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IDEAS | AHORA QUE LO PIENSO
Columna
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Les importan un carajo

Las políticas de memoria no deberían depender de los intereses de los partidos políticos, sino responder a la necesidad de víctimas

Edurne Portela
Retirada de placas de la calle General Yagüe, en Madrid, en mayo de 2018.
Retirada de placas de la calle General Yagüe, en Madrid, en mayo de 2018. Álvaro García

"Cuando hablábamos con los familiares de víctimas del franquismo o de los deportados madrileños que murieron en campos de concentración nazis tuve sensaciones muy parecidas a las de aquellos años, cuando me reunía con víctimas del terrorismo en Euskadi. Eran personas que habían pasado años en silencio, a las que nadie había hecho caso en su dolor y sus demandas. Y después de tantos años, alguien les escuchaba. En todos estos casos, las políticas de memoria tienen un efecto reparador". Así respondía Txema Urkijo a mi pregunta sobre sus experiencias en el Ayuntamiento de Madrid como responsable de Memoria en la Oficina de Derechos Humanos y Memoria. Urkijo sabe bien de lo que habla. Formó parte de Gesto por la Paz desde finales de los años ochenta, un colectivo que se manifestó en las calles de Euskadi para denunciar los asesinatos y secuestros de ETA, que demandó públicamente el esclarecimiento del terrorismo de Estado de los GAL y otros grupos de extrema derecha, que condenó la vulneración de derechos humanos en el ámbito policial y penitenciario. Entre 2002 y 2014, Urkijo también trabajó en los sucesivos Gobiernos vascos como director de Derechos Humanos, asesor de la Dirección de Atención a Víctimas del Terrorismo y coordinador de la Política de Víctimas de la Secretaría de Paz y Convivencia.

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Menciono la carrera profesional de Urkijo y su experiencia con las víctimas para contextualizar las declaraciones con las que el Ayuntamiento PP/Cs/Vox justifica la disolución de la Oficina de Derechos Humanos y Memoria: “No ha servido a sus fines sino a ser correa de transmisión del sectarismo del Gobierno de Carmena”. Llaman “sectarismo” al hecho de que muchas de las políticas de memoria se centran en las víctimas del franquismo, en vez de lo que ellos denominan “todas las víctimas”. No se refieren a las de ETA, porque el Ayuntamiento sí tenía un proyecto para ellas. Así que asumo que “todas las víctimas” incluyen las franquistas. Tal vez se les olvida que estas tuvieron 40 años de conmemoraciones, condecoraciones, reparaciones a sus familiares, prebendas y privilegios. Las víctimas en las que se enfocó la oficina del Ayuntamiento de Carmena son aquellas que no han tenido apoyos institucionales ni justicia ni verdad ni reparación. Las iniciativas de memoria repercutían en familias que han sufrido durante 80 años sin reconocimiento (algunas ni siquiera han recuperado el cuerpo de su familiar para enterrarlo dignamente) y a personas afectadas directamente por la represión tardofranquista (recordemos la tortura sistemática en las cárceles y centros de detención como la Dirección General de Seguridad). Se pretendía establecer procesos reparadores y restauradores que centraran su actividad en escuchar a las víctimas, atender a los familiares de las ya desaparecidas y honrar su memoria. Nada más.

Las políticas de memoria no deberían depender de los intereses de los partidos políticos, sino responder a la necesidad de víctimas que no hayan tenido el reconocimiento y el proceso debido de reparación. Pero esto sería demasiado pedir a esos políticos que solo celebran la memoria de las “glorias” de España (su gloria, nuestra vergüenza), que se ríen de los familiares de las más de cien mil víctimas abandonadas en las cunetas de España, que exaltan a fascistas como Primo de Rivera, que se niegan a acabar con los símbolos franquistas. Que no se inventen acusaciones absurdas. Que digan, claramente, que les importan un carajo las víctimas, salvo que las puedan usar para sus réditos políticos.

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