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Columna
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¿Qué pensaría Jesús esta Navidad de Greta Thunberg?

¿Por qué Greta, siempre seria y segura de su misión, despierta los instintos más bajos del machismo?

Juan Arias
Greta Thunberg en la Cumbre del Clima en Madrid.
Greta Thunberg en la Cumbre del Clima en Madrid.JOHANNES EISELE (AFP)

Greta Thumberg, la niña sueca con síntomas de Asperger, que con solo 16 años está provocando a los líderes del mundo por su falta de compromiso con la defensa del planeta, está siendo insultada por los poderosos hasta con expresiones groseras. En Brasil, el presidente Jair Bolsonaro la ha llamado de “pirralha” [mocosa]. Con burda ironía el mandatario estadounidense, Donald Trump, le ha aconsejado que se vaya a ver una película antigua con una amiga y ha se ha metido con su síndrome psíquico para decir, con pésimo gusto, que se la ve “con la cara muy feliz”. En España no han sido menos despectivos con la niña que curiosamente despierta tanto miedo como odio. La han calificado de “falsa”, “puta” y “marreta”. ¿Por qué Greta, siempre seria y segura de su misión, despierta los instintos más bajos del machismo? Hasta ha habido quien le ha aconsejado “usar su sexualidad” para calmarse.

Estamos en una Navidad más de la historia y cada vez más cristianos serios están convencidos de que esa fiesta, que celebra el nacimiento de un niño también difícil que vino al mundo a provocar a los hipócritas y a exaltar a los puros de corazón, está perdiendo su significado y fuerza original.

Habría que preguntarse, en el análisis de los símbolos y de los presagios de un mundo cada vez más dividido e insatisfecho, qué significa la llegada de esa niña sueca, que no sé si es cristiana, pero que seguro se entendería con el profeta judío de Nazaret que, como ella, fue un inconformista y un fustigador de la hipocresía.

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La Navidad va más allá, con sus símbolos e historia, de su simple significado del nacimiento de Jesús, que vino a anunciar un nuevo Reino no solo de paz y amor, sino de esperanza y perdón. No es, en efecto, solo la fiesta universal del mundo cristiano en la que caben todos, porque Jesús fue un judío al que mataron precisamente por predicar un amor universal, sin distinciones. Si acaso con una preferencia hacia aquellos que el mundo descarta por ser física y espiritualmente diferentes.

La Navidad debería también decirnos, como lo está intentando hacer la pequeña, seria y segura Greta, que la realidad -que no debe confundirse con los deseos o sueños imposibles- es que somos seres amasados por el lodo de la tierra. Que nadie nace ángel. Si acaso nacemos más demonio que ángel. Celebrar la paz de la Navidad significa también tomar conciencia de la hipocresía, del pecado del consumismo que nos devora, de que la paz se conquista a veces con la fuerza y la resistencia contra los destructores de ilusiones.

Jesús fue, sí, un profeta de paz, que recordando a Isaías predicaba un Dios “que también es madre”, con capacidad infinita de perdón, para quien no existían los excluidos. El Dios que cuida de los pájaros del cielo y de los lirios del campo, llega a ser, como afirma la Biblia, no solo un Dios vengador, sino uno cercano y de corazón grande, a quien Jesús compara con una madre. “Aunque una madre llegase a abandonar a los hijos, Dios, no”.

Al mismo tiempo, Jesús, en su corta vida terrestre, en la que pretendió sacudir a la humanidad de su letargo de siglos de guerras y tabús, la invita a participar del nuevo banquete del Reino de Dios. Pero ello tiene también un coste. No es solo con un pacifismo vacío que se conquista un mundo más libre y se respeta y salvaguarda el planeta.

Son innumerables los pasajes de los Evangelios donde Jesús da a entender, desde que era niño, como hoy lo es Greta, que el mundo, la paz, la justicia, la igualdad y hasta la felicidad capaz de vencer a la muerte no se construyen solo con un falso pacifismo, sino que es necesario preparar la guerra espiritual contra quienes nos obligan a vivir sumergidos en un capitalismo cada vez más salvaje, dictatorial, disgregador y maldito. Y colocó siempre a los niños como ejemplo de vida. Llegó a pedir la pena de muerte para quienes profanen a uno de ellos.

La pequeña Greta ha entendido eso a los 16 años. Dicen que es demasiado joven. Jesús fue aún más precoz. Ya a los 12, tras haberse perdido y separado de su familia en el Templo durante tres días, les hizo ver a sus padres desconsolados, seguramente con gran respeto, que él se debía ya a una causa mayor que la pura familiar.

Fue Jesús, el hijo que muchas madres querrían tener, quien les explicó a los discípulos que ese mundo de paz que todos soñamos “padece violencia” y que “solo los violentos lo conquistarán”. Llegó a predicar que a veces es necesario, para ser fieles a la propia fe e historia, que las familias estén divididas a causa de la violencia. Sabía Jesús que la familia no es algo idílico y que a veces es necesario que entre ellas haya desgarros y luchas, para imponer verdades que nos superan.

El fariseo Nicodemo tuvo curiosidad en conocer de cerca a aquel profeta que predicaba una paz que es, a la vez, violenta, y a quienes le pedían, como el gobernador Herodes, que “dejase de predicar” aquellas cosas absurdas en las que exaltaba “todo lo que el mundo rechaza”. Por ejemplo, los diferentes, desde los locos a las prostitutas, desde los endemoniados a los leprosos, esa caravana doliente que lo buscaba con esperanza. Al recado autoritario de Herodes, Jesús respondió que le dijeran “a aquella zorra” que él seguiría adelante con su misión. El precio de defender una paz violenta y no la falsa hipocresía no se hizo esperar. Poco después fue colgado de una cruz y agonizó sin entender por qué Dios lo había abandonado.

La Navidad, este año con la pequeña Greta como nuevo símbolo de los que se atreven, como Jesús en sus días, a llamar de hipócritas a los jefes de Estado que cierran los ojos ante la destrucción del planeta, podría ser una fiesta diferente. Una Navidad de reconciliación entre los que viven en guerra dentro del ceno familiar, para abrir nuevos espacios de vida, de diálogo y de comprensión, que en definitiva eso significa la hoy tan desfigurada celebración. Es decir, la fiesta de todo lo que nace dentro y fuera de nosotros. Con dolor, pero también con esperanza.

Feliz Navidad, una fiesta con la pequeña Greta que nos mira seria y desafiante, y nos invita a luchar por este planeta que se nos está muriendo.

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