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Columna
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No es un virus, es una época

Al final habrá una comparación entre los resultados obtenidos por todos, desde los Gobiernos descentralizados y democráticos hasta los autoritarios y centralizados

Lluís Bassets
Control de temperatura a pasajeros procedentes de Wuhan en la estación de Hangzhou.
Control de temperatura a pasajeros procedentes de Wuhan en la estación de Hangzhou. AP

Hay fenómenos que definen una época. Desde el momento en que aparecen, nada sucede que no se refieran a ellos o sus efectos. Modifican el mundo tal como lo hemos conocido y nos explican anticipadamente la nueva realidad tal como está transformándose.

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Este es el caso del coronavirus. A principios de enero, cuando apareció en Wuhan, había 59 personas infectadas, y ahora, dos meses después, afecta a más de 100.000 personas en 110 países, ha movilizado a todos los gobiernos e instituciones, desde el nivel local hasta el internacional, y no deja rincón sin infectar de la actualidad mundial, desde el deporte y la política hasta la vida social y familiar.

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Todo cuanto sucede depende, en una u otra forma, de la evolución y del combate contra la expansión de la enfermedad. Empezando por la economía, con un impacto múltiple sobre la producción, el consumo y los mercados. Se ha roto la cadena productiva global y se contraen suministros y demanda. Como respuesta a la caída del consumo de petróleo, Rusia y Arabia Saudita se han enzarzado en una guerra de precios a la baja, con efectos desestabilizadores en economías exclusivamente petroleras o gasísticas tan frágiles como las de Venezuela, Argelia o Angola.

Una epidemia, como cualquier crisis, también es una oportunidad. Unos ganarán y otros perderán. Así la han encarado Vladimir Putin y Mohamed Bin Salman, cada uno asentándose en su poder, el primero con una reforma constitucional para perpetuarse y el segundo con una nueva purga en el más estrecho círculo principesco. Ambos prolongan así su guerra por procuración en Siria, que no es tan solo por la hegemonía en la región, sino también por su papel en una escena mundial. Cuentan con el desistimiento de Donald Trump, concentrado en la competencia estratégica con China, y tratan de destruir así la industria extractiva de petróleo de esquisto, que ha situado a Estados Unidos en cabeza de la producción mundial. Si la disputa a partir del virus entre los dos productores de crudo es para saber quién manda en este mercado, el virus puede decantar la que ya libran China y Estados Unidos por el poder mundial.

Ningún proceso electoral se librará de la epidemia, especialmente la elección presidencial en Estados Unidos. Lo que no han podido los demócratas, tumbar a Trump, puede que lo haga el coronavirus. Muchos son sus puntos débiles: ha minimizado la epidemia, no es un buen gestor de crisis y ha precarizado el sistema de salud que reformó Obama. Una recesión económica como la que puede desencadenarse es el peor enemigo para un presidente que se presenta para un segundo mandato.

Toda epidemia desnuda a cuantos tienen responsabilidades en la gestión de la respuesta, desde los gobiernos municipales hasta los nacionales, y la propia Comisión Europea. Somete a prueba a los sistemas de salud, pero también a los sistemas políticos. Al final habrá una comparación entre los resultados obtenidos por todos, desde los gobiernos descentralizados y democráticos hasta los autoritarios y centralizados.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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