En la guerra sobre la Amazonia, perdió Bolsonaro y ganó Brasil
Este episodio ha servido también para dejar al desnudo la ausencia dramática de una política exterior a la altura de las circunstancias
En la guerra sobre la destrucción de la Amazonia, el presidente, Jair Bolsonaro, salió derrotado. Mientras que Brasil y sus riquezas naturales fueron defendidos por todo el mundo. Las ideas destructivas del líder brasileño y sus apreciaciones despectivas, incluso groseras, por ejemplo, sobre el presidente francés Emmanuel Macron o la canciller alemana Angela Merkel, acabaron empañando aún más su ya maltrecha figura en el exterior.
El presidente brasileño que había dicho, días atrás, que él no iba a ser un mandatario “banana”, pero acabó como tal, visto así por los líderes más importantes del extranjero. Sus burlas sobre la Amazonia como cuando dijo que bastaba “una caca petrificada de un indio” para paralizar una obra. Esas declaraciones no gustaron fuera de Brasil. Desde siempre, el mundo admiró y hasta envidió ese santuario natural de la Amazonia que alberga el mayor bioma del planeta y que es reconocido como uno de los mayores tesoros ecológicos aún vivos de la Tierra.
Asimismo, las burlas en redes sociales sobre la comparación entre la esposa de Macron, Brigitte, ya mayor, y la joven Michelle, pareja de Bolsonaro, fueron un búmeran. Lo mismo las bromas de mal gusto del vicepresidente, el general Morao, que hacían referencia a los temblores que, a veces, aquejan a Merkel. Todas esas actitudes sirvieron, sobre todo, para que el mundo constatara que Brasil, poseedor no solo de inmensas riquezas naturales sino también humanas, merecía a alguien más digno para ser gobernado.
La actitud de Bolsonaro y de su Gobierno durante este episodio de la Amazonia, que ha sacudido al mundo, ha servido también para dejar al desnudo la ausencia dramática de una política exterior a la altura de las circunstancias, algo que siempre fue considerado como uno de los aciertos de la política brasileña, sea de derechas que de izquierdas.
Basta observar los titulares de los grandes periódicos internacionales de estos días para constatar la condena universal sobre los juicios y las posturas de Bolsonaro sobre la Amazonia. En los análisis de dichos diarios, que crean la opinión mundial, queda muy clara la distinción que en el exterior se hace entre las posturas iconoclastas del líder brasileño sobre la Amazonia y la postura de resistencia de los brasileños.
Queda claro, internacionalmente, que es el presidente Bolsonaro y no los brasileños quien preferiría ver convertida la Amazonia en un pasto de ganado, un cultivo de soja o en túneles abiertos en sus entrañas para extraer minerales, el gran sueño de los capitalistas.
Así como le gustaría a Bolsonaro ver a los indígenas expulsados de aquellas tierras que siempre fueron suyas y tienen el derecho de habitarlas. Al mismo tiempo, en la abundante información mundial sobre el conflicto del Gobierno de ultraderecha sobre los incendios cada día mayores y más numerosos en la Amazonia, ha quedado clara la distinción entre las posturas del presidente y lo que los brasileños merecerían tener al frente para resolver sus problemas.
Quien quizás mejor lo ha expresado y que honra a todos los brasileños y a los que han decidido hacer su casa de este país, ha sido el presidente francés Macron con estas palabras: “Como tengo una gran amistad y respeto por el pueblo de Brasil, espero que tengan rápidamente un presidente que se comporte a la altura”.
Quien sale engrandecido de esta guerra son, en efecto, los brasileños y su lucha en la defensa de la Amazonia, que siguen recogiendo la simpatía del mundo. Y eso, en este momento, es lo que más importa, ya que los presidentes y los gobiernos pasan, y los brasileños seguirán siendo vistos, con estima y afecto, merecedores de estadistas capaces de defender sus esencias y sus riquezas.
Alguien podría decir que a Bolsonaro poco le importa la opinión de los líderes extranjeros. Que a él lo que le sirven son los votos de sus fanáticos, por cierto siempre menores, a quienes parece querer especialmente agradar. Se olvida que el mundo hoy ha cambiado y que, a veces, puede resultar tanto o más peligroso el rechazo internacional a un líder que el de sus propios compatriotas.
Los nacionalismos exasperados, los sueños de muros y barreras para no dejarse contaminar desde fuera se están quedando cada vez más obsoletos. A pesar de las tentaciones totalitarias y del resurgir de los nuevos patriotismos que la globalización había destruido, es hoy más fácil, a veces, ganar o perder unas elecciones presidenciales fuera que dentro del país.
Hoy es cada vez más evidente, por ejemplo, que el expresidente brasileño, Lula da Silva, debió sus dos elecciones y las de su pupila Dilma, tanto o más que a su consenso interno, al indiscutible consenso y aplauso del que gozaba internacionalmente. Aplauso que mantiene aún hoy en la cárcel y que, si no me equivoco, será aún fundamental para que pueda recuperar su libertad.
A Bolsonaro deberían explicarle que su supervivencia en el poder depende hoy no solo de los brasileños, sino también de su imagen en el exterior. Olvidar o despreciar dicho consenso podría resultarle fatal. ¿O ya lo está siendo?
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