De establo lúgubre a vivienda de lujo en Manresa: historia de una reforma casi imposible
Espacios diáfanos, materiales tradicionales y mobiliario contemporáneo conviven en la rehabilitación de esta masía a las afueras de Manresa ideada por el estudio de interiorismo barcelonés Júlia Brunet
Hay un sofá nórdico, una enorme mesa de madera, cañizo para revestir la cocina y un dormitorio con una pequeña ventana sobre un cabecero de barro. La imagen es idílica, pero en enero de 2023, sin embargo, en el mismo lugar no había más que humedad, hierbas y oscuridad. Es la luminosa transformación que ha sufrido el viejo establo de una antigua masía catalana, convertido ahora en una vivienda de prominente uso social con mucho espacio para compartir con familia y amigos. La obra, que ha mantenido intactos los muros de piedra originales, ha sido desarrollada con la tierra como concepto principal. Y es la segunda parte de una reforma que habilitó previamente un pequeño apartamento en la parte superior. Si mezclar es arriesgado y no siempre sale bien, en este caso tradición y modernidad son compatibles de la mano de materiales primarios y mobiliario contemporáneo.
“No fue una obra fácil”, recuerda Mireia Torruella, de 45 años, fundadora de Júlia Brunet Interiorisme y responsable de este trabajo. El inmueble está ubicado en una zona aislada de Manresa y a él se llega por un viejo camino de carros que no todos los proveedores estaban dispuestos a recorrer. “A todo el mundo le iba mal ir a un sitio tan lejano”, subraya entre suspiros. A retos diferentes tuvo que buscar, también, soluciones distintas. “En proyectos así hay que superar muchos ‘esto no se puede hacer’ y problemas de todo tipo, pero con cariño, al final acaba saliendo”, apunta quien empezó a dibujar la rehabilitación a principios del año pasado y culminó la obra este verano. El proceso ha contado también con la participación del arquitecto Jacobo Astelarra, de 36 años, que también forma parte del estudio de interiorismo.
La distribución de la vivienda –con algo más de cien metros cuadrados– vino marcada por las paredes existentes, todas de piedra, todas maestras. “No podías tirar nada al suelo y no había ventanas, así que nos fuimos adaptando”, señala Torruella. Su intención, asegura, siempre fue no generar pasillos para dividir el espacio; más bien, al contrario, mantenerlo todo lo más abierto posible. Por eso, el primer gran recinto al que se accede –con forma de ele– no se dividió en varias habitaciones, sino que se mantuvo diáfano. En él, además, se colocó un elemento definitorio: una enorme mesa de madera de roble negro de 4,5 metros de largo que puede acoger hasta 20 comensales y se convierte en el epicentro de la casa.
La enorme habitación cuenta al fondo con una chimenea de obra realizada a medida, como las estanterías. Está acompañada por dos butacas y un sofá nórdico Gubi, con un diseño vintage que subraya esa convivencia entre lo tradicional y lo contemporáneo. A su lado se colocó una vitrina USM Modular Furniture de color verde que aporta “contraste y frescura”. Y más allá se despliega la cocina, con una isla enorme de mármol de Macael que permite a los invitados interactuar antes del almuerzo o la cena. “Es el sitio perfecto para tomar un vino mientras se prepara la comida”, sugiere la interiorista, quien añade que toda la zona de uso diurno cuenta con un pavimento de cemento alisado. En el techo hay madera coloreada de blanco y se han instalado nuevas vigas para reforzar el cemento antiguo.
Techo abovedado para la noche
Una pequeña puerta da acceso a la zona de noche, con un suelo porcelánico con múltiples formas que permite una composición variada a modo de puzle. Un distribuidor –donde destaca una enorme tinaja del siglo XIX originaria de Cerdeña, que funciona de lavamanos– indica el camino hacia las tres habitaciones que hay repartidas. A un lado, un dormitorio, de techo abovedado, el original de la antigua cuadra que ocupa. En una de sus paredes se ha abierto una pequeña ventana para ganar luminosidad. Está sobre el cabecero, iluminado con leds y construido con baldosas de barro blanco de la compañía malagueña Todobarro. Al otro lado se esconde una coqueta cueva que sirve de vinoteca.
También se ubica en esta área la única pared que se ha levantado durante toda la obra. Está construida con tochana –un tipo de ladrillo de arcilla– y sus remates buscan dar un toque rústico y simular que por ella también ha pasado el tiempo. Sirve para proteger el cuarto de baño, dividido en dos recintos: a un lado el inodoro y la pica para lavarse las manos y, al otro, la ducha. “Toda esta zona tiene una temperatura fantástica: las paredes tan gruesas consiguen aislar del frío en invierno y refrescar el interior en verano”, señala la interiorista. Pura arquitectura vernácula.
El toque rústico
La sencillez con la que se han desarrollado estos trabajos se completa con una exquisita selección de materiales, para los que han tirado tanto de marcas de diseño como de artesanos locales. La entrada principal cuenta con unas cortinas de lana elaboradas por la artesana Fina Badía. Son de color berenjena para profundizar más aún en el concepto de tierra y también separan el lavadero de la cocina, donde los muebles y el techo comparten un diseño a base de cañizo. Está fabricado por Pont de Queros, equipo de artesanos que siguieron el diseño propuesto por el estudio. “Sirve para dar otro toque rústico y recuerda a un material habitual en un establo o una casa de payés”, asegura Torruella. La alfombra en la zona de estar es de Naturtext, compañía afincada en Crevillente (Alicante).
Si en esta planta baja el concepto del proyecto fue la tierra, en la superior –que fue la primera en realizarse, en el año 2022– la idea gira alrededor del aire. Es un espacio mucho más reducido, de poco más de 60 metros cuadrados, donde la prioridad es el uso residencial. En él todo se vuelve ligero y el color blanco marca la pauta. Las paredes no llegan al techo, inclinado, para generar más espacialidad y dar visibilidad continuada a sus vigas. Como consecuencia, tampoco hay puertas –salvo la del baño– que han sido sustituidas por cortinas. El comedor carece de mesa, sustituida por una enorme isla de la cocina. Sí que hay en la terraza, que cuenta con una chimenea que se abre por sus dos caras para permitir calentar el interior o el exterior según las necesidades.
La masía ha supuesto una oportunidad para el estudio Júlia Brunet, alter ego de Mireia Torruella, que lo fundó en Barcelona hace justo una década. Su trayectoria está marcada por trabajos en oficinas o restaurantes, pero sobre todo por la reforma de pisos, especialmente en la zona del Eixample de la Ciudad Condal. “Tienen mosaicos, molduras, cornisas, altos techos, espacios… Eso da juego, así que se disfruta muchísimo”, concluye la interiorista, que también ha trabajado en otras zonas y municipios catalanes como Olot, Manlleu, Sant Celoni, Puigcerdá, Platja d’Aro o Vic, donde nació.
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