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La nueva música cubana

Cimafunk se ha convertido en el cantante de moda en la isla.Vídeo: JAVIER SALAS / JAVIER SALAS Y SAÚL RUIZ
Amelia Castilla

Si algo funciona bien en esta isla del Caribe es la música. Son, jazz, trova, salsa rock, rap o reguetón suenan en las cálidas noches de La Habana, convertida en laboratorio sonoro de todos los ritmos. Manda la fusión, las raíces afrocubanas y la nostalgia de artistas como Benny Moré.

TODO BIEN, mi hermano?”. Cimafunk, el cantante del momento en Cuba, saluda al camarero del hotel que lo ha reconocido. Como el público que toma el sol en la terraza. “¡Ohhhh!, ¡es él!, no se escapa sin que nos hagamos un selfi”, promete una turista. Erik Iglesias (Pinar del Río, 1989), que ese es su verdadero nombre, luce gafas de sol, un sombrero calado, pantalones apretaditos y camisa estampada. Pide una Cristal, la cerveza local cuya producción se destina en su mayor parte a los turistas. El paisaje majestuoso de los desvencijados edificios del Vedado se despliega imponente desde la terraza y el sol aprieta que da gusto, pero estamos en La Habana y, a veces, ocurren cosas. La fama de Cimafunk no ha impedido que, entre los cientos de personas que cruzan las puertas del hotel cada día, el conserje lo obligue a identificarse en recepción, una orden que el músico acata sin rechistar. “Hacemos esto por su seguridad”, replica el empleado ante la protesta de los periodistas. Y así, “muy seguros”, subimos al ático.

Telmary. No es una rapera al uso. No le gustan los hiphoperos que se parten el cuello y se tocan los huevos. Sus temas llevan tatuados la identidad del Caribe y del feminismo.
Telmary. No es una rapera al uso. No le gustan los hiphoperos que se parten el cuello y se tocan los huevos. Sus temas llevan tatuados la identidad del Caribe y del feminismo.Javier Salas

“Me voyyyy pa mi casa, me ­voyyyy pa mi casa, me voy, me voy, pero niña, mira, si tú quieres me voy pa la tuya, los dos queremos lo mismo”. El hit, que se escucha ya en medio mundo, suena atronador en la terraza a modo de recibimiento a su autor. Su primer disco, Terapia, más que hablar del nuevo periodo especial que todos dicen que se avecina, anima a la gente al baile usando lenguaje inclusivo. “El sexo es fundamental para todo, es más importante hablar de eso que de cualquier otra cosa”, cuenta el cantante. “Es algo instintivo. Nosotros pasamos situaciones diferentes, los cubanos no tenemos cosas, pero en nuestra personalidad está una manera de relacionarse, una sensibilidad, una cosa sexual que no tiene que ver con el acto, pero que activa el diálogo y propicia el acercamiento”. Cimafunk, que el martes pasado se presentaba en Madrid, ya ha tocado en París, lleno total durante tres noches que él achaca al “boca a boca cubano”. Y acaba de regresar de su gira americana. Quiere convertirse en un “showman”, alcanzar “una visualidad” como la de Marvin Gaye o James Brown y “cantar y bailar” descomunal como Benny Moré.

“Llevo a Paco de Lucía en el corazón, me dio una visión para regresar a Cuba con otra perspectiva”

La suya es una historia de superación. Hace unos años llegó a La Habana con una mano delante y otra detrás. Hizo coros, trabajó como mecánico y las pasó canutas para pagarse una habitación. El punto crucial llegó en casa de Raúl Paz, un músico de su pueblo. “Ese día me vio toda Cuba, en un único vídeo por todos los canales, un negrito de pelo raro, pantalones ripiaos y cositas apretaditas y cortas. Ahí empecé a generar dinero”. Cimafunk busca recuperar los ancestros de sus antepasados nigerianos.. “En Estados Unidos son fanáticos del blues, defienden esa tradición con un voltaje serio, tocan que lo revientan. Al principio, me bloqueaba pensar en Cuba y en su música tradicional, me faltaba el acceso a la información porque lo que tú tienes todos los días no lo valoras, hasta que empecé a trabajar con el grupo Interactivo y me arranqué a improvisar. Ahí me di cuenta de la seriedad de nuestro folclore”. La música afrocubana se encuentra en todos lados y sus referencias van desde los Beatles hasta James Brown. “Yo trato de reciclar todo eso, pero en nuestro tiempo”, añade.

Alain Pérez, artista total. Pasó del flamenco a las raíces cubanas. Cantante y bajista, ha dado un giro radical a su carrera con Benny Moré como gran referencia.
Alain Pérez, artista total. Pasó del flamenco a las raíces cubanas. Cantante y bajista, ha dado un giro radical a su carrera con Benny Moré como gran referencia.Javier Salas

Y no es el único que busca en sus raíces. ¿Recuerdan a Alain Pérez, el bajista que acompañaba a Paco de Lucía? Vivió en España casi 20 años codeándose con flamencos como Enrique Morente, Niño Josele o Diego El Cigala, pero regresó a Cuba después de la muerte del guitarrista para repensar su carrera. Encontró la solución volviendo a sus raíces guajiras con ecos del son, la música que sonaba cuando era niño en las parrandas de Trinidad y Cienfuegos, donde vivió desde los nueve años estudiando música en un conservatorio. Esta madrugada ocupa el centro del escenario. Canta y baila, arropado por una banda de 14 músicos, en El Sauce, una sala de fiestas al aire libre en la zona de Miramar. Suena música popular bailable, una mezcla de salsa y ritmos latinos con ecos de géneros, como el mambo o el chachachá, pero experimentando con sonidos renovados. No es la típica salsa de Pedro Navaja. Se trata de temas nuevos, donde todos los arreglos tienen partitura. No hay un golpe de conga que no esté previsto. Quizás esta noche en El Sauce presenciamos la evolución musical de la antigua Tropicana, famosa por sus mulatas semidesnudas y las grandes orquestas tocando para Bola de Nieve o Nat King Cole.

Brenda Navarrete. Cantante, percusionista y bailarina, su carisma y atractivo físico le han hecho imprescindible en todas las fiestas de salsa y tambor de la isla.
Brenda Navarrete. Cantante, percusionista y bailarina, su carisma y atractivo físico le han hecho imprescindible en todas las fiestas de salsa y tambor de la isla.Javier Salas

Sobre el escenario, Alain luce zapatos Oxford de dos tonos, camisa de seda estampada y pantalón vaquero. Canta, baila, salta, grita… El sudor chorrea por la camisa como un grifo mal cerrado. Lleva las sienes rapadas y luce una frondosa coleta que le sale de la coronilla y le llega hasta la cintura. Es sábado de madrugada y entre el público apenas hay turistas. Las divas de ébano y los raperos de chándal, esos que bailan tocándose los huevos, se mezclan a pie de escenario. Blancos, negros y mulatos se mecen y bailan con eso que denominan el swing cubano, pero con una dosis de perreo: ellas, señoras entradas en carnes o jovencitas de sienes rasuradas, mueven el culo, y ellos se arriman por detrás muy pegados siguiendo el ritmo. No hay nada impúdico en el gesto, solo ese acercamiento a la sensualidad que domina las relaciones en el Caribe y, especialmente, en Cuba. Eso que Cimafunk define como la esencia del carácter.

La señora encargada de los baños vende puros, y los camareros expenden cerveza y ron para evitar la deshidratación. En el escenario, el espectáculo parece no tener fin. Sigue la descarga. Alain usa bastón para ayudar con el ritmo, como hacia Benny Moré. “Ustedes tienen a Camarón, nosotros al bárbaro del ritmo”, dice. “Valoro lo que hice en España, llevo a Paco [de Lucía] tatuado en el corazón, me dio una visión nueva para regresar a Cuba con otras perspectivas. Ahora he perdido la intimidad del instrumentista, pero he ganado la fuerza de la canción que te lleva a la eternidad”. En medio del frenesí irrumpe en la pista Piraña, percusionista flamenco, con una cerveza en una mano y un puro en la otra. Le acompañan Kiki Morente y Antonio Carmona, que no tardan en incorporarse al lío.

Brenda Navarrete, figura del sonido afrocubano, sueña con armar una orquesta de mujeres

Los tres flamencos, además de la banda que ocupa el escenario, tocaban juntos hace unas horas en el Patio de los Capitanes, en un concierto organizado por Acción Cultural Española, el grupo Prisa e Iberia para conmemorar el 500º aniversario de la fundación de La Habana. La globalización viene de lejos. Guajiras, cuplés, tangos o fandangos viajaban en los barcos en travesías de meses y se fusionaban en nuevos ritmos. Ahora el mundo se ha quedado pequeño, los acontecimientos se transmiten en streaming y los compositores viajan de un continente a otro en vuelos directos desde España en apenas 10 horas. Alain y Piraña se conocieron en Madrid hace dos décadas. El primero llegó a la capital española cuando la música sonaba cada noche en salas como Clamores o Cardamomo. En el año 2000, la noche madrileña seguía efervescente. Ahora Alain conoce bien el compás y sabe tocar por bulerías, y Piraña domina la clave del guaguancó. Con historias como esta se ha creado un estilo del que sonaron algunas notas en el concierto de la Habana del pasado mayo con cantaoras como La Argentina haciendo suya la Habanera de Cádiz o Ginesa Ortega con su desgarrado Bésame mucho. Pero también se escuchó el merengue de La negra Atilia, llegado desde Venezuela de la mano de Nella.

En la primera foto, Roberto Carcassés. Toca el piano, canta y compone. El líder de Interactivo pilota un proyecto musical dedicado a impulsar la música y el intercambio de artistas. En la segunda foto, Ray Fernández. Cantautor irreverente, se le puede ver los jueves en sesión de matiné en El Diablo Tun Tun: “Al que fuma, bebe y canta se le jode la garganta”.
En la primera foto, Roberto Carcassés. Toca el piano, canta y compone. El líder de Interactivo pilota un proyecto musical dedicado a impulsar la música y el intercambio de artistas. En la segunda foto, Ray Fernández. Cantautor irreverente, se le puede ver los jueves en sesión de matiné en El Diablo Tun Tun: “Al que fuma, bebe y canta se le jode la garganta”.Javier Salas

Cinco siglos después de la creación de La Habana, toda esa fusión cultural se ha globalizado bajo la etiqueta de música latina, y en el circuito mundial lo latino arrasa por encima de lo anglo. Luis Fonsi o Daddy Yankee tienen más visionados que Beyoncé o Madonna. Los cubanos representan en la música lo que brasileños y argentinos en el fútbol. ¿A quién no le gusta una buena salsa? Suene en Sídney o en Estocolmo, seguro que a la trompeta o a la batería hay un cubano que abandonó la isla en busca de futuro. Si hay algo que funciona en Cuba es la música. Son, jazz, trova, rock o rap suenan incansables en este laboratorio sonoro. Hay conciertos casi a diario en locales donde se derrocha talento y energía, interpretados por artistas formados durante generaciones en las escuelas de música donde prima la disciplina soviética. No es raro que los músicos dominen varios instrumentos y se ha roto esa especie de ley no escrita que prohibía que las mujeres tocaran instrumentos de viento, el bajo o la batería. Las hay, y muy buenas. Como Brenda Navarrete, protagonista de todas las fiestas de rumba y tambor en la capital y figura emergente del sonido afrocubano. Canta, baila y hay que verla golpeando batá y tumbadora. Mientras gira su primer disco, Mi mundo, sueña con armar una orquesta de mujeres. Ya prepara su siguiente trabajo discográfico, que, probablemente, llevará el mismo nombre porque ahí se encuentra, dice, la esencia de su música.

“El sistema educativo musical cubano es el mejor del mundo, pero luego parecen no saber qué hacer con toda esa riqueza artística. Tienes la herramienta pero luego no le das salida. Todo ese talento, esa energía y ese rollo con pasta puede ser un Ferrari sin frenos”, sugiere el productor Javier Limón a su paso por la isla. “El rodaje de Fast & Furious 8 y la actuación de los Rolling anunciaban una apertura que se quebró con la llegada de Trump a la presidencia de EE UU”.

“Cuba es una isla de música y los cubanos pagamos por escucharla”, dice Roberto Carcassés

Los artistas son empleados públicos, necesitan estar adscritos a empresas de producción nacional que mueven sus actuaciones y deciden quién sale en televisión o suena en las radios. Y luego está el decreto 349, que controla los contenidos artísticos: una excusa para la censura, aunque el Gobierno se defienda argumentando que solo trata de limitar el mal gusto y el sexismo de esa música descarada y explícita que se graba y se distribuye en las redes. “Estalinismo puro que afecta a todos los artistas”, dice un músico que cita como ejemplo la represión del hip-hop y los problemas del grupo Los Aldeanos, con Silvito (hijo de Silvio Rodríguez) a la cabeza.

Telmary, habanera de 38 años y primera mujer rapera de la isla, califica esa época hiphopera como de verdadero periodismo urbano. “Sus versos narraban lo que la prensa oficial no publicaba. Era un movimiento tan fértil que crearon una agencia de rap, un dato curioso puesto que no existe agencia de son; luego los raperos se pasaron al reguetón, ganaban más dinero y no tenían que lidiar con la censura”. Telmary iba para periodista, pero se enganchó a la música casi por casualidad. “En una fiesta de Los Carpinteros se perdieron unos espejuelos, y yo, micrófono en mano y con un amigo disc jockey que ponía música electrónica, animé a la concurrencia a buscarlos”. Al día siguiente, sus amigos la convencieron para seguir haciendo poesía con música de fondo”.

En la primera foto, La banda de Alain. Cuatro virtuosos. Desde la izquierda, Yandy García, batería; Dayron Oney, trompeta; Andy García, pianista y Rainer Pérez, bajo. En la segunda foto, Nella Rojas. No es cubana, pero merecería serlo. La voz llegada desde la isla de Margarita participó como artista invitada en el concierto En clave atlántica.
En la primera foto, La banda de Alain. Cuatro virtuosos. Desde la izquierda, Yandy García, batería; Dayron Oney, trompeta; Andy García, pianista y Rainer Pérez, bajo. En la segunda foto, Nella Rojas. No es cubana, pero merecería serlo. La voz llegada desde la isla de Margarita participó como artista invitada en el concierto En clave atlántica.

En la Perla del Caribe se van moviendo pequeñas cosas. Sesenta años de dictadura son demasiados. Dos artistas destacan como aglutinadores de talento: Roberto Carcassés, el líder de Interactivo, y Ray Fernández, ambos desde los escenarios del Teatro Bertolt Brecht y El Diablo Tun Tun, dos antros con gran éxito de público, dan paso en su propio grupo a nuevos creadores donde prima la compatibilidad rítmica. “Cuba es una isla de música y los cubanos pagan por escucharla”, cuenta Roberto Carcassés en su domicilio, una casa baja en el barrio de Marianao. “Los artistas trabajamos con empresas estatales; si perteneces a un grupo, solo trabajas con ellos, y la idea de Interactivo, que arrancó en 2001, era romper con eso: que nadie se sintiera obligado a permanecer aquí y que su estancia en la banda se entendiera como un proceso creativo”, cuenta Carcassés en su domicilio, una casa baja en el barrio de Marianao. Lleva el pelo recogido en una coleta y signos de haber trasnochado. Anoche tuvo jam session y hoy repetirá, dos horas de descarga en las que habrá espacio de lucimiento para toda la orquesta, arropados por un público incondicional. Para pertenecer al grupo, por el que han pasado artistas como la rapera Telmary o la percusionista Brenda Navarrete, dos referentes cada una en su estilo, es imprescindible ser compositor. “Lo bueno de trabajar con muchos músicos es que cada uno trae su influencia. La música cubana siempre está evolucionando, las tradiciones son importantes, mis referencias van de los Beatles a Benny Moré o Chick Corea”, dice. Carcassés fue fulminado tras pedir en un programa de televisión elecciones directas, marihuana libre y libertad de información, pero la intervención de Silvio Rodríguez (no es la primera vez que el autor de Ojalá aplaca la ira del régimen, dirigida incluso contra su hijo Silvito) fue crucial para que pudiera volver a actuar. Probablemente el pianista ha visto reducidos sus contratos estatales, lo que en otro momento hubiera sido el fin de su carrera. Pero el tiempo cambia, aunque a primera vista parezca que en Cuba se ha detenido. Carcassés tiene Facebook y conecta con amigos de todas las tendencias políticas en Miami o en cualquier lugar del mundo. “Los discos ya no son la clave. Puedo colgar un vídeo con mi música que lo ve medio planeta. Eso y poner una foto de la basura del barrio para que vengan a recogerla”.

En la primera foto, Leni. Reguetonero de 23 años, se gana la vida con el taxi, pero compone música urbana desde niño. Él graba las voces y un amigo de EE UU hace las bases. En la segunda foto, Adonis. En la sangre lleva lo que denomina ADN percutivo. A sus 36 años, este músico autodidacta domina todos los instrumentos derivados del golpe.
En la primera foto, Leni. Reguetonero de 23 años, se gana la vida con el taxi, pero compone música urbana desde niño. Él graba las voces y un amigo de EE UU hace las bases. En la segunda foto, Adonis. En la sangre lleva lo que denomina ADN percutivo. A sus 36 años, este músico autodidacta domina todos los instrumentos derivados del golpe.Javier Salas

El activismo de Ray Fernández va por otro camino. Lo suyo es el humor. Es su manera de hablar en serio: “Soy militante del Partido Comunista de Cuba; con genio de dramaturgo, desistí de ser rico junto a Carlos, Federico y Rosita Luxemburgo”, asegura antes de pedir “una cola” con hielo, encender otro cigarrillo y renegar de sus hijos, que solo escuchan reguetón. “El de 14 años ya me habla y no lo entiendo. Me dice que estoy falto de gráfico, es decir, atrasado”. Estamos en la puerta de El Diablo Tun Tun, donde ya hay cola para verlo actuar en su sesión de matiné de los jueves, en la que durante casi tres horas asombra a sus incondicionales con un repertorio en el que mezcla grandes éxitos de Fórmula V con rancheras y composiciones propias. Fernández constata el buen momento que atraviesa el género de los cantautores, una vez superada la escuela de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés que, tratando de emularlos, degeneró en canciones aburridísimas. Para escuchar a ¿la novísima trova? hay que viajar hasta Santa Clara, donde Ramón Silverio, creador de El Mejunje, ha diseñado un espacio de libertad para los jóvenes, incluido el colectivo LGTB, al que la policía del régimen todavía detiene. Será en otro viaje.

Los cubanos llevan ya tiempo resolviendo con ingenio carencias. El directo y las fiestas privadas permiten que los artistas generen ingresos adicionales. Eso, unido a una mayor flexibilidad para conseguir visados de salida para girar por el mundo, ha contenido, en parte, la salida al exilio de los artistas, un fenómeno parecido al que han vivido escritores como Wendy Guerra o Leonardo Padura.

“Los raperos se pasaron al reguetón. Ganaban más dinero y no tenían que lidiar con la censura”

Pero “resolver” en la isla abarca muchos aspectos. Las noticias de lo que se mueve en el mundo de la cultura internacional se compran en el mercado negro. El paquete, un pendrive con contenidos de lo último que se estrena en series, vídeos, películas o deportes, y que se renueva semanalmente, suple la escasez de Internet y ayuda a contrastar las versiones oficiales. Paqueteros locales lo sirven a domicilio o se adquiere en la parte trasera de algunos establecimientos bajo la vista gorda del Gobierno. Los más optimistas auguran que en esos gigas se cuece el final del régimen, que será como Chernóbil para la Unión Soviética. Las malas lenguas dicen también que fue el paquete el responsable del desembarco del reguetón en la isla, un sonido que se extiende como un virus. Hasta el conductor del taxi, un biplaza con forma de huevo, Leni González, de 23 años, hace sus rimas.

Esta madrugada la fiesta se despide al ritmo de Cimafunk: “Si tú quieres, yo me voy contigo / ya se acabó la fiesta y en la calle no hay nada pero tú estás para gozar y yo no quiero drama, vamos a ponernos de acuerdo, los dos queremos lo mismo”. Mientras el público se dispersa entre taxis y coches particulares, un santero vestido de blanco con paraguas abierto del mismo color se mezcla entre la gente, buscando quizá redimir almas descarriadas. No muy lejos de allí, en La Cecilia, otra sala de conciertos al aire libre, donde suele sonar reguetón, toca Gente de Zona a 50 CUC la entrada (el peso convertible cubano, la única moneda que usamos los turistas, equivalente a unos 50 euros). Miramar, un barrio residencial rodeado de vegetación, duerme tranquilo. En el Malecón la gente toma el fresco, y los jóvenes vuelven a casa caminando mientras la policía vela por sus sueños.

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