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Historias del ‘covidivorcio’

El confinamiento ha revelado a muchas parejas que el hogar también puede ser agrio: hablamos con tres de ellas

Los expertos matrimonialistas -los abogados que representan a los exes- auguran tras el confinamiento un “efecto verano” en las separaciones. Hacen referencia al repunte de las mismas tras las vacaciones estivales, que implican mayor roce que no siempre hace el cariño. Consideran que la reclusión ha fomentado un caldo de cultivo semejante y óptimo para un brote de covidivorcios.

Ana, de 41 años, no se preocupa por la desescalada. “Llevo tiempo ensayando la desescalada con mi marido”, apunta con ironía. Su pareja es Fran, de 43 años. Tienen dos hijos, de 10 y 8, y residen en un barrio de las afueras de Madrid. En una urbanización, con jardines y piscina. “Pero no podemos bajar. Lo decidió la junta de vecinos. Son unos rancios”, explica la mujer. “Nunca me gustó del todo el barrio”, reconoce. A su pareja sí.

Los 15 años que llevan juntos han dado para muchos momentos y experiencias. También han evidenciado filias, fobias, manías, caprichos, desencuentros. “El confinamiento nos pilló en mal momento”, resume: “Nuestra última etapa es un mal momento continuo”. Llevan un año y medio de terapia de pareja y “más de nueve meses sin sexo”. “Simplemente no pasa; no ocurre”. Llegaron a hablar de una separación temporal: “Tenía un piso apalabrado”. Pero cuando el presidente del gobierno decretó el estado de alarma, a mediados de marzo, Ana seguía en la madriguera: con su marido y sus dos hijos. “Me sentí atrapada”, cuenta.

En plena reclusión, con los hospitales saturados y cuando aún no se podía pasear, una mujer se desliza de un portal y camina hacia su coche. “No podía estar en casa. Me oprimía todo. Tenía que salir”, explica Geno, de 34 años. Mientras conducía, “al autoexilio, a casa de unos amigos”, en su cabeza resonaba la discusión que tuvo con Alicia la tarde anterior. “Todo fue por casualidad”, relata. “Alicia se iba a duchar y me dejo su teléfono: estaba hablando con una amiga por videoconferencia y le iba a enseñar la tripa”, dice Geno que está embarazada de cuatro meses. En ese momento, en la pantalla, saltó un mensaje de WhastApp. “Lo leí”. El texto despertó tanto su curiosidad que se apresuró a finalizar la videollamada para echar un vistazo al historial de la conversación antes de que su pareja saliese del baño: “No me pude resistir”.

Geno descubrió que Alicia llevaba varios meses hablando con una compañera de trabajo: “Quien dice hablar, dice mensajes tipo: ‘Tengo ganas de follarte”, apunta. De repente, adquirió sentido la relativamente reciente afición que había desarrollado su pareja por el móvil. Un detalle que no había notado antes del confinamiento. Al volante, otro pensamiento pasó por su cabeza: “Cruzar Madrid en plena cuarentena: ¿así iba a ser mi embarazo tranquilo?”.

“Separación preventiva”. Ese fue el término que Susana y Sergio, de 31 y 33 años, decidieron darle a su ruptura. Cuando se anunció el confinamiento hablaron sobre pasarlo juntos o separados. Llevan saliendo un año y medio y, aunque cada uno tiene su piso, optaron por compartir la reclusión. “En casa de ella, que vive sola”, resume Sergio. La primera semana la novedad la hizo divertida. La segunda fue un poco menos graciosa. A mediados de la tercera, las cosas se torcieron: “No estábamos a gusto. No encajábamos en horarios. La cosa no iba como esperábamos”. Hablaron y una tarde, camuflando sus enseres en bolsas de la compra, Sergio volvió, “caminando deprisa”, a su piso. “Fue un bajón”, recuerda. Pero no está del todo desalentado: achaca las tensiones “al estrés de la situación” y espera “reconectar” con Susana. Geno también piensa en hablar con Alicia.

Ana quiere justo lo contrario. Los dos meses de reclusión le han servido para constatar que "de ninguna manera" quiere seguir con Fran. Delante de sus dos hijos sigue aparentando normalidad. Al fin y al cabo, multitud de veces ellos han sido la excusa -aceptada o autoimpuesta- para evitar la separación: “Por no trastocarles la vida”. “Pero si algo me ha demostrado esta crisis es la capacidad que tiene el ser humano de adaptarse”, agrega la mujer, “si mis hijos se han acostumbrado tan rápido a este tipo de vida tan surrealista, seguro que se podrán acostumbrar igual a que mamá y papá vivan en casas diferentes”.

Sociólogos y sexólogos coinciden en que la pareja es uno de los valores que saldrán reforzado de la pandemia. “Se presenta como refugio contra la angustia de la soledad radical del confinamiento; fuente estable de sexualidad; garantía de salud; y un remedio para un mundo que, de repente, puede volverse inmóvil”, en palabras de Eva Illouz, directora de estudios de la Escuela de altos estudios de ciencias sociales de París. Para muchas parejas será así; para otras, no.

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Sobre la firma

Pablo León
Periodista de EL PAÍS desde 2009. Actualmente en Internacional. Durante seis años fue redactor de Madrid, cubriendo política municipal. Antes estuvo en secciones como Reportajes, El País Semanal, El Viajero o Tentaciones. Es licenciado en Ciencias Ambientales y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Vive en Madrid y es experto en movilidad sostenible.

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