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Columna
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La sibilina receta de Lula para ganar los votos de los evangélicos

Lo que nos salva, a todos, lo que más está necesitando Brasil y el mundo no son los halagos fáciles y promesas hipócritas, sino el tener la fuerza y la libertad de dar nombre a los lobos

Juan Arias
Lula junto a sus seguidores en abril de 2018.
Lula junto a sus seguidores en abril de 2018. Fabio Vieira (Getty)

Lula quiere conquistar y atraer al Partido de los Trabajadores (PT) a los 40 millones de evangélicos que hoy siguen masivamente al presidente de extrema derecha, Jair Bolsonaro. El popular y carismático Lula, hoy libre, está intentando reorganizar a sus huestes que se habían sentido huérfanas y abandonadas con él en la cárcel.

En una de sus primeras estrategias, como informó Mariana Carneiro en Folha de São Paulo el pasado domingo 5, es que pretende organizar grupos por todo el país, en vista de las próximas elecciones municipales, en una campaña para atraer los votos de los evangélicos a su partido.

La receta que pretende usar Lula para captar el consenso de esos millones de evangélicos aparece, sin embargo, como sibilina, que, en el significado peor del vocablo de origen griego, significa cínica. La receta es la siguiente: “aprender con los pastores evangélicos”. ¿Aprender qué? “A decirle a la gente solo lo que quiere escuchar”. Puede hasta parecer bonito ese arte de saber decir solo lo que halaga y no lo que nos molesta, pero es más bien maquiavélico.

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La receta de Lula hiere la ética, pues impide la formación de una fuerte conciencia crítica en política que es inseparable de la verdad de las cosas. Sí, es cierto que a todos nosotros nos gusta en el fondo que nos digan lo que nos halaga y nos eviten las críticas que pueden herirnos. Que es mejor que nos escondan, por ejemplo, las palabras duras del evangelio que condenaba la hipocresía y exaltaba la lealtad a la conciencia.

Decirle a la gente solo de lo que le gusta y esconder la realidad desnuda de la vida y la sociedad es engañarles. No es así que se contribuye a crear una sociedad democrática y éticamente madura, que supone decir también lo que pueda no gustarnos. Los evangélicos se nutren de las enseñanzas de la Biblia y de los Evangelios cristianos encarnados en el profeta Jesús de Nazareth, que fue un fustigador de toda hipocresía y engaño.

Si aquel profeta hubiera seguido en aquel momento el consejo de Lula hoy a los suyos de decir a la gente solo lo que querían escuchar, probablemente nunca hubiera acabado crucificado en una cruz como un bandido. Pero tampoco su doctrina de amor y de perdón, de libertad de espíritu y de condena de todo fariseísmo fácil, de amor fraterno sin exclusión de los diferentes, hubiese atravesado los siglos y llegado hasta nosotros, aunque a veces por el camino se haya podido adulterar tiñéndose de hipocresía y fariseísmo que contaminó hasta la política.

No cabe duda que un pastor o un político será más escuchado, si traicionando, por ejemplo, la esencia de la enseñanza de colocar la otra mejilla a quien te abofetee, que es la sublimidad del perdón, predica que es mejor devolver ojo por ojo y diente por diente. La llamada a la violencia y a la venganza siempre atraerá más que la de la vocación a la paz.

Sin duda los fieles evangélicos escucharán, por ejemplo, con más gusto que sus pastores que “todos” los políticos son iguales de corruptos, rechazando así la posibilidad de rescate de los limpios de corazón. Pero ello significa la prostitución de la política con mayúsculas, la que con las virtudes de la democracia nos vacuna contra nuevos y viejos fascismos y movimientos violentos. Es la condena de la ética elemental que exige llamar a las cosas por su nombre, guste o no. Es ese lema de que solo la verdad de las cosas, por duras que sean, nos hará libres, mientras que la mentira nos esclaviza.

Si Lula quiere atraer para el PT a los evangélicos que lo haga desarmado, a corazón abierto, empezando por condenar las prácticas hipócritas de la mala política, que contagió también a su partido, aquella para la que vale todo, hasta robar o saquear las riquezas del Estado. La que todo permite con tal de mantenerse en el poder aunque sea a veces bajo la excusa noble de pretender ayudar a las políticas sociales y al rescate de la miseria. La verdad no permite doble moral. Cuando se alaba a los pastores evangélicos porque ellos sabrían decir con eficacia solo lo que la gente quiere oír, estamos apoyando el reino de la mentira.

Es esa degeneración de la ética de la política a la que condujo el famoso dicho brasileño sobre políticos corruptos, justificándolos con el hecho de que “roban pero hacen”, del que es prototipo el caso del exalcade de São Paulo, Paulo Maluf. Eso significa levantar un muro contra la condena de la corrupción política.

Si el buen pastor, en la literatura bíblica, es el que es capaz de dar su vida por sus rebaños, con mayor motivo no debería tener miedo de decir la verdad a los fieles. Decidles, por ejemplo, como decía Jesús, que a veces deben estar atentos a los halagos fáciles porque existen también los “lobos disfrazados de ovejas”.

Lo que nos salva, a todos, a la política y a la sociedad, lo que más está necesitando Brasil y buena parte del mundo no son los halagos fáciles y promesas hipócritas, sino el tener la fuerza y la libertad de dar nombre a los lobos.

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