François Ozon: “La Iglesia no cambiará si no la obliga la justicia”
El enfant terrible del cine francés se enfrenta a los casos de pederastia en el clero con Gracias a Dios, su película más política y madura. “La institución ya no puede seguir barriendo sus escándalos bajo la alfombra. Es demasiado tarde”, sentencia el director
FRANÇOIS OZON lleva dos décadas enteras ejerciendo de enfant terrible del cine francés, aunque a primera vista tenga poco de un peligroso alborotador. Al abrir la puerta de su despacho, en un céntrico rincón de la rive droite de la capital, el cineasta francés de 51 años se nos presenta como un hombre de modales exquisitos y cierto aspecto de yerno perfecto, bronceado hasta en lo más crudo del invierno. Se expresa con esa retórica francesa siempre impecable, aunque a ratos parezca recitar un discurso previamente consensuado consigo mismo. Ozon se sienta, a distancia prudencial de su interlocutor, en un sofá de terciopelo turquesa en una luminosa sala de estar decorada con carteles de sus películas. Pese a haber debutado en 1998, sigue siendo un auténtico desconocido. En las entrevistas suele distribuir toda información mínimamente personal con cuentagotas, en dosis homeopáticas. Si se le pregunta el porqué de ese pudor, responde que todo se encuentra en ese cine travieso, voluble, indócil y algo salido que le caracteriza desde el principio.
Su nueva película descubre una arista desconocida de su personalidad. La más grave y política, la más adulta y reposada. En Gracias a Dios, Ozon carga contra los casos de pederastia en la Iglesia francesa relatando la historia real del padre Bernard Preynat, que abusó de más de 70 boy scouts en los años ochenta. Las víctimas llevaron el caso ante la justicia y denunciaron la inacción del arzobispo Philippe Barbarin, que en marzo fue condenado por la justicia y se vio forzado a dimitir. El Vaticano se negó a aceptar su renuncia, pero esta película, que han visto más de 800.000 espectadores en Francia, ha logrado poner contra las cuerdas a una institución que afronta una de sus peores crisis. Gracias a Dios llegará a España el 17 de abril, en plena Semana Santa. Agotado por la polémica suscitada por su filme, que ese cura intentó prohibir en nombre de la presunción de inocencia, el director regresa de unas vacaciones en Andalucía. “Pero había iglesias y curas por todas partes, así que no he desconectado mucho”, dice con una sorna que es marca de la casa.
Si le digo la verdad, se le ha visto un poco superado por los acontecimientos. Sí, es cierto. Nunca había hecho una película sobre un tema de actualidad. Hasta ahora, había preferido inspirarme en novelas o en mi imaginación. Tampoco fue premeditado: mi idea fue hacer un filme sobre la fragilidad masculina. Navegando por Internet, di con los testimonios de varios hombres de la asociación Palabra Liberada, que congrega a las víctimas de esos abusos sexuales. Me conmovieron. Al descubrir sus relatos, entendí que no necesitaba transformar nada. Todo estaba ahí y la realidad era la mejor guionista.
Ha dicho que tuvo dificultades para rodar desde el primer día. ¿Qué tipo de presiones recibió? Al buscar escenarios donde rodar nos cerraron la puerta en las narices. Nadie quería verse involucrado en el tema. Entendí que sería imposible filmar en Lyon, la ciudad de los hechos. Tampoco fue fácil cerrar la financiación y algunas de las compañías que me han acompañado desde mis inicios se echaron atrás. Al final, decidí rodarla casi en secreto. Me inventé una sinopsis: “Tres hombres de 40 años se reúnen para hablar de sus problemas”. En realidad, no era del todo falsa…
“El patriarcado está en vías de extinción, al menos yo lo veo muy fracturado. Por eso en este momento hay tantas películas sobre hombres depresivos”
Por lo que dice, ¿su primera idea consistía en reflejar los cambios que sufre hoy la masculinidad? Sí, porque asistimos a un proceso de reequilibrio de los géneros. Yo creo que el patriarcado está en vías de extinción. Por lo menos, lo veo muy fracturado. Por eso en este momento hay tantas películas sobre hombres depresivos. Aunque me hayan tratado de misógino, siempre he hecho filmes sobre mujeres fuertes. Y ahora me apetecía hablar de hombres frágiles. A los 30 no me sentía capaz, pero ahora, sí…
¿Lo ve como un síntoma de madurez? Espero no haberme hecho viejo, pero ha habido un cambio. Cuando era joven sentía que tenía que demostrar algo. Quería llamar la atención, conseguir que me dejaran un hueco. Provocar era mi manera de decir: “Aquí estoy yo”. Ahora estoy al servicio de una idea y no de mi persona.
Su película llega en un momento en el que la palabra se libera y las víctimas denuncian públicamente todo tipo de abusos. ¿Este nuevo clima social ha inspirado su proyecto? Es algo de lo que me di cuenta cuando el filme ya estaba terminado. Organizamos varios debates con espectadores en los que, al terminar la proyección, se levantaban y relataban muchas cosas delante de auténticos desconocidos. No solo de abusos sexuales en la Iglesia, sino también dentro de la familia, en los equipos de deporte… Las víctimas se han dado cuenta de que no están solas. Crecieron pensando que sus casos eran únicos y ahora ven que no. No sé si el cine puede cambiar el mundo de alguna forma, pero creo que, en ese sentido, mi película puede tener una utilidad.
Habiendo sido el gran provocador del cine francés, ¿se le hace extraño haber rodado una película que gusta a casi todo el mundo, incluidos muchos creyentes? Es verdad que mucha gente a la que no le gustaba mi cine se ha acercado a este trabajo. Recibo muchos mensajes de católicos que me felicitan. Pero la próxima será muy diferente. Tendrán motivos para odiarme de nuevo…
Se entrevistó con varias víctimas reales para crear a sus personajes. ¿Cómo trabajó con ellos? Les pregunté por su familia, por su adolescencia y por su despertar sexual. En el fondo, he hablado de los mismos temas que en las demás películas. Por eso yo no la veo como un proyecto distinto, aunque entiendo que el espectador lo pueda creer así. Lo que quería saber es cómo se reconstruye la psique y la sexualidad de un hombre del que abusaron de niño.
En cualquier caso, ¿por qué escogió este tema en concreto? Ha concedido decenas de entrevistas, pero en ninguna de ellas queda claro… A veces, uno no entiende por qué decide hacer una película hasta que la ha terminado. Esos hombres me interesaron. Me identifiqué con Pierre-Emmanuel, que es quien lo lleva peor de los tres protagonistas. Me dije que yo podría haberme convertido en esa persona. Yo también recibí una educación religiosa. Mientras trabajaba en el filme, recordé cosas un tanto extrañas. Cosas que pasaron con un cura mientras yo hacía la catequesis…
¿Le puedo preguntar qué pasó? No siga si no quiere… Un día estábamos jugando al escondite con los otros niños. Ese cura me dijo: “Ven, que tengo una buena guarida”. Me llevó debajo de una escalera, me cogió y se puso a respirar muy fuerte. Mucho después, comprendí que debía de estar luchando contra su deseo. En un momento dado, me aparté y me marché. Pero siempre me he preguntado qué habría pasado si ese hombre, que tenía una gran autoridad sobre mí, me hubiese retenido. De repente sientes un vértigo. Entiendes que tu vida podría haber sido igual que la de los hombres de la película.
¿Qué importancia tenía la religión en su familia? Mis padres son científicos, pero también católicos de izquierdas. Para ellos, la catequesis era una actividad extraescolar como cualquier otra, una forma de librarse de nosotros los miércoles por la tarde. Si le digo la verdad, a mí me gustaba mucho ir. Es un bagaje cultural del que no reniego. Todos mis cineastas favoritos, como Pasolini, Bergman o Buñuel, hablaron de sus problemas con la fe. Si algún día tengo hijos, tal vez los lleve a la catequesis…
¿Qué aprendió en esos cursos? Desarrollé un gusto por el pecado y la transgresión… [risas]. Mi educación religiosa coincidió con el descubrimiento de la sexualidad. Participé en campamentos católicos en los que los niños hablábamos todo el día de sexo. Me distancié de la Iglesia al darme cuenta de su hipocresía. Los textos religiosos nos hablaban de ser generoso y aceptar al otro, pero nuestros profesores eran lo opuesto a eso. Además, es difícil de verdad aceptar la idea del celibato cuando tienes el cuerpo rebosante de hormonas…
Dijo que el papa Francisco vería su película. ¿Sabe si ya la ha visto? No, todavía no. Pero se organizará una proyección para él en el Vaticano en los próximos meses.
Seis años después de salir por primera vez al balcón de San Pablo, ¿dónde queda la revolución que se nos prometió? La Iglesia tiene muchos problemas, pero el principal es estar formada por hombres muy viejos. He recorrido Francia con mi película y, en cada ciudad, he invitado a religiosos para que la vieran. En todas las proyecciones me encontraba con ancianos de más de 75 años. ¿Qué quiere que cambien? Por muy buena voluntad que tengan, ya no tienen energía. Con el papa Francisco sucede lo mismo. En realidad, le compadezco…
¿Qué debería hacer la Iglesia para superar esta crisis? Una reforma de pies a cabeza. Aceptar a las mujeres, cambiar de doctrina respecto a la sexualidad… Lo que pasa es que no están preparados para algo así. Sin duda alguna, la Iglesia no cambiará si no la obligan. No hará nada por sí sola, salvo si la justicia la obliga. Pero han llegado a un punto en el que ya no pueden seguir barriendo sus escándalos bajo la alfombra. Es demasiado tarde.
Sus tres protagonistas parecen discípulos de Jesucristo. Es como si, frente a la deriva de la institución, propusiera volver a los valores de los evangelios… Tiene sentido, aunque no lo pensé así. Si le digo la verdad, mis modelos fueron dos: James Stewart en las películas de Frank Capra… y Julia Roberts en Erin Brockovich. Me inspiré en ese cine estadounidense que habla de un individuo anónimo e insignificante que se enfrenta a una poderosa institución hasta que consigue hacerla cambiar.
Ha dicho que se convirtió en cineasta viendo las películas de Super 8 que filmaba su padre. ¿Cómo le influyeron? Eran cintas domésticas que rodaba durante sus viajes para participar en congresos en todo el mundo. Luego nos las proyectaba en casa y nos relataba lo que había visto como si hiciera la voz en off de un documental. Así vi por primera vez México o la India. Descubrí el mundo a través de esas películas, pero también el cine. Para mí, mi padre fue el primer cineasta.
Es curioso, porque se suele interpretar casi todo su cine como una rebelión contra la figura paterna… Sí, contra la idea de autoridad. Aunque, con el tiempo, entiendes que nunca puedes estar al 100% en contra de tus padres. Esas personas a las que tanto odias durante tu adolescencia siempre te transmiten algo.
¿Qué le recriminaba a su padre? Nada original. Como todo adolescente, descubrí que no era el héroe que me había hecho creer. Como todos los niños, yo quería un mundo hecho de certezas y de verdades. Y, de repente, descubrí un escenario teatral donde todo el mundo mentía e interpretaba un papel. Pero creo que es muy sano rebelarse durante la adolescencia. Me espeluznan esas personas que dicen ser muy amigas de sus padres… Yo tuve una adolescencia muy clásica. Hice bastantes tonterías, tuve problemas con la policía, robé, intenté incendiar mi instituto… Lo normal, vamos.
Se suele decir que su cine es antiburgués. ¿Lo comparte? No lo sé. La hipocresía burguesa es reprobable y fascinante a la vez. Es lo que nos enseñó Buñuel con El discreto encanto de la burguesía, que era… ¡la película preferida de mi padre! Pese a todo, me transmitió una lucidez y una ironía respecto a su propia condición en la que me reconozco.
Ha rodado con casi todas las estrellas del cine francés… Hace bien en decir “casi”. Hay algunas que insisten en decirme que no, ciertas actrices muy conocidas…
¿Quién se le resiste? Piense un poco y dará con sus nombres… Juliette Binoche, Isabelle Adjani, Sophie Marceau… Pero cuando un actor rechaza un papel siempre hace bien, aunque sea duro para mi ego.
¿Cree que les da usted algo de miedo? Sí, puede ser. Hay actores que no quieren salir de su zona de seguridad.
Hace unos años le propusieron rodar una biografía de Nicolas Sarkozy. ¿Qué fue de aquel proyecto? Dije que no porque el personaje no me interesaba. Me gustaba más su mujer, Cecilia.
Y Emmanuel Macron, ¿qué opinión le merece? Responderé lo mismo: me gusta mucho su esposa, Brigitte [risas]. En realidad, Macron me interesa más que otros presidentes. Le veo algo como de niño pequeño. El encuentro con su mujer me parece fascinante, el hecho de que fuera su profesora de teatro… En términos de ficción es apasionante.
“La izquierda solo puede decepcionar. Está hecha de grandes ideales y esperanzas, cuando a veces hay que ser pragmático y aceptar la realidad”
Mucha gente no sabe que su primera película fue un documental televisivo sobre el ex primer ministro socialista Lionel Jospin… ¿Cómo sabe eso? Seguí su campaña presidencial de 1995. Me permitió descubrir que la política era un nido de víboras donde todo el mundo se odiaba. Aquella izquierda desapareció porque se traicionó a sí misma al acceder al poder. Verdaderamente, la izquierda siempre decepciona porque solo puede decepcionar. Está hecha de grandes ideales y esperanzas, cuando a veces hay que ser pragmático y aceptar la realidad. La derecha no decepciona porque hace el trabajo sucio…
Su cine siempre ha sido bien acogido en España. Su debut, Sitcom, se estrenó en Sitges en 1998. Bajo la arena triunfó en San Sebastián, donde usted ganó la Concha de Oro con En la casa, inspirada en una obra de Juan Mayorga. ¿Cómo explica esta afinidad? A veces te entienden mejor en el extranjero que en tu propia casa. Por ejemplo, a Almodóvar se le comprende mejor en Francia que en España. Tal vez deberíamos intercambiar domicilios. En su país veo un humor negro que se parece mucho al mío. Me parece maravilloso que, en los retratos que Goya hizo de la familia real, todos tengan caras de degenerados. Ese aspecto poco reverencioso es muy mío. Además, España tiene una relación mucho más sana con la muerte que nosotros. Es un país que baila sobre sus cadáveres.
Por último, ¿le puedo preguntar si sigue creyendo en Dios? En realidad, solo sentí la fe entre los 8 y los 10 años. Ahora solo creo en Dios cuando viajo en un avión y hay turbulencias.
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