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Columna
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¿Estará Moro aprendiendo machismo en la escuela de su jefe Bolsonaro?

No creo que a las mujeres les haya gustado el resbalón antifeminista del ministro, quien ha minimizado el dolor de miles de víctimas de feminicidio en Brasil

Juan Arias
Manifestación en memoria de Marielle Franco, a un año de su muerte.
Manifestación en memoria de Marielle Franco, a un año de su muerte.Reuters

He visto publicadas, quizás más y con mayor énfasis en el exterior que en Brasil, las motivaciones que el exjuez Sérgio Moro, hoy ministro de Justicia del Gobierno ultraderechista de Jair Bolsonaro, ha dado para justificar el creciente número de feminicidios en Brasil. Con ocasión, días atrás, del décimo aniversario de la ley María de la Penha, que combate la violencia machista, Moro afirmó: “Quizás nosotros, los hombres, nos sintamos intimidados por el creciente poder de la mujer en nuestra sociedad. Por ello, parte de nosotros recurre, infelizmente, a la violencia física o moral para afirmar una pretendida superioridad que no existe”. En las redes, poco después escribió: “El mundo ha cambiado. Tenemos mucho que aprender. No lo dice el ministro sino el hijo, marido y padre de mujeres fuertes”.

Enseguida, la antropóloga, Debora Diniz que se mudó a los Estados Unidos después de haber recibido amenazas de muerte por su protagonismo en la defensa de la mujer y de su derecho a decidir sobre su cuerpo y su sexualidad, escribió: “Ministro Moro, por favor, apague ese mensaje. Es una cuestión de dignidad. Los hombres que amenazan a la mujer son solo cobardes”.

Hay quien ha ironizado que la idea de Moro sobre la violencia machista, según la cual se debería a que la mujer ha adquirido mayor poder en la sociedad moderna y amenaza al hombre, no parece gestada en la ilustre Universidad de Harvard donde se formó, sino en la nueva escuela de su jefe, el presidente Bolsonaro. Fue él, conocido misógino, quien llegó a decirle a la diputada María del Rosario que solo no la estupraba porque era fea y no se lo merecía, y que ofendió a su hija pequeña al confesar que se trató de un descuido, pues él hubiese preferido otro hijo varón más. Hubiese sido el cuarto.

Parece que Moro, de repente, se ha olvidado que vive en el país que se ubica en el quinto lugar, de un listado de 84 países, debido a su alto índice de feminicidios: cada día se registran, en promedio, 13 asesinatos de mujeres en Brasil, según los datos de la BBC. Quizás Moro ignore que tres cuartas partes de los crímenes por machismo pertenecen a mujeres negras y de baja renta. ¿Serán también ellas las que intimidan a los hombres por la consciencia que de repente han adquirido de su poder en la sociedad?

¿Será que la experiencia que Moro ha tenido como hijo, marido y padre le ha llevado a tener miedo de las mujeres fuertes como él las califica? Sí, la gran mayoría de las mujeres que hoy son sacrificadas en el altar del machismo más primitivo son mujeres fuertes, es verdad, pero con la fortaleza de la dura experiencia de la pobreza y de ser condenadas por el color de su piel como la escoria de la sociedad. Ellas son conscientes no de su poder, sino de haber nacido, como recitaban los viejos códigos patriarcales aún hoy vigentes en Brasil, solo para dar al hombre placer e hijos. Esa fuerza interior de la mujer negra y pobre no es la que según Moro intimida a los hombres que matan a sus compañeras. Las matan porque ellos, al final, se sienten más fuertes que ellas, protegidos bajo el manto de la impunidad.

No solo personajes de primera plana de la Iglesia, como santo Tomás de Aquino, llegaron a dudar que la mujer tuviera alma y fuera solo un objeto en manos de los hombres. Ya desde los tiempos de Adán y Eva, en el mito de la creación, hace más de 3.000 años, aparece claro que la culpable de todos los males fue siempre, y sigue siéndolo, la mujer. En el paraíso, interrogado por Dios sobre el pecado de haber comido la fruta prohibida Adán le echó la culpa a Eva: “la mujer que me diste como compañera me dio y yo comí” (Gen.3,11ss).

Mejor hubiese sido que Moro, el juez mito, al que no le tembló la mano a la hora de llevar a la cárcel a cientos de personajes del mundo político y empresarial, empezando por el carismático, amado y popular expresidente, Lula da Silva, hubiese aterrizado al Gobierno extremista de Bolsonaro para llevar nuevos vientos de democracia y modernidad, en vez de aparecer como un discípulo aplicado en la escuela del oscurantismo, machismo y desprecio de la mujer y de sus mejores valores.

Si es cierto que Moro escudriña horizontes políticos que se resolverían en las urnas, no debería olvidarse que la mayoría de los millones de votantes en Brasil son mujeres. Y no creo que a las mujeres les haya gustado el resbalón antifeminista del ministro, quien ha minimizado el dolor de miles de víctimas de feminicidio. No porque ellas se sientan ya liberadas y empoderadas e impongan intimidación y miedo a los hombres, sino porque siguen siendo carne de cañón del poder que aún ejerce el hombre.

Así de triste.

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