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Más y mejor arroz para combatir la pobreza

Nuevas técnicas agrícolas en Nigeria permiten a los agricultores triplicar su producción: de dos toneladas por hectárea a seis

Un joven carga un saco de arroz en las instalaciones de la empresa Labana Rice, al noroeste de Nigeria.
Un joven carga un saco de arroz en las instalaciones de la empresa Labana Rice, al noroeste de Nigeria.Thomas Imo (GIZ)
José Naranjo

Po po po po. Brrrrrrrr. Al viejo motor le cuesta arrancar pero en cuanto se pone en marcha el agua comienza a fluir sobre los bancales. El sol castiga sin clemencia al mediodía a las afueras de Suru Kebbi, al norte de Nigeria, y Alhaji Umar Abubakar busca una magra sombra para observar su terreno con orgullo. Una hectárea. Como un campo de fútbol grande, más o menos. “Antes sacaba unos 30 sacos de arroz y era para que comiera mi familia, ahora llego a los 80 y vendo una parte”, dice. Con el dinero resultante ha viajado a la Meca, está reparando su casa y ya prepara el matrimonio de dos de sus hijas. No es un milagro, se llama mejora de la productividad y está haciendo la vida más fácil a miles de agricultores en Nigeria.

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El arroz es un cultivo fascinante que mantiene una turbulenta historia con África. Hace tan solo unas décadas estaba visto como un lujo para ocasiones especiales, pero en la actualidad es la base de la alimentación de numerosos países. Su consumo crece a un ritmo anual del 3%, pero sin embargo el continente no lo produce a la velocidad necesaria, por lo que se ve obligado a importarlo. Un claro ejemplo es Nigeria, el país más poblado de África (190 millones de habitantes, de los que 87 millones viven en la extrema pobreza), donde el 45% del arroz procede de agricultores locales y el 55% restante lo compran en el exterior, sobre todo en países asiáticos como Pakistán, Tailandia o India.

El Gobierno nigeriano, al igual que los de otros países africanos, sueña con la autosuficiencia arrocera y se ha fijado el ambicioso objetivo de 2021. Esto encaja a la perfección con la Iniciativa para un Arroz Africano Competitivo (CARI, según sus siglas en inglés) puesta en marcha por el Gobierno alemán con el apoyo de las fundaciones Bill y Melinda Gates y Walmart, un completo programa de cinco años de duración y financiado con 21,4 millones de euros que ha apoyado a los agricultores locales de cuatro países africanos, Nigeria, Ghana, Burkina Faso y Tanzania, para la mejora de su productividad, la creación de vínculos en toda la cadena de producción y el acceso a crédito.

Alhaji Umar Abubakar es sólo uno de los casi 100.000 granjeros nigerianos que ha recibido formación acerca de cómo sacar más rentabilidad a su hectárea. En el pueblo de Arugungo, Alhassan Sany dobla la espalda sobre el arrozal frente a una veintena de agricultores. “Hay dos opciones, o bien fertilizar antes de plantarlo o justo después”, explica en haussa, una de las 500 lenguas del país. “La segunda dosis es 10 días más tarde y la tercera cuando empieza a salir el brote”, añade. Esta sesión es parte de la formación que ofrece CARI desde hace tres años a través de la Agencia de Cooperación Alemana (GIZ), que colaboró en la logística de este reportaje. “Lo primero es enseñarles a medir su parcela”, asegura Sany, “para que sepan el fertilizante que necesitan y cuánta gente emplear”. Casi todos son pequeños propietarios, 9 de cada 10 tienen una hectárea o menos.

La iniciativa CARI beneficia a agricultores locales de Nigeria, Ghana, Burkina Faso y Tanzania

Los monitores de CARI promueven estrategias para la protección de los cultivos que sean sostenibles desde un punto de vista medioambiental. “Por ejemplo, se estudia en cada caso específico si los pesticidas son necesarios o no y solo se recomienda su aplicación cuando es imprescindible”, aseguran fuentes de la cooperación alemana. Cuando el adecuado manejo de las plagas requiere el uso de estos productos químicos, se aconseja a los agricultores emplear sólo la cantidad mínima del menos dañino, de manera correcta y luego gestionar los residuos sin perjudicar al medio ambiente. En cuanto a los fertilizantes, la opción recomendada es la de orgánicos, aunque a veces no está disponible en las cantidades necesarias y entonces se acude al mineral.

Un grupo de mujeres separa el arroz de las impurezas en Arugungo.
Un grupo de mujeres separa el arroz de las impurezas en Arugungo.Thomas Imo (GIZ)

Gracias a las nuevas técnicas aprendidas, los agricultores nigerianos han triplicado su producción, pasando de dos toneladas de arroz por hectárea a seis. El siguiente paso es venderlo y ahí es donde entran en juego las fábricas donde se procesa el arroz. En la sede de Labana Rice Mills hay una enorme agitación. Decenas de jóvenes descargan sacos de un camión y lo introducen en un gigantesco hangar. “Tenemos la capacidad de procesar hasta 20 toneladas por hora, pero pronto llegaremos a las 40 y seremos los primeros de toda África”, asegura con orgullo Alhaji Abdullahi Zuru, propietario de la empresa.

En Nigeria, el 45% del arroz procede de agricultores locales y el 55% restante lo compran en el exterior, sobre todo en países asiáticos como Pakistán, Tailandia o India

Labana es una de las compañías asociadas a CARI, una iniciativa que privilegia la participación y el compromiso del sector privado. “Para nosotros es fantástico. Se incrementa la producción y la calidad del arroz y, por tanto, los consumidores lo aceptan mejor. Eso significa ganancias. A cambio, destinamos muchos esfuerzos a formar a los agricultores, darles semillas, abonos, fertilizantes, químicos e incluso crédito para que puedan crecer. Todos nos beneficiamos”, asegura Zuru. Las máquinas de Labana están a pleno funcionamiento. Aquí el arroz se lava, se seca, se descascarilla, se separa y se empaqueta en sacos de 50 kilos. Por un lado entran y por otro salen. El gran reto es la electricidad, que suele cortarse, por lo que deben recurrir a generadores y esto encarece el producto final.

El empresario apunta a un cambio en los gustos de los consumidores. Kristina Spanting, la técnico responsable de CARI en los cuatro países africanos, lo confirma. “Hasta hace dos años la calidad del arroz nigeriano era peor que el asiático, ahora es igual o mejor”, asegura. Para ello, GIZ también ha formado a las mujeres que cocinan el grano. En un pequeño patio al aire libre de la localidad de Jega, a la sombra de un árbol, 13 mujeres se afanan separando los granos y moviéndolos entre varias ollas de gran tamaño. Hadiza Adamu es la presidenta de este grupo de mujeres. “Nos han enseñado a hacerlo al baño maría, eso requiere menos agua y menos fuego, el arroz queda mejor y el proceso es más rápido”, asegura.

Desde 2013, año de la puesta en marcha de esta iniciativa, unas 417.000 personas, de las que la mitad son mujeres, han visto mejorada su seguridad alimentaria en Nigeria. Agricultores que estaban cerca del umbral de la pobreza y ganaban una media de 1,7 euros al día obtienen ahora 3,7 euros, según explica Kazeem Adegoke, coordinador del CARI en Nigeria. “Hay agua suficiente y la tierra es buena, las semillas las traemos de Burkina Faso y Benín y se pueden reciclar cada dos o tres años, vamos a por dos cosechas anuales. Y todo gracias a la fuerte implicación del Gobierno, las empresas y los pequeños agricultores”, añade.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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