En la próxima pira de la cancelación
El caso de Karla Sofía Gascón sirve para recordarnos que la realidad es compleja y a veces contradictoria
![El músico y director C. Tangana (en el centro) posa con sus dos galardones en la gala de los Goya de 2025.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/CYGTMADD6QASRSHUESTBK56HKE.jpg?auth=4d4ee08a03e443b2531ec607b2fb7c6bc6f55d46ef429d590353f2712c4aeb64&width=414)
El discurso más bonito de los Goya lo pronunció C. Tangana, que se ha convertido en uno de los pocos artistas españoles capaces de sorprender, tanto con su obra como con sus declaraciones. Cuando recogió el cabezón como director de La guitarra flamenca de Yerai Cortés dijo lo siguiente: “No sé vosotros, pero yo me equivoco constantemente, tengo que pedir perdón constantemente (...). Así que seamos comprensivos, perdonemos y dejemos que la gente se equivoque. Porque cuanto mayor es el error, más necesitamos del perdón de los demás”.
A ningún nacido en la evangelizadora de la mitad del orbe —”martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma”— debería resultarle ajeno que otro hablase sobre la gran aportación del cristianismo. Pero hace tiempo que ocurrió lo que predijo Menéndez Pelayo, y en una sociedad que se divide cada vez más —porque a las élites así les conviene— en los arévacos y los vetones cuya vuelta vaticinó, el mensaje de c. Tangana es revolucionario.
Rápidamente fue interpretado como una alusión a Karla Sofía Gascón, a quien varios compañeros de profesión le echaron un capote. Algunos, como Juan Antonio Bayona, hablaron de linchamiento excesivo, e incluso hubo quienes, como Zahara o Jedet, se atrevieron a decir que la muerte civil de la actriz estaba en parte motivada por la transfobia, como si no se hubiera cancelado a personas cis. Como si Anónimo García no hubiera sido condenado por una parodia o David Suárez no hubiera sido despedido de su trabajo y juzgado en un tribunal por un chiste. Como si J. K. Rowling, Woody Allen, Kevin Spacey o, en España, Carlos Vermut, nunca hubieran existido. De los últimos y más sonados casos de quema en plaza pública, Karla Sofía Gascón es la única por la que unos cuantos compañeros han salido a dar la cara; nadie en la industria defendió la presunción de inocencia o excusó a Carlos Vermut.
Si Karla Sofía siguiera siendo Carlos, es probable que no hubiera recibido tantos capotes. Los que corren a colocar las gavillas para quemar a los infieles en nuestro país tardaron más de lo habitual en prender la suya. Lo hicieron cuando ya no quedaba más remedio según el rol de policía del pensamiento que ellos mismos se han asignado. Y con cuidado y medias tintas, haciendo gala de una caridad desconocida hasta entonces. A la actriz no la canceló la rama estomagante de los progres —como ocurre habitualmente—, sino las empresas del capital, que hace tiempo asumieron sus lógicas, temerosas de perder dinero. Por cierto: si los comentarios contra el islam de Karla Sofía hubieran sido contra el cristianismo, a muchos de los que les parecen un escándalo se les habrían antojado libertad de expresión.
El caso de Karla Sofía sirve para recordarnos que la realidad es compleja y a veces contradictoria. Que sus tuits estaban feos, pero que es lícito que, como mujer trans, se sintiera amenazada por el islamismo radical, presente en nuestro país. Que el colectivo trans tiene grandes problemas sociales, pero pensar que las personas transgénero no pueden ser malas o estúpidas es ridículo y paternalista. Quizá también sea paternalista la laxitud con la que han acogido sus posiciones los que suelen prender la antorcha por mucho menos, los que tienen por máxima vital esa paradoja popperiana tan manoseada que dice que hay que ser intolerante con el intolerante. Pero bendita laxitud. Ojalá la recuerden en la próxima pira.
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