que enamoró a Disney no apareció hasta un siglo más tarde. “El responsable de los tejados en forma de chapiteles empizarrados o gorros de bruja fue el rey Felipe II. Mandó a sus arquitectos a Flandes para aprender cómo lo hacían en Europa y preparar el castillo para su boda con Ana de Austria”, comparte Cunillera. Esta es la última de las grandes reformas que convirtió al castillo en el más europeo de España. De ahí que se asemejase a la estética que buscaba Disney para adaptar el cuento de origen alemán.
Con el paso de los Austrias el castillo dejó de alojar a los reyes para recluir a los presos más importantes del reino. En el siglo XVII se convierte en una prisión de estado al igual que la Bastilla, en Francia, o la Torre de Londres, en Inglaterra. Los marqueses y duques caídos en desgracia pasaban ahí largas temporadas. Los Borbones, en concreto Carlos III, convirtieron al Alcázar en el Real Colegio de Artillería y a las habitaciones de los reos se sumaron las de los estudiantes. A diferencia de los primeros, los jóvenes sí que tenían permitido salir de su habitación y por las noches llenaban de tanta vida el castillo que llegó a convertirse en un problema. “Como merodeaban por los sótanos, se tuvieron que tapiar algunas galerías que siguen cerradas hoy en día”, matiza.

Todo este jolgorio juvenil se acabó con un incendio de 1862. Durante días el Alcázar ardió sin tregua y la mayoría de sus tejados acabaron por derrumbarse. La estudiantes consiguieron salvar alguna obra de arte y casi toda la biblioteca tirando los libros por las ventanas, pero la mayoría de elementos decorativos, artesonados incluidos, se perdieron por completo. Lo único que quedó fueron los muros. La academia se trasladó de lugar y, tomando como referencia los grabados disponibles, se tardó 30 años en reconstruir por completo el antiguo diseño interior y exterior. Después de lo que podría haber sido el fin del Alcázar se decidió convertirlo en el Archivo Militar, una función bastante más reposada que las que había cumplido hasta ese momento. Hasta que llegó el cine, claro.
Orson Welles y los siete enanitos
Walt Disney escogió el Alcázar, separado seguramente por miles de kilómetros, para inaugurar la emblemática serie de castillos que acompaña a las princesas de todas sus películas. Desde entonces, el cine fue acortando la distancia con el castillo hasta acabar por irrumpir en todas sus estancias devolviéndole de paso el lujo que había tenido hacía siglos.
Primero empezó por acercarse a sus puertas exteriores. En los años cincuenta, con el inicio del aperturismo y las primeras bases americanas, muchas películas plantaron a las estrellas del momento frente a la silueta del Alcázar. Por lo general eran cintas que exageraban el exotismo del país. En Orgullo y pasión, Frank Sinatra, Cary Grant y Sophia Loren pasaban frente al castillo junto al resto de guerrilleros en su cruzada por derrocar a las tropas napoleónicas y en Mr. Arkadin, en cambio, Orson Welles convertía el castillo en la mansión del enigmático magnate que protagonizaba la película.

La buena relación entre Welles y España es de sobra conocida, grabó varias de sus películas aquí. Pero el director de cine José Luis Borau incluso llegó a defender que los artesonados del Alcázar habían inspirado los decorados de la mansión de su mítico Ciudadano Kane. No sería tan extraño, ya que la película llevaba al cine la vida de William Randolph Hearst, magnate dado a coleccionar arte medieval europeo. De cualquier manera no fue hasta Los tres Mosqueteros en 1973 que el Alcázar abrió sus puertas por primera vez a un rodaje para acoger a un elenco formado por Charlton Heston o Raquel Welch.
Desde entonces los pasillos del Alcázar han presenciado la resurrección de algunas figuras fundamentales de su historia, aunque esta vez hablaban la lengua de los antiguos enemigos. Marlon Brando recorrió la fortaleza interpretando al inquisidor Torquemada, Gerard Depardieu a Cristóbal Colón y Sigourney Weaver a Isabel la Católica. Incluso el último boom de las series de plataforma ha llegado al castillo con La Rueda del Tiempo. Ahora se graban videclips, mañana quién sabe qué. Colorín colorado, este cuento no ha acabado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
