Color, aluminio y unos atardeceres hollywoodienses: así es el oasis (sin piscina) diseñado por dos arquitectos españoles
La primera vivienda en Los Ángeles proyectada por el estudio madrileño SelgasCano desborda optimismo cromático y sentido práctico
¿Cuándo se termina una casa? ¿Es cuando se pone la última piedra? ¿Cuando se le entregan las llaves al propietario? José Selgas y Lucía Cano, las dos mitades del estudio madrileño SelgasCano, han superado esas fases y, perfeccionistas, no terminan de estar convencidos. No vale con unos acabados de diseño, un interior amueblado ni una decoración estudiada al milímetro. Para ellos, la casa no está completa hasta que se haya convertido en el proyecto que estaba en su cabeza. Y, en esta que acaban de terminar (bueno: casi terminar, en su caso) en el Monte Washington, en el corazón de Los Ángeles, lo tienen claro: tiene palmeras, jazmines, algunas plantas trepadoras, pero el jardín que ellos tenían en mente aun no está listo. Pese a la intensa temporada de lluvias de invierno y primavera del sur de California (según los registros, en el último par de años ha llovido más que en Seattle), lo verde no está tan verde. Así que no, para ellos la casa no está acabada. Pero para el común de los mortales que pasa por las colinas y se queda boquiabierto al ver los brillantes tubos de colores que componen su fachada y su balcón, La Canaria, como ha sido bautizada, está más que lista. Lo mismo deben pensar sus habitantes: si se mudaron hace apenas tres semanas, es que está a punto.
Cano y Selgas son unos enamorados de la ciudad de las estrellas y este no es su primer proyecto en ella. Surgió a partir de otros, como unas oficinas (que asemejan a setas o nenúfares) que tienen en Hollywood. Sí es la primera vivienda que instalan en la ciudad y no es exactamente un encargo. Ellos decidieron comprar el terreno a muy buen precio (incluso para bolsillos europeos) en 2014 y en 2018 empezaron a construir, tras llegar a un acuerdo con un promotor para levantar una vivienda. Pero en esta ciudad nada es permanente, y menos con una pandemia de por medio. La suerte les sonrió con un cambio legal que anima a aumentar la densidad de población (hay pocas casas y muy caras), y que les permitió que en vez de una vivienda de dos plantas fueran dos de una planta. Pero luego se les cruzó la covid-19 y la obra se paralizó durante tres años.
Ellos no, pero parte de su equipo estaba en Los Ángeles a principios de 2020 y, justo en marzo, decidieron irse a España para pasar unos días de descanso. Allí les atrapó la pandemia. No pudieron regresar y retomar el proyecto hasta 2023. Durante todo ese tiempo, fueron avanzando con el proyecto en España. La casa es muy californiana en su estética, sus colores y su disposición: su parte trasera está pegada a una montaña, tiene la altura habitual en la zona, garaje, escaleras y terraza superior diáfana. Pero es muy española en su composición. La pareja mandó hacer muchos de sus elementos en España, como sus barandillas de aluminio reciclado lacadas en seis colores o sus interiores de madera, parte de ellos en pino de Oregón, que fue a España para ser tratado y moldeado para la casa y regresó en contenedores por barco.
En Killarney Avenue, donde está instalada la vivienda, no hay muchas casas así, al menos por fuera. Este es un barrio residencial de clase media, incluso media alta –en él vive algún que otro actor y también el exalcalde de la ciudad Antonio Villaraigosa–, pero muy lejos de esas mansiones de Beverly Hills y Bel Air que están grabadas en el imaginario colectivo. Por ejemplo, no tiene piscina. Se podría instalar un jacuzzi en la azotea (tanto por espacio como por peso), pero no es su objetivo. Como reflexionan sus autores, en un Estado como California, con sequías constantes, resulta casi obsceno diseñar una casa moderna con un elemento así. Pero aprovechan su privilegio en otros asuntos: la altura, la brisa, las palmeras que atraviesan sus terrazas, el hecho de poder convertir su estética, sus llamativos tubos de color, en un activo también para ser vivido. No es necesario preguntar sobre la inspiración. Los atardeceres amarillos, naranjas, rojizos que se ven desde sus balcones se trasladan a sus barras de aluminio, que hacen que los paseantes levanten la cabeza al verla.
Las dos viviendas resultantes de la obra están conectadas y son muy similares. La superior, que es la principal y ya está alquilada, tiene 100 metros cuadrados; la inferior, 80. Ambas se abren en un espacio central de salón y cocina completamente panelado en madera, en ese pino abierto y claro que lo inunda todo, y suman dos dormitorios en los laterales, con un baño cada uno y situados de manera discreta, casi oculta. Cuenta con una habitación de invitados y un aseo de cortesía que, mediante una puerta, se pueden convertir en un ala cerrada para los huéspedes.
“Esta es una ciudad-océano”, describe José Selgas observando la pradera urbana que se extiende ante la casa, el parque del río Los Ángeles y los lejanos rascacielos del Downtown, semitapados por montañas. “Con buenos aislantes no hay que poner aire caliente en invierno, ni apenas aire frío en verano”. La instalación obligatoria de elementos como el aire acondicionado o las alarmas antiincendios se maquilla con rejillas de madera. Hay muchos elementos ocultos en esta casa: puertas, baños, despensas, armarios. Por fuera la casa es alegría y color; por dentro, es austera, calmada, amable con el habitante, muy cómoda.
Selgas y Cano reflexionan también sobre las dificultades de trabajar en un país como EE.UU. y en un Estado como California, con férreas leyes. Cada paso de la construcción ha requerido infinitos papeleos. Tampoco les fue fácil encontrar buenos artesanos como cristaleros o carpinteros; al final acabaron descubriéndolos en los propios vecinos, a menudo latinos, del barrio. Pese a ello, no se desaniman. En cuanto se puso en el mercado, la casa se alquiló. Una buena señal. Los arquitectos afirman que les gustaría desarrollar otros proyectos residenciales en la ciudad, aunque lo que de verdad les interesa es colaborar con soluciones habitacionales que alivien el terrible problema de las personas sin hogar que vive la ciudad. Más de 75.000 ciudadanos viven en sus calles, solo en Los Ángeles ciudad, y aunque todas las administraciones tratan de ponerle remedio, las cifras siguen subiendo. Pero cuando intentaron ponerse en contacto con la ciudad para buscar soluciones habitacionales, se volvieron a dar de bruces con la cuestión burocrática, que lo complicaba y encarecía todo hasta hacerlo imposible; tanto, que ellos mismos instaron a cambiar las leyes para facilitar el proceso de creación de vivienda, cara y complicada. El tiempo dirá si la Administración les da la razón. Ellos, mientras tanto, siguen buscando terrenos en Los Ángeles, sin piscinas pero con alma. Y con mucho, mucho jardín.
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