La doble vida del camu camu
Ninguna otra fruta ofrece una concentración parecida de vitamina C, 16 veces más que la naranja, pero es frágil y muy perecedero
Todo cambió para Pablo Villegas cuando se quedó enganchado al camu camu. Una fruta extraña, ácida y poco conocida que algunos catalogan entre los llamados súper alimentos, presentándola como un transporte hacia el futuro. Ninguna otra fruta ofrece una concentración parecida de vitamina C —16 veces más que la naranja— y por ahí va más o menos con el ácido ascórbico —entre 50 o 115 veces más que esa misma naranja—, redondeando su naturaleza con aminoácidos (serina, valina, leucina) y una apreciable cantidad de potasio, sobre todo cuando está en plena maduración. El camu camu (myrciaria dubia) es la panacea empacada en esferas de dos o tres centímetros de diámetro, que viran del amarillo al rojo granate conforme van estando a punto. Siempre se puede pedir más, aunque no será fácil encontrarlo.
Si fuera posible conservarlo en estado natural, este pequeño fruto se vendería en las farmacias, pero es frágil y muy perecedero. Ofrece las mejores prestaciones cuando está completamente maduro, y apenas aguanta tres o cuatro días en este estado. El deterioro es tan rápido que es difícil dar con él lejos de las zonas de producción y limita su presencia al mercado local. Descartado el consumo directo, el camu camu tiene el destino marcado: se despulpa y se deshidrata para reducirlo a polvo y encapsularlo.
La temporada es corta y el deterioro rápido. Cuando llega a las grandes ciudades muestra el tono amarillento del fruto inmaduro, un estado que reduce las prestaciones y frena la relación con el consumidor. A veces lo encuentro en algún supermercado de Lima, pero muy lejos de las condiciones que ofrecen los que arrancado del árbol en la plantación de Pablo Villegas, en el Caserío Siete de Julio, junto a uno de los ramales del Yarinacocha; a cosa de una hora de Pucallpa si haces el trayecto en barca de motor. Es una especie de laguna interior que viene a ser una bifurcación desgajada del río Ucayali en su avance hacia el Marañón. Cuando se encuentren perderán sus nombres para llamarse Amazonas.
El camu camu es el cultivo principal en este asentamiento de colonos llegados entre finales de los 80 y los primeros años 90, como lo es en la cercana Comunidad nativa de San Francisco con la que conviven. Es una de las 150 comunidades de la etnia shipibo-konibibo, originaria de esta tierra, desperdigadas a lo largo del cauce del Ucayali.
El cultivo creció con el arranque del siglo, empujado por la demanda de las farmacéuticas y de la industria de los jugos y los refrescos más o menos naturales, inicialmente concentrada en Holanda y Japón. Eran tiempos de prosperidad. Los compradores se llevaban todo lo que se producía y el cultivo se extendió. Primero en la región amazónica de Loreto, la más grande y con menos densidad de población del Perú, donde actualmente se registran 26 variedades diferentes, y luego en la de Ucayali. Pablo Villegas fue el primer productor de la zona. Empezó en el año 98, trayendo vástagos y prácticas de cultivo desde Loreto. Con 18 hectáreas cultivadas en orgánico y los árboles en plena producción puede recoger más de 10 toneladas por hectárea, si el año es bueno.
Todo parece estar a favor. Un fruto demandado, plantas de alto rendimiento y la ayuda de una naturaleza siempre cambiante. Las zonas de cultivo están en tierra firme, pero entre noviembre y marzo, cuando llega la temporada de lluvias, pasan a ser un fragmento más del gran río amazónico. La crecida inunda los cultivos, a veces por completo y otras hasta dos metros y medio de altura, dejando a cambio materia orgánica y materia fértil; un buen trueque.
En esta parte del mundo los procesos nunca son lineales. Hoy son para bien, pasado mañana no tanto. Las cosas cambiaron para Pablo Villegas y otros cientos de productores cuando las empresas que les compraban el camu camu montaron sus propias plantaciones para reducir sus costes: tierras baratas, bajísimo gasto en mano de obra, poco control ambiental… Hoy los productores sufren para encontrar salidas. La supervivencia exige una planta de despulpado y otra para congelar la pulpa y eso es muy caro. Si no la tienes, estás condenado a las mermeladas y el néctar casero.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.