Globalización: el péndulo colectivo da marcha atrás
Un pasito adelante, tres atrás, parece definir el peligroso estado actual de las relaciones internacionales
No son tiempos buenos para lo que los especialistas en relaciones internacionales denominan “multilateralismo”, es decir, tratar de resolver los retos globales de forma colectiva. El reconocimiento de que hay cuestiones que ningún país puede solucionar por sí mismo y que requieren de un esfuerzo común ha sido la base sólida sobre la que se ha asentado la construcción de entes supranacionales recientes, como Naciones Unidas o la Unión Europea, por citar algunos de los más cercanos y conocidos.
Ese reconocimiento colectivo de que el diálogo y las negociaciones forman parte de la solución más allá de los intereses puramente nacionales ha experimentado, con sus más y sus menos, un auge desde la II Guerra Mundial hasta hace muy poco. Quizá el cénit de ese esfuerzo se sitúa en la aprobación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), un puñado de metas para salvar al planeta y a sus habitantes con indicadores y compromisos precisos, que 193 países se comprometieron a cumplir con la firma solemne en la ONU en Nueva York en 2015. En dicho contexto, el acuerdo de París de ese mismo año para luchar contra el cambio climático podría considerarse el punto máximo alcanzado por ese péndulo que ahora retrocede peligrosa y rápidamente.
Estamos sin lugar a dudas ante una encrucijada crucial que amenaza con destruir a pasos agigantados la política mundial en relaciones internacionales que tanto esfuerzo ha costado consolidar.
La elección de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos y su rabiosa política de America First conmocionó el tablero internacional pero lo que parecía una excepción a la norma se está convirtiendo en la norma misma: la llegada al poder de líderes como Bolsonaro en Brasil, Duterte en Filipinas o la decisión británica de salir de la UE (el Brexit) son algunos claros ejemplos de cómo el péndulo viaja con rapidez en sentido contrario.
Por el camino en estos difíciles últimos meses, la ONU ha visto cómo se reducían los fondos para los refugiados palestinos y la migración, Estados Unidos salía de la Unesco y ONU Mujeres veía eliminada la aportación estadounidense por apoyar la planificación familiar, entre algunos de los efectos colaterales de dicho cambio pendular. El único presupuesto que aumenta sin problemas y ante la aparente indiferencia de los ciudadanos es el militar; el año pasado el incremento en este gasto en el mundo llegó a su nivel más alto desde la Guerra Fría: 1,73 billones de dólares, según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri, por sus siglas en inglés).
En las últimas décadas una gran mayoría ha pensado que valía la pena construir un nuevo mundo y responder juntos a los retos globales que por separado son imposibles de afrontar
Alcanzar acuerdos en la ONU, hasta los más nimios, se ha convertido en una tarea titánica, me comentaba hace unos días la presidenta de la Asamblea General de la ONU, la ecuatoriana María Fernanda Espinosa, mostrando una frustración compartida por muchos diplomáticos y activistas.
Ceder parte de la propia soberanía en aras de una entidad supranacional —nuestro gran reto— se sustenta sobre la sencilla fórmula de calibrar las ventajas e inconvenientes. En las últimas décadas una gran mayoría ha pensado que valía la pena construir un nuevo mundo y responder juntos a los retos globales que por separado son imposibles de afrontar.
Mirarse al ombligo, aislarse, construir muros y azotar miedos a las poblaciones de sus propios países parece ser ahora sin embargo la respuesta de moda de muchos líderes políticos. Algunos analistas señalan que todo ello es el resultado de la crisis financiera, económica y social iniciada en 2008, hace una década, la década maldita. Pero también es cierto que los líderes que han afrontado esta crisis del multilateralismo no han estado a la altura del reto. Es curioso comprobar cómo numerosos colectivos se han adaptado a la globalidad mucho mejor que los dirigentes políticos: un buen ejemplo son la sociedad civil y el sector privado, que han entendido con rapidez las ventajas y oportunidades que este nuevo mundo global ofrece, adaptándose al mismo mientras el Estado-nación ha decidido replegarse en sí mismo escondiendo la cabeza dentro de su propio agujero como un avestruz asustada.
La arquitectura internacional que con no pocas dificultades hemos edificado ladrillo a ladrillo desde 1945 para salir de nuestro reducido mundo nacional, sea Naciones Unidas, sea la Unión Europea, es imperfecta, necesita reformas y un cambio radical para adaptarse al mundo global de hoy, pero es la única que tenemos y la hemos construido entre todos. Destruirla no es la respuesta, es el suicidio colectivo.
Enrique Yeves Valero es periodista especializado en asuntos internacionales y actualmente director de Comunicación de la FAO. Este artículo no refleja la opinión de ninguna institución.
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