El hotel Dnipró, la primera línea del frente de guerra en Ucrania
El hotel Dnipró, en Kiev, vio pasar ante sus habitaciones las violentas revueltas de Ucrania de 2014. Con él arranca esta serie estival sobre el alojamiento de los corresponsales en zonas de conflicto.
DURANTE LARGO tiempo, el Dnipró fue el mejor hotel de Kiev. Construido en 1964, su ubicación, en el cruce de las calles Khreschatyk y Hrushevskoho, lo convertía en lugar ideal para los corresponsales y enviados especiales con citas en la Rada Suprema (Parlamento).
Tenía recepcionistas amables y camareros experimentados, una cafetería cómoda y gastronomía de nivel. Durante la Revolución Naranja, en 2004, el establecimiento fue muy popular entre los colegas. En unas truculentas elecciones presidenciales, Víktor Yanukóvich fue declarado vencedor frente a Víktor Yúshenko, y como señal de protesta contra aquellos comicios surgió a tiro de piedra del hotel el primer maidán (“plaza” en ucranio y, por extensión, manifestación de protesta). Con lazos y prendas de color naranja, los descontentos desplegaron tiendas de campaña en Khreschatyk y convirtieron en tribunas las plazas de Europa y de la Independencia. Más de una vez, con la ventana abierta, esta corresponsal rehízo crónicas sobre la marcha a medida que los políticos difundían nuevos mensajes desde la plaza de la Independencia.
Por la mañana, en el Dnipró se desayunaba con pastelillos de manzana y verduras al horno con cava, una receta secreta de la casa, mientras el pianista del hotel tocaba melodías amables, desde A mi manera, de Frank Sinatra, hasta Las noches de Moscú, una composición soviética de los años cincuenta.
Otros hoteles más modernos se iban imponiendo en Kiev, pero el Dnipró conservaba sus bazas: estaba cerca de todo, era una plataforma sobre el maidán y un buen sitio para quedar. El hotel pertenecía y sigue perteneciendo al departamento de Intendencia de la presidencia de Ucrania y, tras la aparente tranquilidad de sus empleados, ha sido durante años el objeto de codiciosas luchas por privatizarlo. A finales de 2004, el jefe de la Intendencia de la presidencia de Ucrania, por aquel entonces Igor Bakái, trató de hacerse con él con ayuda de su socio Maksim Kúrochkin (Maks El Rabioso). La operación fue abortada. Kúrochkin murió en 2007 víctima del certero balazo de un francotirador profesional y Bakái huyó a Rusia, donde tuvo problemas con la justicia y estuvo bajo arresto domiciliario.
El Dnipró superó todos los intentos de apoderarse de él e incluso resistió bien el otoño de 2013, cuando, de nuevo, el maidán se reprodujo para protestar en contra de Víktor Yanukóvich, que había defraudado a la ciudadanía como presidente. Las manifestaciones comenzaron en noviembre de aquel año de forma casi simultánea en la plaza de la Independencia y en la plaza de Europa. Las protestas garantizaban el interés en el establecimiento por parte de periodistas, fotógrafos y políticos internacionales. Los acontecimientos iban a convertirse en tragedia a los pocos meses. La línea de frente entre los cordones de agentes del orden público y los manifestantes serpenteaba muy cerca del Dnipró.
Para calibrar el clima del país bastaba con asomarse a la calle a las puertas del Dnipró. En enero de 2014, la temperatura se volvió gélida. Frente al hotel aparecieron las barricadas. Los contingentes policiales se habían reforzado con equipo y vehículos antidisturbios, y los manifestantes habían arrancado los adoquines de la calle Hrushevskoho y habían acumulado pilas de neumáticos que al arder despedían un humo negro y tóxico. El personal del hotel cerró la puerta principal y apagó las luces. En el bar, los camareros servían con gesto lúgubre a los que entrábamos por la puerta de servicio. En su puesto de trabajo lloraba la veterana recepcionista que conocía por su nombre a los periodistas.
Una madrugada me despertó el tintineo de vidrios al chocar entre sí; en el patio interior adonde daba mi habitación, varias personas enmascaradas rebuscaban en un montón de botellas escondidas con mantas. Eran cócteles molotov, guardados junto con palos a cómoda distancia del campo de batalla. Venían a buscarlos para el combate. Fuera ardían los neumáticos, sonaban los tambores y una desorbitada y descontextualizada catapulta medieval se aprestaba a romper el cerco. Varias dependencias situadas entre el estadio Dinamo y la sede del Gobierno se habían transformado en improvisados hospitales. Los neumáticos ardiendo iluminaban los rostros pálidos de los sacerdotes ortodoxos. Era un escenario de pesadilla.
Al día siguiente me mudé a otro hotel algo más alejado del frente. Se habían producido ya los primeros muertos y unos días más tarde las balas silbarían en torno al Dnipró. La veterana recepcionista Svetlana Románova ya no trabaja allí, pero por teléfono recuerda que aquellos días iba a su empleo como si fuera a la guerra. El hotel se convirtió en el lugar favorito de los fotógrafos, que cambiaban de habitación y de fachada según donde ocurrían los sucesos. El quinto y el sexto piso fueron ocupados por militantes de la formación radical Sector de Derechas. Una presencia inquietante para el personal que, acostumbrado a clientes más convencionales, pidió a los activistas que no usaran la escalera principal y que entraran y salieran por la de servicio. El clima no mejoró. A fines de marzo, uno de los activistas abrió fuego sobre la calle e hirió a tres personas. El que disparó fue detenido, pero en agosto murió en el este de Ucrania durante la operación “contraterrorista” contra los separatistas apoyados por Rusia. Por el Dnipró pasaron otros activistas, y cuando por fin el establecimiento pudo ser evacuado, hubo que realizar una reparación cosmética. Nunca volvió a ser lo que fue. Sigue perteneciendo a la Administración presidencial de Ucrania y no se puede privatizar por ser el objeto de litigio con unos inversores internacionales. Para algunos, este establecimiento está demasiado vinculado a recuerdos angustiosos, a los tiroteos de febrero de 2014 en el centro de Kiev donde murieron decenas de personas. Por eso resulta difícil entrar hoy en el Dnipró y tomar un café como si nada hubiera pasado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.