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Palabra a palabra

Malte Jäger (Getty Images)
Andoni Luis Aduriz

El lenguaje es clave, cuando estamos solos frente al espejo o acompañados. Por ejemplo, en la cocina. Hablemos en positivo para idear un futuro lleno de talento y creatividad. 

Quizá no hayas reparado en ello, pero razonamos charlando internamente, en una suerte de diálogo ilimitado que desemboca en un hecho incuestionable: con quien más conversamos diariamente es con nosotros mismos. Así, nos desperezamos parloteando mentalmente, nos rebatimos frente al espejo y mantenemos activo un despiadado alegato ininterrumpido hasta el momento en que nos volvemos a dormir. Luego están los domadores de palabras: escritores, periodistas, filósofos, cantautores, raperos o todo ello a la vez, con esa habilidad para trenzar términos hasta transformarlos en ideas capaces de mantenerse suspendidas en nuestro pensamiento.

El sucedáneo popular de esta agudeza son las frases que se solían leer en los baños de los espacios públicos y que la modernidad ha hecho migrar a las biografías de los perfiles de las redes sociales. Esa tendencia a desvestir una parte de nuestra personalidad lejos de la vista general para, paradójicamente, captar la mirada de otros es lo que caracteriza la cara interna de las puertas de los aseos, repletas de franquezas desnudas. “De todas las cosas que la vida me dio me gustaría devolver 10 kilos”, decía una de ellas.

Una secuela de esta expresión espontánea tan urbana fue concebir los baños de Mugaritz como un cerebro en el que el servicio de hombres y el de mujeres ejercieran de hemisferio derecho e izquierdo. Lo siguiente fue identificar algunas áreas y zonas involucradas en procesos como las tareas del habla, los cálculos lógicos y matemáticos, la memoria, las habilidades espaciales, el procesamiento de la música, la interpretación de lo que vemos y saboreamos o el despliegue de la creatividad, para proponer a dos improvisadores de versos en euskera, los bertsolaris Amets Arzallus y Maialen Lujanbio, un texto vinculado a cada uno de esos temas para grabarlos, a modo de grafiti, en el punto correspondiente de la pared.

Que el habla que empleamos canaliza e influye poderosamente en nosotros y nuestro entorno me lo recalca desde hace más de una década el filósofo y amigo Luis Castellanos, autor de libros como La ciencia del lenguaje positivo y Educar en lenguaje positivo, donde se recogen las investigaciones que ratifican que el lenguaje y las palabras que se utilizan tienen una importancia vital respecto a la gestión de nuestras emociones y, por ende, sobre las decisiones que tomamos. El estilo y el modo de hablar forjan nuestra personalidad, componen nuestros relatos, memoria y capacidad de responder al mundo y sus desafíos. “El carácter de un hombre es su destino”, predestinó el filósofo Heráclito 25 siglos atrás. Todo parece señalar que la dicotomía entre comprimir, reducir y sellar la opción de crear nuevas posibilidades o colorear de ilusión, motivación y expansión el mundo se determina en parte con el lenguaje que se usa.

Llegados a este punto, la reflexión sería advertir con qué términos nos relacionamos entre fogones. Qué propósitos proyectan los discursos que se emplean tanto en las cocinas domésticas como profesionales: si es una comunicación con la calidez del susurro o, por el contrario, se impone la intimidación de la voz de mando. Si nos dirigimos a otros adivinando afectos o alimentando el miedo. Más que nada porque suena contradictorio que una acción dirigida a nutrir y satisfacer acomode conductas que avinagren el aliciente, amarguen el carácter y acorchen el ingenio. Más aún cuando la cocina como actividad es idónea para abrazar la curiosidad y la agudeza.

Y puestos a pedir, quiero apostar por que el aroma del talento, la sagacidad y la confianza lo invada todo. Que los términos que más se repitan sean creatividad, constancia y cultura. Que las voces correoso, pastoso y grasiento se canjeen por estímulo, iniciativa y motivación. Que se imponga un lenguaje repleto de saber e inteligencia, textura a textura, palabra a palabra.

Brioche de jamón

Brioche de jamón
Óscar Oliva

Ingredientes

Para 4 personas

  • 200 ml de leche
  • 12 gramos de levadura fresca
  • 350 gramos de harina de fuerza
  • 50 gramos de azúcar
  • 80 gramos de yema de huevo
  • 120 gramos de grasa de jamón
  • 10 gramos de sal

Instrucciones

1.

Hervir la leche y enfriar a 35 grados, añadir la levadura fresca y disolver bien; incorporar la harina tamizada, las yemas, el azúcar y la sal, y mezclar preferiblemente con ayuda de un robot de cocina hasta que la masa este formada, unos 10 minutos. 

2.

Agregar la grasa de jamón fría en tres tandas y seguir ­amasando hasta que la masa se despegue del bol. Tapar con papel film y dejar fermentar una hora. Romper la masa y bolear; disponer en un molde, cubrir con papel film y dejar fermentar de nuevo en los moldes a 35 grados durante 120 minutos. 

3.

­Hornear a 170 grados durante 20 minutos.

4. Acabado y presentación

Este brioche se puede comer solo o acompañado; recomendamos que se acompañe con unas lonchas de jamón ibérico.

Aporte nutricional

El jamón ibérico aporta 335 kcal por cada 100 gramos de producto y estudios recientes indican que tiene una gran cantidad de antioxidantes.El jamón contiene una gran cantidad de vitaminas y minerales saludables para nuestro organismo: hierro, zinc, fósforo, calcio, magnesio, vitaminas B1, B2, B3 y B6, y otras vitaminas del grupo D.

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Sobre la firma

Andoni Luis Aduriz
Andoni Luis Aduriz (San Sebastián, 1971) es un cocinero reconocido internacionalmente que lidera desde 1998 el restaurante Mugaritz, en Errenteria, con dos estrellas Michelin. Comunicador y divulgador, colabora desde 2013 con ‘El País Semanal’, donde comparte su particular visión de la gastronomía y su mirada interdisciplinar y crítica.

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