La palabra vive más que la bala
Una frase que refleja la diferencia entre quienes luchan por los derechos humanos y quienes los atacan
Berta Cáceres, activista indígena y medioambientalista hondureña fue asesinada en marzo de 2016 por oponerse a la construcción de un gran represa en el territorio del pueblo lenca. Ella resumió en una frase la terrible desigualdad de la relación entre aquellos que defienden los derechos humanos y quienes las amenazan y, muchas veces, se convierten en sus asesinos: “Vos tenés la bala… Yo la palabra. La bala muere al detonarse… La palabra vive al replicarse”.
Siempre recuerdo esta cita cuando pienso en las personas defensoras de los derechos humanos. Así que la he tenido muy presente estas últimas semanas en las que se ha presentando la plataforma Voces Defensoras. Este es un proyecto que aspira a construir una amplia coalición de organizaciones y movimientos para generar conciencia de la estigmatización y violencia que sufren los que defienden los derechos humanos.
Defensores en peligro
El último informe del Relator Especial sobre la Situación de las y los Defensores de Derechos Humanos, presentado ante la Asamblea General de Naciones Unidas, deja bien claro que la impunidad de las agresiones contra este colectivo es una constante.
Según sus datos, entre 2017 y 2018, fueron asesinados 431 defensores y defensoras de los derechos humanos, periodistas y sindicalistas (ocho por semana), “un aumento preocupante con respecto al promedio de años anteriores”.
Voces Defensoras
Un proyecto liderado por Mundubat y Brigadas de Paz Internacional, que aspira a construir una amplia coalición de organizaciones y movimientos para generar conciencia de la estigmatización y violencia a las que se ven sometidas personas, organizaciones y comunidades que defienden los derechos humanos.
Muchas líderes indígenas como Sonia Guajajara y activistas medioambientales como la colombiana María Miyela Riascos enfrentan una gran presión debido a la violencia constante que las acechan. Por esa razón en la presentación de la plataforma se lanzó cuatro informes sobre las luchas por los derechos humanos de los defensores y defensoras en América Latina:
- En peligro constante retrata cómo en Honduras el colectivo de la diversidad sexual es blanco constante de desprecio y violencia, lo que provoca decenas de crímenes de odio cada año.
- Defendiendo los derechos de las mujeres cuenta cómo tan solo entre 2015 y 2017 la cifra de mujeres muertas por violencia machista pasó de 2.144 a 3.256 (nueve asesinatos diarios).
- El desafío de la paz demuestra cómo en Colombia, casi tres años después de los acuerdos de paz, las agresiones contra los líderes sociales hacen que la paz verdadera siga estando lejana.
- La tierra o la vida documenta cómo en Guatemala asesinan cada 40 horas a una persona que reclama su tierra o la de su comunidad o defiende los bosques y los ríos.
Esta colección de datos es estremecedora, pero no transmite el sufrimiento personal ni la calidad humana de los activistas de derechos humanos. Sin duda la mejor parte del trabajo en derechos humanos es poder estar cerca de esas mujeres y hombres cuya palabra y trabajo, como decía Berta Cáceres, vivirá para siempre.
Testimonios de valentía y lucha
Es un placer compartir tiempo y vivencias con gente como Donny Reyes, director de la Asociación LGBTI Arcoíris. A sus 45 años, Donny Reyes es un viejo: las personas LGBTI tienden morir jóvenes en Honduras. Un país donde las víctimas de crímenes de odio entre este colectivo se cuentan por decenas cada año (34 asesinatos en 2017, según Naciones Unidas).
Resulta muy impresionante escuchar a Donny decir que su padre le dijo que hubiera preferido “un rollo de alambre a un hijo maricón”. También, impresiona oírle mencionar que ocho de cada diez personas de las que acuden a los grupos de autoayuda de la Asociación Arcoíris tienen ideas suicidas debido al profundo desprecio que sufren.
Uno no puede evitar estremecerse de admiración al escuchar a Carlos Páez, líder de Tierra y Paz. Carlos y sus compañeros reclaman desde hace años el derecho del campesinado a retomar el cultivo de sus tierras en la región de Urabá, en Colombia. En esa pelea por la dignidad han caído ya una veintena de sus compañeros, pero él sigue defendiendo sus derechos y los de su gente.
En un mundo globalizado como el actual, parte de los plátanos que consumimos en España son producidos por las compañías bananeras que usurpan las tierras de Carlos y su comunidad. Por eso es necesario un proyecto que conecte lo que ocurre allí con lo que sucede aquí y viceversa.
Por ello es necesario un proyecto para contribuir a construir un mundo en el que el precio de defender los derechos humanos no sea la vida. Y esto solo será posible si gobiernos, empresas y otros poderes que amenazan a los Donnys y Carlos de este mundo saben que hay centenares de personas pendientes de su suerte.
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