Arquitectura de vanguardia en una aldea gallega: así es la casa de madera con vistas al mar que casi pasa desapercibida
Con aires californianos pero inspirada en la arquitectura tradicional de la zona, el estudio de arquitectura Arrokabe firma esta vivienda levantada en el Monte Pindo a partir de una premisa básica: todo debía girar alrededor de sus vistas al cabo Fisterra


Desde el aire, toda Galicia es una inmensa mancha verde. A excepción, eso sí, de una zona grisácea junto a la costa de Carnota (A Coruña, 3.845 habitantes). Es el Monte Pindo, el viejo olimpo sagrado de los celtas que se eleva a casi 700 metros sobre un mar. Es en la base de este paraje natural, en una parcela a las afueras de una minúscula aldea, donde una pareja de Santiago ha levantado su casa. Está construida a partir de una principal premisa: debía tener vistas al cabo Fisterra, considerado durante milenios el fin del mundo. Por lo demás, la imaginaban pequeña, sencilla, con un par de habitaciones. Conscientes de la gran pendiente del terreno, bucearon entre referencias de construcciones de madera sobre plataformas en California. “Pero también nos pidieron una vivienda gallega. Y al final tuvieron ambas cosas”, cuenta el arquitecto Iván Andrés Quintela, que junto a su hermano mayor Óscar ha diseñado Casa Panchés, con base de pentágono, madera cono material principal y una escala respetuosa con el entorno. Tanto, que de un vistazo pasa desapercibida. No lo ha hecho para el Colegio Oficial de Arquitectos de Galicia, que ha elegido este proyecto del estudio Arrokabe como finalista en sus premios de este año.

“Vaya follonazo”, pensaron los hermanos Andrés Quintela cuando visitaron la parcela en el año 2020, poco después del confinamiento. No se achantaron ante aquella tierra cuesta abajo y base de granito, entre otras cosas, porque la relación con sus clientes había empezado con muy bien pie. Además de unas ideas muy claras sobre lo que querían, les habían mostrado distintos ejemplos. Ahí cabían algunas construcciones tradicionales de la zona, pero también esos aires surferos de las viviendas de madera californianas heredadas de la Bauhaus, especialmente las del programa Case Study Houses desarrolladas a modo experimental en Los Ángeles y San Francisco a mediados del siglo pasado. “El terreno lo definía todo. En realidad que fuese bonita nos daba igual. Nosotros pedíamos que tuviese un balcón al mar, estuviese bien construida y careciese de humedades, algo relevante en esta zona. También escapar de las dictadura de las cubiertas planas”, explica su propietario, que prefiere el anonimato. “Tenían interés y no solo querían resolver una papeleta. Pedían arquitectura, algo que no es habitual.”, confirma Óscar. A partir de aquellas ideas, los hermanos presentaron a sus clientes un dibujo a carboncillo en vez de un render. “Y estaba todo tan pensado que les dijimos prácticamente a todo que sí”, añade el casero.

Cuando los arquitectos empezaron a aterrizar aquel boceto mantuvieron una vieja edificación tradicional que había en la finca –hoy almacén– y un árbol. Entre medias les quedaba un hueco que rellenaron con un círculo. Éste, poco a poco, se fue convirtiendo en un polígono. Y tanto el contexto como el programa a resolver fueron domesticando los ángulos hasta llegar un pentágono. Cinco caras que respondían a cinco necesidades, como la importancia de protegerse de los temporales que llegan desde el suroeste, los fríos vientos del noroeste que pueden congelar hasta en verano e incluso la potente luz solar en temporada estival. Dos de ellas se fusionan en la fachada al camino de acceso a la vivienda, de la que ofrecen una vista humilde con cierto aire nórdico. Las otras tres se levantan orgullosas con pilares sobre el terreno para convertirse en un balcón que mira al Atlántico y, claro, al cabo Fisterra, que queda enmarcado por uno de los grandes ventanales. La elección del tejado a cuatro aguas con teja plana se basó en el cumplimiento de la normativa local y, además, sirvió para ganar volumen, donde se despliega con una estructura colocada en radio, al estilo de una carpa de circo. Está formada por paneles de fibras de celulosa –que funcionan como aislante y que mejora la acústica– y vigas que trasladan las cargas hasta los pilares.

Arrokabe es un estudio que ha desarrollado sus propios sistemas de construcción prefabricada a base de madera, pero en este caso eran imposibles de aplicar debido a la irregularidad de la parcela. Por eso colocaron unos apoyos, una losa de hormigón armado y levantaron encima un diseño personalizado. Todo fue fabricado en el taller de un carpintero a pocos kilómetros de allí, se subió a un camión y, en dos semanas, la vivienda fue construida tabla a tabla. El exterior es de madera de pino termotratada, estable porque “al no empaparse ni hincha ni merma”, explica Iván, que señala su gran durabilidad y su resistencia incluso en un clima tan complejo como el gallego. “Lo único que le ocurre es que, sin tratamiento, se vuelve gris en poco tiempo”, añade. Ese agrisado, sin embargo, no es un problema para Casa Panchés. De hecho, está buscado: así muestra el mismo color que las casas de granito –obtenido del Monte Pindo– que conforman la aldea y se mimetiza en ella. “Esta es una casa invitada en la aldea, como sus habitantes, que son de fuera. Y no pretende dejar de serlo, pero sí quiere ser educada con el entorno. Lo hace con su color, su escala y las cubiertas”, subrayan los arquitectos. Su aspecto, desde lejos, recuerda además al de un hórreo tradicional.

A la casa se accede por la cocina y de ahí a una sala de estar que es a la vez comedor y que cuenta con un gran ventanal con vistas a Finisterre. En la planta baja se completa con una habitación y un aseo. Y un porche con amplias vistas al océano conforma las dos fachadas suroeste y noreste. Una escalera, justo en el centro del pentágono, permite ascender hasta la segunda planta, que en realidad es un altillo. Ahí se despliega la habitación de matrimonio y un pequeño almacén. Todo en apenas cien metros cuadrados, pero con una sensación de amplitud mayor que lo que dicen las cifras. El interior es de madera de eucalipto laminado procedente de explotaciones sostenibles. Las ventanas, de castaño con triple vidrio. El suelo está construido con microcemento. “Todo cumple con los mejores estándares de eficiencia energética. Salvo por la orientación, que al ser noroeste no es la mejor ganancia solar, pero era requisito indispensable por las vistas al cabo”, apunta Iván. Dos grandes correderas sirven para proteger la ventana y el porche en caso de temporal, pero sin eliminar completamente la entrada de luz.


Del interiorismo también se han encargado en Arrokabe, con unos sencillos muebles modulares que se acoplan a los leves ángulos de la vivienda y permiten distintas composiciones, además de sofás y una mesa para el comedor a partir de un tablón y un par de caballetes. Al gris del cemento y el tostado de la madera solo se le suma el amarillo con el que están lacadas algunas sillas y los picaportes de la cocina, inspirado en las flores amarillas de toxos, xestas y xuxameles que visten cada primavera el Monte Pindo. Sus habitantes aseguran que es seca, protege de las inclemencias climatológicas y les permite disfrutar de sus vistas favoritas. “Responde a las necesidades: estamos encantados”, concluye el propietario desde su hogar en el antiguo olimpo celta.

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