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Columna
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Democracias, virus e hipérboles

El coronavirus ha revelado la repentina fragilidad del mundo desarrollado. Una vulnerabilidad que es el reverso de la indefensión crónica que padece la mayor parte de la humanidad

María Antonia Sánchez-Vallejo
Una mujer pasa delante de un retrato del presidente chino Xi Jinping en Shangai, China, el pasado 12 de marzo.
Una mujer pasa delante de un retrato del presidente chino Xi Jinping en Shangai, China, el pasado 12 de marzo. ALY SONG (REUTERS)

El repentino fervor suscitado por un libro escrito hace 70 años no deja de resultar sorprendente. La peste de Albert Camus registra un notable incremento de ventas en Francia e Italia a causa del coronavirus y eso sería una espléndida noticia si tuviera que ver con la literatura, pues nunca está de más reivindicar el legado del escritor franco-argelino. Pero la novela no es un libro de autoayuda en tiempos del cólera, sino una parábola de la Francia bajo el nazismo, encenagada en la podredumbre colonial.

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Puede que la tendencia sea solo una reacción confusa a la hipérbole que vivimos, que tanto contribuye a retroalimentar a la opinión pública y a alentar también el populismo (los recelos nacionales, la desconfianza, las nuevas fronteras). En Cómo perder un país (Anagrama), un ensayo sobre el deterioro democrático y el auge de las autocracias, Ece Temelkuran recupera un concepto ilustrativo sobre la desmesura de cuando Trump era solo un magnate: la truthful hyperbole, o hipérbole veraz, que el mandatario definía como “una inocente forma de exagerar y una muy efectiva forma de promocionarse”. Él es el vivo ejemplo.

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No es el caso, obviamente, del coronavirus: el riesgo epidemiológico es muy grave. Pero el acaparamiento sin medida ni raciocinio, la sobreinformación (y sus bulos) y la sensación de cataclismo global son manifestaciones extremas de un elemento que subyace a los populismos: la inseguridad medular. El miedo también anima una inquietante derivada política: el hecho de subrayar la eficacia de un régimen autoritario como el chino frente a las democracias occidentales a la hora de contener la enfermedad puede ser el corolario de esa hipérbole que entre todos cebamos. Por eso reviste valor cualquier apelación a los deberes ciudadanos. A la responsabilidad cívica y personal, de la sociedad como un todo orgánico, frente a la pandemia.

En cuanto al consuelo de la literatura, y a tenor de las burradas que inundan las redes, al Covid-19 le irían mejor el viejo Nostradamus y su best seller de teorías conspiranoicas avant la lettre o, hablando de plagas, la lectura del Éxodo sobre las calamidades que Dios infligió a los egipcios y que hoy, emergencia climática mediante, amenazan a parte de la humanidad, como el actual brote de langostas en el Cuerno de África y Pakistán. Un fenómeno que no es noticia ni literatura, solo el presente acuciante de más de 30 millones de personas —su alcance supera al del coronavirus— cuyas cosechas, y supervivencia, están en peligro.

Es solo un ejemplo, otro podría ser el Ébola. No son equiparables, ciertamente, y la mención de los insectos puede sonar naíf y extemporánea, pero sí cabe extraer algunas enseñanzas. Como ponderar la vulnerabilidad repentina de Occidente frente a la crónica indefensión del resto del mundo. O modular el volumen de la propia voz —aquellos capaces de hacerla oír— para no alimentar más el tumulto.

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