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Columna
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La historia apaleada

Manuel Rivas

El último paradigma de bombardeo de “hechos alternativos” y de eclipse informativo es lo ocurrido en Bolivia

FUE LA ESTRATEGA de campaña de Trump, Kellyanne Conway, la que presentó en sociedad, un día de enero de 2017, la expresión “hechos alternativos”. Y ese mismo día el periodista Chuck Todd, de la NBC, le demostró en directo que esos hechos eran simplemente “falsos”. Hubo carcajadas que duraron días ante tal descarado eufemismo de mentira. Pero la expresión resultaba también novedosa y, sobre todo, útil como herramienta en la batalla del control de las mentes. Un buen bombardeo de “hechos alternativos” puede dejar frita la realidad. A veces, para siempre. Establecer una “verdad alternativa”.

Recuerdo la actuación de un valeroso payaso en un circo en Colombia, en zona de alto riesgo, en Toribío, en el Cauca. Hizo un alegato entrañable por el amor y contra la guerra. Daban ganas de abrazarse. Pero, de repente, todo dio un vuelco. El payaso sacó un revólver. El público se mantuvo inmóvil y silente. El cómico iba apuntando con el arma y disparaba como munición una palabra que retumbaba sarcástica: “¡Paz, paz, paz!”. A mí me dolió fuerte aquel “disparo alternativo”. Hablé en Colombia con mucha gente. Pero aquel gag del payaso fue una brutal inmersión en la realidad.

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Alguien bromeaba con que desde que existe Google Maps el mundo cada vez es más desconocido. La broma es seria para nosotros cuando hablamos de América Latina.

El último paradigma de bombardeo de “hechos alternativos” y de eclipse informativo es lo ocurrido en Bolivia. Hace unos años sería muy extraña, fuese cual fuese la tendencia de los medios, la elusión del término “golpe de Estado”. Aunque utilizasen eufemismos, como los militares argentinos con su “proceso de reorganización nacional”, quienes daban el golpe ponían mucho interés en demostrar que lo que daban era un jodido golpe. Ahora, discutimos si se trata de un golpe militar o de una representación presencial del videojuego Call of Duty: Modern Warfare. Creo que una de las mejores diagnosis de lo ocurrido la hizo un diputado argentino del centroderecha, Daniel Lipovetzky: “¡Si mueve la cola y ladra, es un perro! Si las Fuerzas Armadas “recomiendan” (léase obligan, exigen) la renuncia de un presidente elegido democráticamente, esto es un golpe de Estado. Es necesario que se aplique la Carta Democrática Interamericana de OEA y que dicho organismo intervenga ya”.

Pero no hubo nada. Con muy pocas excepciones, silencio mudo. Quienes no se anduvieron con pamplinas fueron Trump y Bolsonaro, ese par de intelectuales. A Evo Morales lo iban a crucificar. Eso está claro. La quema de whipalas, la bandera indígena, preludiaba su propia quema. Lo salvó in extremis el avión mexicano. Quienes pusieron en marcha el golpe ni siquiera aceptaron la repetición de elecciones y en condiciones pactadas por los opositores. Hay quienes le reprochan su exilio. Lo tachan de blandengue, de abandonar al pueblo. Pero lo que hizo Evo Morales es de la mayor nobleza. Y su discurso fue el de un héroe humilde, no de un caudillo huevón: evitar que los golpistas no “hiciesen daño” físico a los de abajo. Que no volvieran a masacrarlos. Evo sabe de lo que habla. Desde la independencia de Bolivia, este golpe de Estado es el número 194. Una historia apaleada.

¿Por qué el golpe ahora? Todo esto ha ocurrido en un país en calma, con el mayor índice de crecimiento de Latinoamérica, centro y sur, con el más bajo nivel de delincuencia en la región. Solvente, sin deudas con el FMI. Con el hambre domada y unas mejoras históricas en salud y educación. Un país ejemplar, declarado “Estado plurinacional”, en el reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios. Con recursos, como el 70% del litio de la región (¡ay, el litio!). Y todo esto ha ocurrido después de estallar Chile, el llamado “paraíso neoliberal” que preside Piñera, cansada la gente de un régimen clasista, encostrado en la injusticia y la desigualdad.

“Nadie que no tenga un arma parece tener derecho a hablar”, dice la artista boliviana María Galindo, fundadora de Mujeres Creando, en una llamada estremecedora titulada La noche de los cristales rotos. Ella denomina este periodo “la etapa fascista del neoliberalismo”, en la que el fundamentalismo religioso pone el “condimento disciplinador” de las mujeres. Pero también dice: “Hoy lo más subversivo en Bolivia es tener esperanzas, lo más subversivo es el humor y la desobediencia”. Amén. 

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