Marvin Gaye, que estás en el cielo
La muerte violenta del músico a manos de su padre, hace 25 años, supuso el nacimiento de una las grandes leyendas de la música
No ha quedado nunca claro qué es lo que llevó al Reverendo Marvin Gay a acribillar a disparos a su propio hijo en la noche del 1 de abril de 1984, un día antes de que fuera a cumplir 45 años. Pero agarró su revolver y descargó su pistola matando en su casa a Marvin Pentz Gay Jr, más conocido como Marvin Gaye (añadió una "e" a su apellido en homenaje a Sam Cooke), uno de los grandes soulman y compositores de la historia de la música popular.
Algunas biografías apuntan que el Reverendo no soportaba los numerosos y apasionados líos sexuales del segundo de sus tres hijos y, tras una fuerte discusión, disparó. Otros simplemente concluyen que aquel hombre, un conservador cristiano de una secta llamada la Casa de Dios, estaba loco. La religión en cualquier caso tuvo que ver en la actitud del padre: sus estrictos códigos morales y su conducta de hierro habían marcado a Marvin de por vida.
Aquel 1 de abril fue como el desenlace de una tragedia griega: Marvin Gaye, el gran seductor, el humanismo hecho música, moría a manos de su propio progenitor, el sacerdote de la moral, el defensor religioso. Esos balazos lo elevaban a la categoría de mito, aunque ya en vida consiguió ser admirado como un artista negro en un mercado pensado para blancos. Junto con Diana Ross, Stevie Wonder o Smokey Robinson, Gaye fue de los pocos negros que rompieron la barrera de los prejuicios y se ganaron el respeto de todos.
Una de sus más claras referencias fue Sam Cooke, pero también Nat King Cole. Por eso, en los primeros años, después de pasar de niño por el coro de la iglesia, flirteó con el doo-wop cantando por las esquinas. Su mentor, sin embargo, fue un tipo que se caracterizaba por rasgar la guitarra y su ritmo frenético, Bo Diddley. Con los Moonglows, grabó una serie de singles para Chess Records hasta que Berry Gordy, el creador de Tamla Motown, se fijó en él.
Referirse a Marvin Gaye es hablar de un compositor de un tamaño colosal. En Motown, detrás de los focos, fue uno de esos hombres de estudio, artífice de varias composiciones arrebatadoras, magnífico arreglista que se esconde en los créditos de temas de Martha & The Vandellas o Stevie Wonder. Pero su capacidad vocal no pasó desapercibida y, después de labrarse en duetos con cantantes como Mary Wells, encontró su sitio para iniciar una carrera.
En solitario, Gaye representa la máxima expresión de la música soul, sólo en sus inquietudes artísticas se cita la gran evolución de la música negra. Se movió por el R&B al que añadió estilismo, ofreció sofisticación al género para limarlo con arreglos del jazz y redefinió sus parámetros abriendo fronteras al funk. Incluso sería una de las mayores influencias de los pioneros del rap.
La muerte de Tammi Terrell, con la que cantaba el famoso tema Ain't No Mountain High Enough, le marcó para siempre. Como un ermitaño, se refugió en una casa, se empapó de sí mismo y buscó respuestas a un mundo que le superaba. De ahí salió What's Going On, un álbum conceptual sobre la vida, el medio ambiente, la guerra de Vietnam y la supervivencia en los suburbios. Productor, cantante y compositor de todo el disco, Gaye se enfrentó al jefazo de la Motown, que imponía siempre su criterio, porque no quería publicarlo y terminó siendo un éxito. Pero por encima de todo fue su culminación artística, una obra maestra que siempre está en las listas de los mejores discos de la historia.
Como también podría estar Let's Get It On, que mostró su magnetismo sexual al micrófono y que recogía en los créditos interiores que el "sexo es sólo sexo" y el "amor es amor". Era la verdad de Gaye, que encontró en las mujeres una auténtica válvula de escape, también en las drogas, mientras en su música expresaba sus fantasmas, su necesidad de contacto humano. Desorientado, emigró a Europa y regresó a EE UU, a casa de sus padres, donde se alojó hasta ese trágico 1 de abril. Esos disparos acabaron con un músico cuya fuerza creativa absorbía al oyente, como sólo los más grandes son capaces de hacerlo. Inquietudes sociales, políticas y artísticas plasmadas en un soul elegante que fluía como un río. Su música estaba llamada a arrastrar a quien la escuchaba y dejarle en un mar de humanidad. A todos, menos al Reverendo Marvin, a su padre, que asesinó a su hijo, y no hizo absolutamente nada por escucharle.
Lea aquí el blog de Fernando Navarro sobre música americana
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